La Vanguardia ha publicitado el espionaje del CNI a Ernest Maragall para ayudarlo a convertirse en alcalde. Al Conde de Godó y Jordi Juan no les emociona del todo un gobierno republicano en la capital, pero han decidido canalizar el odio de las élites barcelonesas contra Ada Colau con un endorsement a Ernest, fatigados del amateurismo de Junts (y sus candidatos de paja) y también conscientes de que en las próximas municipales no habrá un Manuel Valls que pueda salvar a la alcaldesa. Algún lector me saldrá con la mandanga según la cual esta es una forma bien extraña de mostrar apoyo a un candidato: les recuerdo que estamos en Catalunya, una tierra en que para sobrevivir los políticos solo pueden aferrarse al agravio y llorar la herida. Así Maragall, que hasta hace pocos días dormía la siesta en la más absoluta irrelevancia y que ahora ha podido sacar la cabeza abanderando el luto del agravio para acordarnos de que estaba vivo.

Honrando su pensamiento colonizador y profundamente perezoso, los cenáculos económicos de nuestra ciudad han visto finalmente que les sale más a cuenta hacer manitas con un alcalde sociovergente de toda la vida que no empantanarse con la creación de una alternativa netamente españolista que falle. A estas alturas, todo el mundo sabe que Esquerra abraza el autonomismo con un frenesí sin mesura; es por eso que a republicanos y españolistas les ha ido de coña que algún cachondo del CNI se pensara que Ernest, de haber ganado la alcaldía hace tres años, habría hecho alguna cosa parecida a re(declarar) la república catalana. El espionaje político a Maragall es tan indigno como cualquier intromisión ilícita en conversaciones privadas; pero el hecho, por cosis de la vida, puede convertirse en un impulso electoral de primer orden. En este punto, hay que reconocerlo, en Can Godó saben lo que hacen.

Lo más gracioso de todo es que el Estado haya empleado tantos recursos en espiar un alcaldable tan inofensivo como Maragall y que, a su vez, el Olimpo económico de nuestra querida capital haya tardado tantos años en ver cómo Ernest representa mejor que nadie sus intereses

Dicho esto, nuestra clase política ha conseguido que asuntos gravísimos como el Catalangate (ahora también el Barcelonagate) acaben siendo agua de borrajas. Si en el primer caso el espionaje contra Pedro Sánchez eclipsó las (legítimas) denuncias del independentismo, ahora Maragall ha tenido la brillante idea de no limitarse a lloriquear aceptando el regalo que le han hecho los embajadores del Estado en Catalunya; contrariamente, Ernest ha pensado que había que acusar veladamente a Ada Colau de beneficiarse de este espionaje. Los niños de Izquierda no aprenden nunca: todavía no han entendido que si hay alguien en el planeta tierra que aproveche cualquier onza de discurso victimario para respirar, es la alcaldesa de Barcelona. Más lista que el pan, Colau no solo se ha desmarcado, sino que aprovechará la pasada para presentar el Ayuntamiento en cualquier causa contra el espionaje de Pegasus.

En resumidas cuentas, lo más gracioso de todo es que el Estado haya empleado tantos recursos en espiar un alcaldable tan inofensivo como Maragall y que, a su vez, el Olimpo económico de nuestra querida capital haya tardado tantos años en ver cómo Ernest representa mejor que nadie sus intereses. Resulta divertido, y no solo porque nos encontramos ante un político que sigue siendo básicamente un federalista convencido, sino porque la burguesía de nuestra ciudad no encontrará nunca a un mejor embajador de su clan. Mirándolo bien, los defensores de su candidatura se tendrán que esforzar de lo lindo, pues si Ernest es incapaz de aprovechar favores como la portada de La Vanguardia y el malestar ciudadano hacia Colau para apoderarse de la alcaldía, el siguiente paso será apelar directamente al espíritu de Santa Eulàlia. Nuestros políticos aman tanto la derrota que ni aprovechan la limosna de los enemigos.

Toda esta pamema, evidentemente, es bien ajena al futuro de Barcelona y a su prosperidad, atenazada entre una administración como la actual, que la quiere pobre y española, y unos aspiracionistas de Izquierda que la sueñan autonomista y un pelo más pija. Así estamos, en definitiva, bajo la perspectiva de un alcaldable modelo Biden que ha trabajado más de medio siglo en las administraciones y que solo tiene una ventaja: haber creado las estructuras profundas del Ayuntamiento y conocerlas más que a su propia familia. España quiere a Maragall de alcalde y es natural: él ideó una ciudad que se vendía como capital de Estado, con una pátina de superioridad intelectual, pero que vivía sometida a las arbitrariedades del Estado. Para saber todo eso, es evidente, no se necesita la ayuda de ningún espía.