A pesar de los esfuerzos de Esquerra y de Junts per Catalunya para leer el 21-D como una lucha de un frente independentista unitario contra la fuerza del 155 y sus consecuencias (básicamente, el encarcelamiento de los consellers legítimos, Sànchez y Cuixart), la realidad dice que los próximos comicios navideños se celebrarán en el ámbito de la Constitución española de 1978 y, por lo tanto, su resultado más palmario será la investidura de un Molt Honorable y la formación de su equipo. Por mucho que se hable de restituir el gobierno legítimo de la Generalitat y el honor de la administración Puigdemont o que a menudo se disparen ideas de bombero como la cohabitación de dos gobiernos, un político en el exilio y uno más ejecutivo en Sant Jaume, el 22-D chocaremos de frente con la realidad más consuetudinaria de la política autonómica: quien gane, como ha pasado siempre, tendrá que gobernar solo o buscar alianzas.

Una de las desventuras del 27-S fue la de situar el pueblo de Catalunya en la tesitura de votar una coalición sin un presidenciable claro que llevó a escenas lo suficiente incómodas como el hecho de que Raül Romeva, histórico líder de Iniciativa, tuviera que verse comprometido a defender las políticas de austeridad de Artur Mas. El posterior baile de presidenciables que puso fin a la vida política del Molt Honorable 129 (con asambleas surrealistas acabadas en empates y soluciones salomónicas de última hora) parece que forme parte del paleolítico: pero no tendríamos que olvidar que el 21-D será la segunda ocasión en que los catalanes votarán sin tener mucha idea de quién liderará el país los próximos cuatro años. La responsabilidad primordial de este hecho es la injusticia más flagrante de un encarcelamiento espantosamente arbitrario, cierto, pero nuestros diputados han acatado el 155 y también son responsables.

¿Qué sentido tendrá una agrupación de diputados convergentes y de otros adláteres de la sociedad civil en el Parlament sin la presencia de su cabeza de lista?

Por mucho que repitamos la idea de que los comicios del 21-D serán un frente contra el 155, este artículo continúa vigente en Catalunya también por el hecho de que el soberanismo acepte y comande el resultado consiguiente en las urnas. Como saben perfectamente todos y cada uno de nuestros diputados, la aplicación del 155 y la salida de la prisión de nuestros consellers y líderes cívicos no depende ni un gramo del resultado electoral del 21-D, por mucho que se gane por goleada. Rajoy y Pedro Sánchez activarán de nuevo la llave de la represión siempre que la Generalitat apueste por la vía unilateral (sí, esta que ahora Marta Rovira considera un invento del enemigo). Este es el único objetivo de haber puesto a nuestros líderes en la trena: decirles que si alguien vuelve a hacer maldades, ya sabe lo que le espera. En la próxima legislatura, y por mucho que estén en la calle, la mayoría de políticos catalanes serán prisioneros de esta amenaza.

A todo este ambiente se suma la cuestión inaudita de saber qué pasará si Puigdemont queda segundo en las elecciones. ¿Qué sentido tendrá una agrupación de diputados convergentes y de otros adláteres de la sociedad civil en el Parlament sin la presencia de su cabeza de lista? ¿Si el president no puede ni acogerse a su acta de diputado, quién cogerá las riendas de Junts per Catalunya? Entiendo que al lector todas estas preguntas se le hagan incómodas, pero ya os adelanto que toda esta coña de la política autonómica es lo que nos espera los próximos años. La suerte de todo es que nos queda bien poco tiempo para chocar de frente y pasar de los sentimentalismos a la cruda realidad. Quizás entonces, por desgracia, la autocrítica empezará a ser bienvenida.