Llegado a los noventa años y supuestamente ajeno a los despachos en los que los líderes catalanes hacen ver que deciden cosas, Jordi Pujol sigue demostrando que todavía es el político más inteligente de nuestra tribu. Con toda la comedia de la confesión de la deixa y aislándose del mundo como un eremita, el antiguo president ha tenido la habilidad de construirse un martirologio hecho a medida y, con este nuevo disfraz tan cristiano de penitente abandonado por sus antiguos aduladores, ha seguido engañando magistralmente a la mayoría de bobos que pueblan exasperantemente las tribunas del periodismo en Catalunya. Hablo de los opinadores que repiten hasta la náusea que Pujol vive medio soterrado en su casa continuamente pendiente de cómo la historia lo juzgará, cuando en el fondo no han entendido que hace mucho tiempo que ya controla el relato sobre su figura y que lo único que lo turba es cómo puede seguir mandando.

Lo explicaremos poco a poco, para que incluso lo entienda Francesc-Marc Álvaro. A cualquier partido que haya monopolizado el poder en la España autonómica, y Convergència es uno de ellos, se sabe perfectamente que la corrupción es un asunto menor. De la misma manera que el caso Filesa ni la trama Gürtel han impedido que PSOE y PP sigan ocupando el centro de los aparatos del poder en el Estado, y que Felipe y Aznar puedan ir por el mundo cobrando conferencias a precio de oro, Convergència ha seguido monopolizando la política catalana a pesar de la sentencia del caso Palau y el descubrimiento de una de las tramas (más modestas, por cierto) del 3%. De eso es muy consciente Jordi Pujol, que conoce como nadie la dinámica de los partidos españoles, pero también Mas y Puigdemont, que han disimulado la financiación ilegal cambiando de nombre la criatura y disfrazándola de coaliciones repletas de cantautores y de otras vedettes.

El tópico dice que Madrit hizo público el famoso tema de la deixa para apretar a Pujol justo cuando el antiguo president empezaba a declararse independentista, con el objetivo de manchar a sus herederos y dinamitar los inicios del procés, pero los tiros van por otra parte muy diferente. Quien magnificó enseguida el tema de la herencia andorrana de la familia Pujol (un asunto tributario absolutamente menor que podría haberse saldado con dos o tres portadas) fue el mismo expresident con una confesión remilgada y exagerada. De hecho, Pujol estaba y estará encantado de que se hable de sus fechorías bancarias mientras los catalanes sigan comprando los preceptos que marcaron el pujolismo, a saber: que la Generalitat es una administración con mucho más poder que la ciudadanía y que la independencia de Catalunya es imposible porque España la reprimirá, si es necesario mediante la porra.

Mientras los líderes catalanes sigan defendiendo un independentismo que no sale a la calle por miedo de los golpes de la policía y abracen el autogobierno para repartirse las migajas que nos cede el Estado, Pujol será más feliz que si se encontrara en Tagamanent a punto de morder un bocadillo de catalana

Como ha demostrado el juicio del procés, los españoles necesitan muy pocos motivos para meter a un político catalán en la trena y, si el poder central hubiera querido desactivar a Pujol y Artur Mas, los jueces habrían actuado en consecuencia incluso antes de la pantomima participativa del 9-N, pidiendo al heredero convergente algo más que una fianza que han acabado pagando las señoras del Eixample. El único interés que Pujol ha tenido antes y después de su confesión es que los catalanes sigan comprando la ética procesista del ir tirando para acabar en ninguna parte. Mientras el autonomismo impere, y Pere Aragonès cobre el jornal mientras exhibe como un éxito que Sánchez le deje repartir alguna ayudilla a los catalanes más pobres, Pujol respirará tranquilo, porque su moral castradora del independentismo se habrá impuesto. Mientras los políticos catalanes hablen en convergente, el abuelo seguirá siendo el rey.

Parece mentira que, después de seguirlo durante más treinta años, la mayoría de gacetilleros del país todavía hayan caído en las trampas de un hombre que primero los engañó haciéndoles creer que la Generalitat tenía el poder de la Casa Blanca y que ahora todavía les cuela la historia de la deja disfrazado de franciscano quejica. No han entendido que a Pujol le da absolutamente igual si podrá pasearse o no por Catalunya adoctrinando a las abuelas como lo hacía en tiempo del helicóptero mientras pueda hacer que todos los políticos catalanes que lo sucedan sean una caricatura de su propia figura, como certifica perfectamente la triste apariencia beata de Oriol Junqueras, su sucesor natural. Mientras los líderes catalanes, insisto, sigan defendiendo un independentismo que no sale a la calle por miedo de los golpes de la policía y abracen el autogobierno para repartirse las migajas que nos cede el Estado, Pujol será más feliz que si se encontrara en Tagamanent a punto de morder un bocadillo de catalana.

Yo hoy te felicito, president, porque a pesar de habernos engañado durante lustros, todavía sigues siendo más listo que la mayoría de tus súbditos. Y, con respecto a eso de la conciencia, puedes estar muy tranquilo: tus sucesores nos han robado infinitamente más que tú y han jugado con nuestras ilusiones de una forma mucho más chapucera que no con tu moral de hacer país. Al fin y al cabo, tú fuiste lo bastante prudente como para no cambiarnos el Estatut ni prometernos nunca las cuatro piedras que hay en Ítaca. Tranquilo, Jordi, tranquilo, que lo has dejado todo bien atado y te ha quedado la Generalitat limpia de independentistas. Si yo fuera del país enemigo, querido Molt Honorable, te volvería a hacer español del año.