El president emigrante no solo ha ganado las elecciones, sino que ha hecho inútiles todos los esfuerzos de la maquinaria española por desbancar el independentismo en el Parlament. Puigdemont gana y gana tiempo. Fortalecido, aunque no sabemos para hacer exactamente qué, el Molt Honorable 130 pide una reunión a Rajoy en un país de la Europa civilizada: everything but Spain. La táctica es errática pero inteligente: hasta hace bien pocos días, @KRLS coqueteaba con la estrambótica idea de promover un referéndum sobre la inclusión catalana en la Unión Europea (no has aplicado el 1-O y te inventas una nueva votación, ¡ay, mi madre!), mientras criticaba la parsimonia de Junker y compañía con lo nuestro de la tribu. Con la petición de una cumbre en territorio neutral, el president vuelve a acariciar al continente, aunque sea para contraponer la Europa próspera a España: "Ya lo veis, amigos europeos, mi pueblo me vota y para charlar de política tengo que hacerlo donde no me detengan."

Este es el sueño húmedo del equipo Puigdemont, hoy por hoy: agudizar las contradicciones del régimen constitucional español hasta que implosione y Europa ponga el grito en el cielo ("Si queréis que Puigdemont vaya a la prisión, votadlo", decía el abogado del Molt Honorable, Jaume Alonso-Cuevillas). De eso va la cosa: el soberanismo confía secretamente en que Pablo Llarena impute a todo cristo (cosa que hará gustosamente, no lo dudéis), que la macrocausa derivada del 1-O sea vista como un escándalo internacional y que la señora Merkel tenga la bondad de leer el diario el día en que algún articulista alemán se escandalice viendo a decenas de políticos electos en el banquillo o directamente en la trena. De hecho, Puigdemont podría incluso bloquear la situación política catalana y exigir que se lo invista a él (cosa altamente improbable) o bloquear el parlamentarismo sin fecha límite.

Si el president emigrante apuesta por el "Puigdemont o Puigdemont", podríamos ver el Parlamento disuelto muy pronto, con la consiguiente convocatoria de elecciones, unos comicios donde quién sabe si el electorado de Ciutadans volvería a salir de casa para salvar lo que queda de España y donde quién sabe si el president incluso podría convencer a Esquerra Republicana y lo que queda de la CUP para urdir una candidatura unitaria. Puigdemont puede apostar por la tozudez: "Iré ganando elecciones hasta que no te quede más remedio que hablar conmigo, Mariano". Como ocurre siempre, el presidente español ha optado por hacerse el desentendido y esperar a que las cosas se calmen; pero si Puigdemont saliera escogido de nuevo como president, aplazar la reunión sería notoriamente difícil. Resistir, resistir, este es el mantra del independentismo. Resistir, a la espera de que España baje del burro y abandone el orgullo.

El independentismo ya no habla de independencia sino de forzar una negociación. Aunque hayan perdido votos, el relato de los comuns se impone: "Españoles, pactáis un referéndum o los catalanes os torturaremos con la matraca de lo nuestro hasta que ya no podáis más". Nuevamente, el catalanismo lo confía todo al colapso de España y/o a un cambio de caras en la Moncloa. No estamos en el terreno de la autodeterminación, sino que el emigrante busca el pacto, ahora con más fuerza. Veremos si el tótem cae, pero yo no esperaría muchos milagros, porque —contra lo que pensaba el colega— estos tiempos nuestros no tienen nada de líquido.