Antes del discurso de ayer del president Torra, el pleno del Parlament perpetró el enésimo homenaje a la metodología procesista, increíblemente diestra y científica en el arte de disfrazar la claudicación con ribetes de desobediencia. La cámara catalana votó contra la suspensión de los diputados procesados por rebelión y, acto seguido, aprobó un mecanismo según el cual estas mismas señorías pueden designar un substituto para que ejerza su voto. Como viene siendo habitual, Llarena wins. Así lo recalcó la CUP: si el pleno había rechazado la suspensión (como así fue el caso) no tenía ningún tipo de sentido urdir un mecanismo para continuar contando con los votos de los procesados. Pero, cosas de la vida, todavía andamos inmersos en el mundo de la jugada maestra y de la odiosa sagacidad del ratoncito que pretende engañar al elefante. No hace falta insistir más en ello, porque sabemos dónde acaba tanta inteligencia estratega.

Últimamente, el 131 también se ha especializado en ejercitarse en el jaque al principio de no-contradicción. Hace semanas, había pedido a los ciudadanos que salieran a las calles, para después aporrearlos con gran entusiasmo. El lunes pasado, en un día en el que debíamos celebrar la incontestable victoria del pueblo contra la bofia española, la cosa acabó con nuevas cargas policiales y el Molt Honorable pirando del Parlament con cara de pocos amigos, como una princesa resentida que no acepta silbidos de desaprobación. Ayer mismo, me encantó ver la imagen de los responsables de prensa y de discurso del president interponiéndose como unos niñatos a un periodista de La Sexta que pretendía entrevistarle. Muy pronto, a Quim sólo podrán hablarle sus aduladores y nuestra querida consellera Laura Borràs, que siempre está dispuesta a hacerse un selfie entre sonrisas.

Del discurso, a parte de la loable intención de “convertir Catalunya en una smart nation” (¡no es coña!), hay poco a comentar, más allá de la insistencia en desobedecer las sentencias de los presos políticos (que acabará como la negativa a la suspensión de los diputados: acatándose) y el ultimátum de noviembre a Sánchez. Como ya he dicho muchas veces, el presidente español no tiene interés ni incentivos para negociar un referéndum con los independentistas. En el caso improbable que le hagan caer, tiene las próximas elecciones ganadas y su negativa continuará intacta: esperemos que a la próxima, ERC y el PDeCAT pongan el referéndum como condición de la investidura, de lo cual me permito dudar. Torra podría haber dicho que, en caso de otra negativa del gobierno español, convocaría elecciones. Pero tampoco lo hizo, porque el trono y su comodidad son todavía demasiado tentadores.

Cuando el conflicto va de democracia y de urnas, los ciudadanos defienden sus intereses y el pueblo acaba ganando a la represión

Viéndolo todo en perspectiva, especialmente las protestas nocturnas del 1-O, sólo podemos convenir que, afortunadamente, la gente empieza a estar harta de esta falta de liderazgo, una ausencia de guía que contrasta con la determinación del pueblo que defendió las urnas hace un año. Ahora ya sabemos hasta dónde llega el cinismo del gobierno efectivo, capaz de afirmar que camina hacia la República mientras pacta secretamente un nuevo autonomismo con Madrid. No fueron cuatro descerebrados los que asaltaron el Parlament: antes lo había violentado sus propios diputados indepes renunciando a tratar la cámara catalana como el templo sagrado de la voluntad de sus electores. Ni restituciones, ni mantenimiento de las actas de los diputados: nada de nada. Cuando empiezas renunciando a tu soberanía, es natural, el resto de claudicaciones sólo son una cascada lógica de la misma dinámica. Si no te tomas en serio, como pasa en la vida, nadie lo hará.

Pero del 1-O todavía podemos aprender lecciones: cuando el conflicto va de democracia y de urnas, los ciudadanos defienden sus intereses y el pueblo acaba ganando a la represión. Es por ello que, delante de la insoportable eclosión de ambigüedades en la política catalana, reclamo unas elecciones donde cada partido ponga su estrategia en negro sobre blanco. Si el soberanismo ha cambiado la vía unilateral por la demanda de un referéndum pactado, más allá de que ello me pueda parecer bien o no (que no me lo parece), no lo debe hacer con una mayoría ficticia que apelaba a la restitución y a la desobediencia. Si hemos cambiado la implementación del 1-O por un ir tirando que no se sabe a dónde va, quizás el pueblo tiene derecho a la enmienda. Votemos y clarifiquemos las cosas cuanto antes mejor, y después encaremos las municipales con unas primarias donde los ciudadanos que quieran ultrapasar los programas partitocráticos puedan competir de tú a tú con las formaciones de siempre.

La mayoría soberanista en el Parlament se base en programas que ya han caducado. Si nuestros diputados han mutado de estrategia no pueden negarnos el derecho a opinar sobre ello. ¿No nos dijeron que debíamos poner las urnas siempre que pudiéramos? Pues ahora no sólo se puede: resulta imperativo. A no ser que en ese aspecto también queramos continuar siendo netamente españoles.