Catalunya es aquel lugar curioso donde, no hace muchos años, una élite política prometió al pueblo que restituiría la condición de president y de consellers a una serie de altísimos representantes de la ciudadanía que se habían quedado sin sueldo y trabajo por obra y gracia del 155. Durante un tiempo, el verbo “restituir” se escuchaba por todas las ciudades, pueblos, regiones y márgenes de este bello país; pues bien, tiempo después, inmunizados de la teórica plaga surgida del artículo más famoso de la Constitución Española, el único bípedo que tiene la suerte de haber vuelto a su trona se llama Josep Lluís Trapero. El nuestro, lo sabemos, es un país especial, y lo certifica el hecho que la única alma restituida después del 1-O sea un individuo que admitió la noble intención de detener al Molt Honorable 130 en caso de independencia efectiva.

Este sería un hecho lo bastante excepcional como para recordarlo cada día, de la misma forma en que se dice el Padre Nuestro antes de dormir o lavándose los dientes. Tiene gracia, insisto, que el único, y cuando digo el único quiero decir el único, superviviente de aquellos tiempos de fuego y brasas sea alguien que ha osado decir aquello que ni Rajoy, ni Sánchez ni siquiera el entrañable y tozudo juez Llarena se han atrevido a insinuar nunca; a saber, que tenía un plan para esposar a la más alta instancia del país. Todo eso, en un lugar normal, sería motivo de escándalo o de aquel tipo de mueca que se nos escapa al común de los humanos cuando no lo vemos muy claro. Pero aquí vamos tirando, después de un día viene otro, y métele que al final el viento se lo lleva todo; es así como Trapero sobrevive intacto a cualquier contingencia con vocación de eternidad.

Solo esta condición angélica puede explicar que el Mayor de los Mossos aprovechara el último acto del Día de las Escuadras para condecorar a todo el equipo jurídico y la antigua cúpula de Interior que lo acompañó durante su proceso judicial (como colaboradores externos del cuerpo recibieron una medalla de bronce con distintivo azul y un abrazo de Josep Lluís, dice la web de los Mossos). Lo primero que sorprende del acto, y este columnista reconoce que no tenía ni idea, es su afán omnívoro de otorgar condecoraciones, pues se llegaron a entregar "283 medallas y 9 placas conmemorativas a miembros de la Policía de la Generalitat, Mossos d'Esquadra, de otros cuerpos policiales, de la judicatura y de la sociedad civil". Conciudadanos, no perdamos la esperanza; si la policía entrega 283 medallas cada año, como pasa con la Creu de Sant Jordi, quiere decir que tarde o temprano tendremos un souvenir de la pasma en casa.

La gracia del tema es comprobar una de las derivadas antropológicamente más curiosas del procés; a saber, la mayoría de nuestros administradores confunden las instituciones con su pequeño jardín. Trapero tiene todo el derecho del mundo a guardar un retrato de Olga Tubau en la mesilla de noche, puesto que la espléndida defensa de su letrada le ahorró más de una década en la chirona. Y el Mayor, solo faltaría, puede apreciar a la periodista Patrícia Plaja como si fuera su propia hija (esta notable profesional, y el detalle no es menor, resulta ser la actual portavoz del Gobierno). Pero si el amigo Trapero ya dio cierta nota premiando a Pilar Rahola como Mossa de Honor por su defensa del cuerpo, diría que no es atrevido mirar con cierta extrañeza que te dediques a imponer un galardón a tu abogada y a miembros de la antigua cúpula policial, entre ellos el Mayor instituido... ¡por el artículo 155!

Da cosita, insisto, comprobar como en una administración que todavía osa llamarse independentista, el jefe de la policía es de los pocos españoles que, con la excepción de los diputados de VOX, ha dicho que habría planeado encerrar a Carles Puigdemont en el calabozo y que, por si eso fuese poco, este mismo prohombre le estampa una medallita a una jefe de los Mossos escogido directamente por los amigos de Mariano Rajoy. Son cosas mías, quizás, pero ya sabéis que servidora es un ejemplar de aquello que antes se llamaba hiperventilado (vaya, aquello que de toda la vida hemos dicho un independentista tiquismiquis, un gilipollas que lo ve todo de color negro y se gusta poniendo peros a las cosis). Quizás mañana ya se me habrá pasado y, quién sabe, si dejo de escribir artículos como este de hoy el domingo, tal día el Mayor de los Mossos tendrá la bondad de inscribirme en su medallero particular y regalarme el calor de un buen abrazo.