Leyendo el artículo que el president Torra publicaba ayer en El Nacional, entre otros medios del país, lo primero que me sorprendió del texto era que parecía escrito por un articulista más de la tribu, y no tanto rubricado por la primera instancia política de la nación. Refiriéndose explícitamente a la lucha contra los grupos fascistas —esta gentuza que no solo retira simbología amarilla de las calles del país, sino que explicita su voluntad intimidatoria y de agresión—, el 131 escribía: "La policía catalana tiene que hacer su trabajo. No debemos situarla en el centro del debate político. Ni conviene ni es la estrategia inteligente si realmente se quiere que actúe con eficacia. Sin embargo, ciertamente, su actuación tiene que incluir medidas preventivas y de detección precoz y medidas activas cuando se produzca una agresión."

Decía que me sorprendía el tono del president, porque si al 131 le preocupara realmente la emergencia totalitaria y fascista en el país, como no dudo ni un solo minuto que sea así, lo que tenía que escribir para tranquilizar los ánimos de todo dios, como máximo responsable de la seguridad de todos ciudadanos y de la dirección de las fuerzas del orden, debería haber sido algo parecido a: "La policía catalana hará bien su trabajo y permitirá que todo el mundo pueda expresar sus preferencias políticas en el espacio público común. Como responsable último de los Mossos, me aseguraré personalmente de que se prevengan, se detecten y se erradiquen las muestras de fascismo intolerante a fin de que cualquier conciudadano pueda expresarse con total libertad. Si se producen agresiones, no lo dudéis, se pagarán carísimas."

Desconozco si el tono del artículo en cuestión responde a la natural nostalgia del president por su antiguo oficio de plumífero o si el 130 pretendía hablar sobre fascismo sin apelar al propio liderazgo político, sobre todo si recordamos que su propio conseller de Interior, Miquel Buch, acaba de renovar hace muy poco la cúpula policial catalana con Ferran López (el comisario que estuvo al frente del cuerpo en la sumisa aplicación del 155) como segunda autoridad de los Mossos. Sea como sea, que el Molt Honorable hable sobre un asunto importante como si se lo mirara desde el sofá donde gustosamente escribimos los articulistas y no desde el trono presidencial no es un dato menor. Como dice el 131 con acierto, "el lenguaje es poder y quien lo controla o quien es capaz de manipularlo tiene capacidad para cambiar la percepción de la realidad."

Nada más cierto, amigo president, y por eso me preocupa tu artículo, sobre todo cuando escribes que "no puede haber nadie que quiera ser considerado demócrata que calle, matice o justifique nada ante estos brotes de fascismo en nuestros pueblos y ciudades" o cuando recalcas: "No hace falta ser independentista para actuar con contundencia contra los violentos." Y me preocupa porque bajo esta exigencia de frente común contra la intolerancia huelo el aroma de Companys y sus intentos de sobrevivir como sea en una España que uno querría más tolerante y pacífica. Porque yo diría que sí, president, sí hay que ser independentista para ver cómo se te coacciona la libertad de expresión, y que sí, hay que ser independentista para saber cómo algunos fachas españoles imponen su voluntad a bofetada limpia y sentencias.

Como muchos ciudadanos del país, me pregunto a menudo si esta Generalitat trabaja para hacer efectiva la república catalana o para instaurar la república en España y ayudar al enemigo a salir de su "magma fascista". Sería interesante saberlo, sobre todo para averiguar si la gente que está poniendo el cuerpo y la cara de nuevo en las calles del país con tanta valentía será traicionada otra vez como el 1-O, así como también sería oportuno saber si toda su resistencia será utilizada para volver a intentar, infructuosamente y por enésima vez, lavarle la cara a la pobre España totalitaria.