El lunes pasado, La Nostra estrenaba en franja de máxima audiencia el primer episodio de la serie de ficción Drama y, como es habitual en un producto donde conviven catalán y español, la tuitosfera de la tribu se lo pasó en grande estresándose en su deporte predilecto: la indignación. El debate sobre si la televisión pública catalana tiene que admitir o incluso producir contenidos en español (dado que la mitad de los conciudadanos que sufragan la televisión pública tiene la bellísima lengua de los enemigos como materna) es una discusión tan antigua como mal encarada. Porque los defensores de admitir contenidos en castellano en TV3 basan su argumentación en un calco de la inmersión lingüística en el mundo del audiovisual; a saber, se estaría a favor de una televisión en que la lengua vehicular y primordial fuera el catalán, pero que también admitiera un tanto por ciento menor de contenidos en español.

Como ha explicado perfectamente el filólogo Pau Vidal, la defensa de la inmersión lingüística ha provocado que la mayoría de catalanes la haya santificado. Para decirlo lisa y llanamente, la inmersión no sólo ha fracasado, porque todavía a estas alturas hay miles de alumnos que han pasado por ella y no son catalanohablantes o tienen serias dificultades para utilizar nuestra lengua, sino que, siendo sinceros, tampoco es la lengua vehicular de enseñanza en muchos de nuestros institutos. Glorificando la inmersión, en definitiva, nos hemos hecho un favor tan flaco como el de pensarnos que nuestros hospitales eran mejores que los de Suiza. Pues no, la inmersión (¡bendita sea, pues sin ella todavía estaríamos peor!) no ha conseguido que el catalán sea la primera opción de los hablantes del país y es un corpus legal absolutamente insuficiente con el fin de hacer frente a la castellanización progresiva que afronta nuestra lengua.

A consecuencia de eso, entramos en una segunda falacia todavía más profunda de averiguar; aquella según la cual el español no tiene una presencia importante en los medios audiovisuales catalanes. Nada más lejos de la realidad, pues el aumento del uso del español en TV3 y en Catalunya Ràdio tiene un nombre bien claro y se llama catañol. Un ejercicio muy fácil: consultad un vídeo de la televisión pública de hace veinte años, ya sea un informativo o cualquier contenido de ficción, y comparadlo con el equivalente de este año; os estremeceréis de cuanto se ha naturalizado el nivel de contaminación de castellanismos en el habla habitual de los medios. No es que el español esté presente en TV3, sino que su capacidad de contaminar la lengua catalana es una plaga con una fortaleza que dejaría la Covid-19 en ridículo. Si lo aplicamos a los contenidos donde el catalán se dirige a los millenials, la cosa ya pasa de brote a plaga.

El problema de la serie Drama u otros productos audiovisuales parecidos es, que, en ellos, el español (y el catañol) se utiliza como la lengua natural en un determinado registro asociado a la juventud

El lector podría argumentar que este es un fenómeno presente en otras lenguas de una forma natural (el caso más citado es de nuevo el español que, en los EE.UU., sobrevive perfectamente importando numerosísimos anglicismos), pero en esta dinámica hablamos de dos lenguas con una fuertísima presencia de mercado que no peligran por la contaminación de la otra y que tienen un potencial léxico y de registros bastante rico para que la aceptación de términos no haga peligrar la raíz. A su vez, cuando uno habla de contaminación siempre es atacado con el fantasma del purismo. Servidor, como tantos otros compañeros filólogos y escritores, de tiquismiquis no tiene nada: yo hablo barcelonés, y por lo tanto soy la mar de feliz comiéndome un bocadillo o yendo sacar la bassura mientras me fumo un piti, porque la presencia de un tanto por ciento de argot en mi hablar no hace que mi lengua sea menos genuina.

El problema de la serie Drama u otros productos audiovisuales parecidos es, que, en ellos, el español (y el catañol) se utiliza como la lengua natural en un determinado registro asociado a la juventud. Se admite que para charlar sobre ciertas cosas y en un determinado tono el catalán es poco enrollado, es demasiado estricto. Todos hemos vivido, por ejemplo, numerosas situaciones en que una persona que se expresa perfectamente en nuestra lengua cambia al español cuando tiene que introducir un comentario gracioso a la conversación ("¿pero que me estás contando, pavo?") o cuando la conversación se acerca al sexo, a las series o a los productos audiovisuales. Esta es la peor forma de discriminación del catalán, temática y de contenido, según la cual, insisto, seguimos admitiendo el prejuicio de que nuestra lengua ya va bien para conversar sobre la Moreneta o el cultivo de la alcachofa, pero que resulta anticuada y carca cuando uno se dispone a charlar sobre meterse una raya, encular a la vecina o coger un buen pedo.

De hace unos cuantos lustros, la televisión pública no sólo fomenta este gueto del catalán en según qué ámbitos, sino que lo intensifica con la presencia cada vez más repulsiva del catañol en su parrilla. Y lo más preocupante es que esta permeabilidad, antes exclusiva del audiovisual, se está extendiendo de forma muy rápida a la mayoría de ámbitos culturales del país. Os pido otro ejercicio: si vais al teatro, fijaos en la diferencia de dicción entre los actores más veteranos y los más jóvenes. Entre los últimos, si tenéis la suerte de pescar una ele geminada o una ese sonora, os invito a cenar donde os plazca. Si la contaminación mencionada sucediera al revés (es decir, que el español que se habla en Catalunya sufriera el nivel de intrusión de palabras y de expresiones catalanas que ahora mencionaba) ya os puedo asegurar que tendríamos el territorio lleno de inspectores de la RAE enmendándonos a golpe de maza.

Todo eso os pueden parecer problemas menores. Pero, como no se ha cansado de repetir Carme Junyent, todas las lenguas que han sufrido un proceso de contaminación y posterior sustitución que ha acabado en su muerte han tenido un factor común entre sus hablantes: nadie lo esperaba y, cuando se intentó reaccionar, ya era demasiado tarde. Pues, venga, aquí tenéis el drama.