A veces hay de esas noticias importantísimas susceptibles de provocar un ruido estentóreo que le pasan desapercibidas al común como la caricia de una cortesana cuando te quiere indicar el camino hacia la alcoba. Así la semana pasada con el otorgamiento del tercer grado al antiguo tesorero de Convergència Democràtica de Catalunya, Daniel Osàcar, condenado a tres años y seis meses de prisión por el Tribunal Supremo debido al trasvase (sic) de comisiones ilícitas de Ferrovial y otras empresas de amiguis al Palau de la Música. A partir de ahora, Osàcar ya no dormirá en el centro penitenciario de Brians 2, sino en un pisito tutelado para presos. La noticia nos sorprendió como una colleja inesperada, y no sólo por el hecho de que Osàcar haya pasado sólo setenta y cinco días en la prisión (¡ingresó a finales de junio!), sino porque el tercer grado de la condena al antiguo courier de Convergència ha sido propuesta por fiscalía.

Así pues, mientras Millet y Montull pasarán los días jugando al dominó en la trena, recordando las antiguas noches de gloria, conciertos y putas, Osàcar (el hombre a quien Artur Mas todavía ahora dedica elogios cuando come en el privado del Isidre) podrá disfrutar de un régimen de semilibertad y todo por obra y gracia de un altísimo representante de la pérfida judicatura española. No es la única sorpresa a comentar, pues, como avanzaba la seductora cazanoticias Lola García hace pocos días en La Vanguardia, el equipo de Pedro Sánchez ya trabaja con Jaume Asens (actual virrey catalán del kilómetro cero) un proyecto de modificación ad hoc del Código Penal que "actualizaría" los delitos de rebelión y de sedición recalcando la violencia física, medida que provocaría una relectura de las condenas a los presos políticos y, si la providencia no lo impide, acabaría en su libertad en poco más de un año.

Dios me libre de comparar a Osàcar con nuestros presos políticos (muy al contrario, el antiguo tesorero de Convergència fue un pobre comisionista más bien gris, mientras que nuestros queridos líderes han cometido errores y nos han colado historias mucho más graves para el país que cuatro sobres rebosantes de billetes de quinientos), pero estas son dos noticias que explican muy bien la rendición del independentismo al poder español. Por una parte, y como se ha hecho con todos los culpables de financiación ilegal de los partidos, el Estado ha acabado exonerando a un convergente de toda la vida, y no sólo porque haya perpetrado fechorías muy menores a las de sus equivalentes madrileños, sino también porque al poder central le interesa vivir en paces con la Convergència as usual, ladronzuela pero pactista.

Se podría entender que la prensa de la tribu pase de puntillas por el enésimo trato de favor al miembro de una trama corrupta del país, pero que se acepte como normal una pax romana que acabará con cualquier pretensión independentista diría que ya es pasarse

Por otra parte, negociando con los partidos catalanes una reducción exprés de su delito con la mediación de los Comunes, los aparatos ideológicos de España se aseguran de que los líderes que han pasado por la prisión sigan influyendo en la vida política catalana durante décadas. Para decirlo alto y claro, los enemigos tendrán la absoluta certeza de que los presos políticos seguirán ejerciendo la vía del procesismo (a saber, aquella conducta que consiste en declararse independentista pero no hacer la independencia jamás de los jamases) y Catalunya se dormirá en la letargia de un nuevo pujolismo de líderes muy carismáticos, con el glamour de haber pasado por chirona y la represión, pero ligados de pies y manos a la hora de hacer algún avance sustancial en la soberanía del país. Para ver el gesto no hay que ser un gran analista, pues eso de reformar las leyes para asegurar la pervivencia el antiguo régimen es pura marca España.

Lo que sí que sorprende en gran manera es como mis conciudadanos asisten impasibles al enésimo atado y bien atado de nuestros queridísimos vecinos (que cuenta, evidentemente, con la aquiescencia de la cúpula del independentismo, que es igualmente contraria a la libertad de los catalanes) sin inmutarse ni escandalizarse. Se podría entender que la prensa de la tribu pase de puntillas por el enésimo trato de favor al miembro de una trama corrupta del país, pero que se acepte como normal una pax romana que acabará con cualquier pretensión independentista diría que ya es pasarse. La cosa no me tendría que sorprender, visto que los partidos catalanes no han hecho sino mantenerse en aquella existencia tan propia del catalanismo consistente en gritar mucho pero no tirar ningún papel al suelo. Pero de los ciudadanos, incluido de mí mismo, esperaba un poquito más de rebeldía.

Admito la culpa de tener anhelos tan naíf, impropios de alguien que aspira a la condición de filósofo. De hecho, si alguna cosa nos ha enseñado el bichito amarillo de Wuhan es que de acatar el Estado los catalanes somos especialistas. Quizás la cosa es muy lógica; a base de ejercitarnos en la obediencia y en el no ajustar las cuentas con nuestras altísimas instancias, hemos acabado convirtiéndonos en un pueblo perfecto de cara a disimular las rendiciones. Si todavía os cuesta verlas, no sufráis, que en el futuro tendremos a espuertas y ejercitarse en la caza al vuelo será todo un entretenimiento...