Habría que tener el alma de bronce para no conmoverse con el discurso del actor Jesús Vidal en la pasada gala de los Goya. Afectado de una discapacidad visual muy grave (casi un 90% de ceguera), Vidal trenzó una oda a la inclusión con la que, a priori, parecería imposible no estar de acuerdo. Pero los sentimientos, ya lo sabéis, siempre se equivocan... y pecan. Pues la película en la que el actor sobresale incuestionablemente, la también premiada Campeones, no deja de ser el clásico producto de la sociedad de masas a partir de la cual las discapacidades, especialmente las mentales, se nos presentan como un algo simpático (a saber, que no nos tendría que dar miedo a los "normales") y digno de santa compasión. De hecho, este es un producto visual que hemos visto repetido manta vez, ya sea asociado al autismo ―Rain Man― o al más habitual síndrome de Down, que cuenta con un montón de filmes.

La mayoría de estas películas pecan de un etnocentrismo evidente, por el simple hecho de que son escritas, dirigidas y producidas por gente que no sufre un impedimento mental. Como es evidente, uno puede identificarse con algo considerado malo sin tener que sufrirlo obligatoriamente, pero el problema emerge cuando la enfermedad entra a formar parte del espectáculo con el único objetivo de conmover, como pasa cada año, con ocasión de Navidad, con este programa pornográficamente execrable y abusivo que denominamos La Marató. La enfermedad, y más todavía si es mental, es algo que se resiste a ser representada. Eso no quiere decir que se tenga que dejar de hablar de ello, pero justamente por su carácter de significado excluyente hay que ser muy cuidadoso de aplicar tópicos cursis más bien destinados a limpiar conciencias que no a promover la inclusión de los enfermos en la vida cotidiana.

A mí me produce mucha lástima ver como hay gente que se puede aprovechar de un mal para sacar un extra de pasta y limpiarse el alma ante la opinión pública

Campeones tiene secuencias que se podrían adivinar antes de ver la película, como el clásico gag de un entrenador tirándole la pelota a un jugador discapacitado pensando que la cogerá con los reflejos de un jugador profesional, escena que, como podéis suponer acaba con el balón dándole un buen hostión en la cara. Discursos como el de Jesús Vidal en los Goya atacan al hígado, sin embargo ―en el fondo― las productoras de cine son perfectamente conscientes de que, convirtiendo el mal en una mercancía, ahorran un debate real sobre el papel de los conciudadanos que sufren una discapacidad mental. De hecho, es bastante evidente ver como se tiende a tratar a los enfermos de síndrome de Down como niños; es decir, como si fueran totalmente gilipollas, en vez de tenerlos como un ser racional más. El sentimiento, como pasa siempre, acaba sustituyendo la inclusividad que tendría que existir siempre.

A mí me produce mucha lástima ver como hay gente que se puede aprovechar de un mal para sacar un extra de pasta y limpiarse el alma ante la opinión pública. Y todavía me da más pena cuando veo que la cosa les funciona a las grandes compañías cinematográficas, que ya pueden colgarse la medalla de haber hecho una peli con tullidos para, justo el día siguiente, continuar con el mismo y escaso sentido de la impudicidad a la hora de alejar a los enfermos mentales de la vida laboral. Si queréis saber qué piensa y cómo vive uno de estos seres, hablad con él cara a cara. Pero hacedlo sin micrófonos, sin estatuillas y, si puede ser, a plena luz del día. Lo siento, muy de vez en cuando hago artículos moralistas. Pero en este caso vale la pena.