El alcalde de Manlleu, el republicano Àlex Garrido, acaba de dimitir de su cargo después de que circularan por el vertedero de las redes unas imágenes de este pasado verano en que se le ve ebrio en una discoteca mientras dos agentes de seguridad le invitan a abandonar el local. En un comunicado de una indigencia mental mucho más censurable que ir borracho por la vida, el antiguo responsable municipal justifica su renuncia aduciendo que "mi comportamiento es del todo censurable, teniendo en cuenta la situación crítica que atraviesa el país y nuestra ciudad", añadiendo también que los representantes públicos siempre tienen que ser ejemplares, "incluso en los hechos circunscritos a la vida privada." Antes de que el pobre Garrido, al que no tengo el placer de conocer en persona, abandone la política y que los guardianes de la moral añadan una nueva víctima a su cómputo demencial, hablemos de la ejemplaridad.

En primer lugar, recordemos una idea bien simple a los talibanes de la ética: coger una buena turca, pillar uno ciego de cojones o ir pedo toda una noche en la coctelería predilecta no tiene nada de poco ejemplar. Es cierto que un cargo político presupone y tiene que tener un peso simbólico que fundamente la dignidad, y que el alcalde de Barcelona o el presidente de los Estados Unidos no pueden comparecer mamados a un acto oficial ni pasar una parte sustancial de su tiempo metiéndose rayas. Pero confundir el alcoholismo o la adicción con una noche de farra (por larga que sea), apurar un porrito o regalar la geometría bellísima de la dama blanca a la Visa es digno de una sociedad dictatorial. Sí, Àlex; en el vídeo en cuestión se te ve que vas com una cuba, llevas una pedal de esos que hacen historia, pero si has ejercido tu cargo poniendo el máximo de tu talento y horas de trabajo, créeme, por mí eres todo un ejemplo.

Catalunya ha visto como líderes políticos que mentían repetidamente al pueblo con sus promesas de tres al cuarto todavía tienen la osadía de presentarse al común en forma de referentes morales, mártires de la patria y vírgenes maría del sufrimiento

Que la ciudadanía se reserve el derecho de dirimir el ocio de sus políticos, su tiempo libre privado, es una barbaridad propia de inquisidores. Es precisamente cuando los tiempos son críticos, cuando a un líder le circulan decisiones que pueden afectar a millones de personas en el encéfalo, que su albedrío para relajarse u olvidar la presión se tiene que volver sagrado. Mientras los cursis apelan a la excusa de la transparencia y de la ejemplaridad, el conservadurismo avanza imparable. El pueblo no es nadie para meterse en la mesa, en la cama o en la bragueta de sus representantes políticos y más todavía cuando sólo le mueve la morbosidad malsana o el execrable resentimiento de clase. Sólo faltaría que un alcalde que ha trabajado meses para su ciudadanía mientras veía morir a sus vecinos no pueda curarse el estrés con una noche rebosante de chupitos de bourbon. Si el alcalde ha hecho el trabajo, a partir de medianoche me importa un pepino lo que haga.

Catalunya ha visto como líderes políticos que mentían repetidamente al pueblo con sus promesas de tres al cuarto todavía tienen la osadía de presentarse al común en forma de referentes morales, mártires de la patria y vírgenes maría del sufrimiento. Aquí en la tribu hemos podido degustar una ensalada de incumplimientos difícilmente superable, desde presidentes que no han aplicado referéndums vinculantes, a hojas de ruta de altos vuelos poéticos que han acabado en odas al humo, y ni puto dios ha dimitido ni ha pedido perdón a los electores. ¡En cambio, ahora va y Garrido, pobrecito mío, tiene que abandonar la alcaldía para no ofender el Espíritu Santo de Lledoners y su asquerosa y cínica moral del mire-es-que-soy-buena-persona! La política catalana se ha convertido en una broma infinita que se supera a diario: los traidores dan clases de ética y un crío que sólo se ha regalado una buena cogorza tiene que esconderse en casa como uno apestado.

Àlex Garrido no ha cometido una temeridad, como sí hizo un antiguo responsable municipal badalonés conduciendo como uno loco de noche por el Eixample, ni ha manchado la importancia de su cargo como cuando nuestra benemérita consellera de Salud decidió saludar a su familia en pleno confinamiento mientras los médicos catalanes trabajaban en la mayoría de hospitales del país dejándose la piel y, literalmente, poniendo en peligro su vida sin saber cuándo cojones volverían a casa. Àlex Garrido ha aprovechado una noche de verano para salir de jarana, como tú y como yo hemos hecho miles de veces (y si no lo has hecho, querido, qué vida más aburrida y penosa). Àlex Garrido ha abrazado la copa de un gin-tonic como si fuera Santa María de Manlleu reencarnada con la apariencia de Natalie Portman. Sí, ¿y qué? Es su vida privada, su tiempo de ocio y de descanso, y harías muy bien sacando la nariz de aquello que sólo a él corresponde.

¿Te parece, querido lector, que el alcalde de Manlleu ha hecho algo poco ejemplar? Pues te recomiendo que no te mires aquellos vídeos y entrevistas de KRLS y Oriolet de antes y después del 1-O cuando juraban que nuestro sacrificio haría vinculante el referéndum. No vuelvas, créeme, porque si eres tan quisquilloso con eso de ser ejemplar acabarás en la barra del bar friéndote a cervezas con lágrimas en los ojos, y todavía vendrán los vecinos a regalarte sermones. Leo que la renuncia del alcalde de Manlleu no tiene que hacerse efectiva hasta el lunes. Pues bien, Àlex, si lees este artículo y crees haber hecho tu trabajo con dignidad, haz el favor de repensártelo y continuar en el cargo. Sé ejemplar, no claudiques y manténte firme. Si me haces caso, lo celebramos fent un got en Manlleu. Yo, si no te sabe mal, lo llenaré sólo con agua de Vichy, que de eso de mamar hice una cátedra y ahora me porto muy bien.