El president aterriza temprano en la oficina, en el preciso instante que la primavera empieza a despertar la Plaça Sant Jaume y hasta las palomas tísicas del Gòtic parecerían entonar un Ave Maria. Cuando no tiene visitas por la mañana, al president le gusta pasar tiempo solo en el antiguo despacho del avi Macià, una modesta sala donde todavía se esconde la bella mesa con la que Lluís Companys se carteaba con el vulgo. Imaginad a nuestra más alta instancia acariciando el mueble mientras lee el diario Ara: la mesa, piensa, es incómoda de cojones, pero tiene esta forma singular de letra u, teñida con mil cajones, que envuelve la muyhonorabilidad de un aire dignísimo. Hoy el president ha empezado el día muy risueño: mientras estaba en el coche oficial, Pilar Rahola le ha enviado una foto de ella misma con su antecesor des de la choza de Waterloo con un texto que reza: ni un pas enrere. Los tres comparten un grupo de Telegram. La conversación se acaba aquí, pero el president querría hablar con Carles muy pronto. Todavía no le ha dictado cuáles serán sus nuevos consellers y le gustaría ser, comprensiblemente, una de las diez primeras personas en saberlo, antes de firmar el correspondiente decreto y enviarlo al DOGC.

¡A currar, pues! El Molt Honorable corre apresado hacia el Pati dels Taroners, donde les espera una delegación de miembros de la Agrupació de Colles de Geganters de Catalunya con quien departe alegre y extensamente, interesándose por las actividades y talleres de la próxima Fira del Món Geganter que se celebrará en Castellterçol. Al president le satisface en especial que el evento incluya un taller de afinación de grallas, uno de los instrumentos de la nación, y promete asistir a la conferencia titulada Els capgrossos: les figures més abundants i les més incompreses. Ja m’agradaria poder quedar-m’hi tot el dia”, dice el Molt Honorable a los hombres que le rodean, mientras sus asesores comentan como la primera autoridad “millora moltíssim en el tête-à-tête”. Mientras el tiempo pasa, el president no había recordado su despacho con Elsa para antes de comer. La consellera le confirma que se largará al otro lado de la plaza y que Carles y Turull-a-la-presó ya han dictaminado quién será su sucesora a través de la técnica digital. Dicen que es de La Garriga. Mientras Elsa le cuenta sus planes para Barcelona, el president piensa en Manuel Blancafort, músico de la zona, y en cómo le gustaría visitar su fondo musical en la Biblioteca de Catalunya.

Al Molt Honorable le gusta comer en Palau con sus amigos y, finalizada la infesta, servirles un vasito de ratafía entre risas. Hoy le visitan par comer gratis (y mal) la peña de la Revista de Catalunya, que antes ya se han zampado una buena dosis de canapés con Laura en el Palau March. Al president le gusta mucho que la consellera en cap asista a las comidas, y así se ahorra el parloteo. Laura tiene una gran capacidad para relacionarse con todo el mundo y –a su vez, como si Dios le hubiese regalado dos encéfalos– de imaginarse los cambios de mobiliario que introducirá en el lugar cuando ella mande. Finiquitado el tortel, el president se excusa porque la tarde resulta intensísima. Les esperan cuatro reuniones sin un minuto de descanso, y aquí todo el mundo quiere hacerse la foto de rigor. Primero, la Associació Catalana de Puntaires, después un comité de La Casa dels Entremesos, más tarde la Coordinadora de Ball de Bastons de Catalunya y al final del día, cuando la oscuridad ya acecha el alma, la Federació Catalana de Pessebristes, que, previsora ella, ya imagina la próxima feria de Santa Llúcia. ¡Así, piensa el president, no gobierna ni dios! ¿Quién puede firmar un decreto, o una simple ley, cuando todo el país, en su infinita riqueza, se te presenta en la oficina?

De vuelta a casa, el president comprueba si ha recibido algún mensaje importante de Waterloo en su teléfono móvil. Pero nada de nada. Pilar sólo le ha dicho que está a punto de tomar el avión y que, si a caso, ya le escribirá mañana, que está muy cansada. Mientras se larga de Palau, el Molt Honorable echa un último vistazo al balcón de Sant Jaume, precioso y todavía con el cartel de los presos y el lazo amarillo. “Tant de bo pugui mantenir-lo aquí i m’inhabilitin aviat”, piensa con aires de nostalgia, como si el aroma de la mesa de Lluís Companys ya fuera indiscernible de su colonia. Ha sido un gran día, un gran día para Catalunya. Un día en la vida del president.