Cuando hace dos años entrevisté a la comunicadora y filóloga en construcción Juliana Canet para mi querido ElNacional.cat, justo cuando apenas empezaba a romperlo en Youtube e Instagram con sus vídeos llenos de gracia e ingenio, necesité pocos segundos para ver que me encontraba lejos de un producto de masas circunstancial. Como vi enseguida que Juliana era una mujer inteligente, con el menor paternalismo posible le advertí que, si seguía triunfando en las redes, la telaraña comunicativa de la Corporación Catalana de Medios la acabaría tentando para hacer programas mucho menos interesantes de lo que ella ya hacía, y todo por cuatro duros que podrían parecer muy tentadores, pero que podrían estropear su carrera de una forma fulminante, aparte de quemar su fresquísima imagen y acabarla raholizando fatalmente.

Como pasa casi siempre, no me equivoqué, y Juliana ha seguido trabajando en programas de Catalunya Ràdio y apareciendo a menudo en TV3 haciendo cosas que ella misma podría haber urdido mucho mejor en plataformas propias si hubiera tenido la ambición —tal como le aconsejé— de edificar un negocio propio con paciencia y mucho trabajo. Entiendo perfectamente que Juliana, o quien sea de la generación zentennial / millenial, pase olímpicamente de un tipo como servidora, pero no hay que ser un analista muy fino de la cultura para ver como los aparatos ideológicos catalanes están intentando disfrazar la derrota nacional y el pactismo con España tintando los medios tribales y las conselleries con fichajes de nuestros jóvenes más desvelados, con el fin de lavar la alevosía a base de caras jóvenes que hasta ahora han demostrado mucho talento y que ahora correrán el riesgo de caer en la red del listón bajo de la tribu.

Esta misma semana sabíamos que la periodista de veintisiete años Clàudia Rius, que hasta ahora había estado jefe de redacción de la revista Nube y una buena reseñadora de museos en este mismo cajón de sastre digital, fichaba como directora de comunicación del departamento de Cultura. Conozco bien la máquina procesista y supongo que, aparte de la pasta (bastante tentadora en una generación precarizada como la de Clàudia), a la periodista la habrán seducido diciéndole que todo su bagaje en el mundo de la comunicación cultural y museística será importantísimo de cara a la mayor proyección de la conselleria, la suya propia, y toda cuánta mandanga horripilante. Como todo el mundo sabe, a los políticos catalanes la cultura no les ha interesado nunca una mierda, y por eso la noticia me supo realmente mal, ya que el periodismo perderá una figura en crecimiento, fagocitada por la corte de eunucos.

No hay que ser un analista de la cultura mucho fino para ver como los aparatos ideológicos catalanes están intentando disfrazar la derrota nacional y el pactismo con España tintando los medios tribales y las conselleries con fichajes de nuestros jóvenes más desvelados con el fin de lavar la alevosía a base de caras jóvenes

Hace dos años no me hacían mucho caso (ahora la gente va despertando un poco), pero es una cosa bien palmaria que el morro pactista de la administración Aragonès —a través del pacto del régimen del 2021 que está a punto de firmar el Gobierno para renunciar a la independencia a cambio de los indultos— será una cosa tan bestia que los políticos catalanes lo intentarán disfrazar con un feminismo de tres al cuarto y fichando millenials y zentennials para hacerse perdonar cualquier ámbito de crítica. A mí, insisto, me sabe muy mal ver mujeres tan preparadas que se dejan comprar tan pronto y por tan poco dinero, cuando solas habrían podido hacer una carrera espléndida. Pero bueno, queda dicho y escrito. Tienen que saber, eso sí, que cuando las sanguijuelas del poder las hayan utilizado para lavarse las vergüenzas y las echen a la calle, aquí seguiremos para ayudarlas en lo que sea y animarlas a continuar.

Advertí a los más jóvenes de los peligros que implicaba adjudicarse la descripción de gente de mierda y hacer podcasts falsamente gamberros para cuatro adolescentes mal contados, poner el listón bajo en la escritura y producir contenidos de entretenimiento de aquellos que ya te van bien para no meterse en problemas. No era una cosa de tiquismiquis ni un caso de envidia profesional (sé muy bien cómo ha actuado la generación Tapón y no tengo ningún tipo de intención de convertirme en un muro contra el talento de la gente más joven que yo), todo lo contrario; me sabía y me sabe muy mal ver cómo los malos salen adelante a base de lavarse la cara con nuestras mejores jóvenes. Pero bueno, insisto: cuando las hayan utilizado como un clínex, nosotros seguiremos esperando lo mejor que nos pueden ofrecer. Espero que no sea demasiado tarde. Lo espero de verdad, porque la máquina trinchadora no tiene ningún tipo de piedad.