El viernes pasado, Pedro Sánchez salió del Consejo Europeo más feliz que una perdiz, sabedor que después de los indultos a los presos políticos ninguno de sus ilustrísimos colegas del norte le podía decir que España se parece ni remotamente a Turquía. El presidente, como dicen en Madrit, "se gustaba", y fijaos si la alegría era mayúscula que un político poco acostumbrado a filosofar se regaló una chapa importante con la excusa de eso nuestro de la tribu, por mucho que admitiera que ningún homólogo europeo le había hecho un sol comentario sobre la medida de gracia por la que, debe pensar, pasará a la historia de España: "Lo que tenemos que hacer los políticos y los gobiernos es construir convivencia y unir nuestra sociedad", dijo El Magnánimo luciendo lo que mi quinta denominaba una sonrisa Profident, para acabar remachando: "hay momentos en que es útil el castigo y de otros en que lo útil es el perdón."

Mientras escuchaba a Sánchez, recordaba cómo, después de la derrota del 2017, la gente me trataba de chalado cuando advertía que el lenguaje político del procés acabaría tiñendo toda España. Ahora no es nada difícil ver cómo Sánchez está importando la filosofía del junquerismo es amor para recuperar la hegemonía en Catalunya y convertir a Esquerra y Junqueras en los aliados naturales de las élites liceístas del país (que Iván Redondo le haya cogido gustillo a mandar a Sánchez a la ópera cuando visita Barcelona, también lo dije, no es una casualidad menor). Junqueras ya intentó pactar con el PP antes del 1-O para patrimonializar la derrota del independentismo y ocupar el sillón vacío de Jordi Pujol, que todavía hoy resta indefenso ante la dispersión del universo asilvestrado de Junts por el Sueldo. Ahora los republicanos intentan hacer el mismo movimiento con el socialismo de la gracia.

Cuando hablaba con la gente de Esquerra poco después del referéndum, servidora tenía la sensación que los republicanos ya habían digerido que la judicatura castigaría a su líder para darle madera de mártir y que Pedro Sánchez haría todo lo posible para que el paso de los presos por chirona fuera el menor posible. Así ha sido, y por eso Junqueras aprovechó que lo filmaban saliendo de prisión para contrarrestar la alegría de la mayoría de los cautivos con un rostro marmóreo (mientras Cuixart cantaba sonoramente "¡Es una victoria, es una victoria! ¿Cómo tenemos que actuar, como si fuéramos a un entierro?", Junqueras respondía de forma muy reveladora: "No, no, entierro, entierro, que entonces parece que nos alegremos de que haya muchos represaliados, no, no."). Cargándose el sufrimiento de los asediados por el estado, Junqueras pretende monopolizar el discurso victimista y ser el hombre de Sánchez en Catalunya.

No es nada difícil ver cómo Sánchez está importando la filosofía del junquerismo es amor para recuperar la hegemonía en Catalunya y convertir Esquerra y Junqueras en los aliados naturales de las élites liceístas del país

Después de proferir su turra sobre el castigo y el perdón, a la mayoría de mis colegas independentistas les faltó tiempo para teclear compulsivamente contra el cinismo del capataz del PSOE (el ínclito Canadell incluso osó, y me perdonaréis la expresión de boomer, recordarle el oficio de su madre), acusándolo de tratar a los catalanes como una especie de niños a los que hay que guiar palmo a palmo y con zanahorias. Lo que no saben –o no quieren admitir– los compañeros de militancia es que lo único que está haciendo el presidente español es copiar punto por punto el argumentario junquerista (y sanchista; de Jordi, en este caso) según el cual el 1-O no tuvo un valor vinculante y es una fecha que hay que vaciar de significado político. Sánchez no nos trata como niños; hace una cosa mucho mejor pensada, y es calcar el lenguaje y la táctica de las élites indepes que nos han tratado de enanos para utilizarnos.

Eso explicaría, en definitiva, toda la retórica pseudorreligiosa y barata del presidente español sobre el castigo y el perdón. Si los mismos líderes independentistas ya han reconocido más de una vez que el referéndum fue una reedición del 9-N (ambientado con las porras de Rajoy), vendría a decir Sánchez, pues ya me dirás si los tenemos que castigar por un acto que ni ellos mismos consideran relevante. En este diálogo nihilista en que el crimen menor se puede salvar con un perdón bien ensayado, el junquerismo resulta la filosofía ideal para curar heridas y regalar a los catalanes un self-help de bolsillo con que puedan ir tirando durante unos lustros. Si el catolicismo pujolista sirvió para que los catalanes tuvieran unos sedimentos fuertes para mirar hacia otro lado cuando Xirinacs hablaba de la estafa del régimen del 78, ahora será el junquerismo el que será útil, porque cuando se hable de amor y de perdón todos los que insistimos en la traición seremos vistos como unos frikis.

Que nuestro querido Miquel Cabal acabe de regalarnos una maravillosa traducción de Crimen y Castigo (compradla enseguida en La Casa dels Clàssics) es una de aquellas chispas de las casualidades que parecen hechas a propósito como guía para leer el presente. Ahora que se acerca el calor, yo me la reservaría como lectura obligada de verano. Fyodor escribía tochos que quizás son un poco incómodos para llevar a la playa, sin embargo, creedme, el chico anticipó el futuro con una genialidad de órdago.