Debes de estar pensando qué harás cuando acabe todo esto; si primero montaréis una cena bestial con el grupo de colegas de la videollamada que hacéis cada día antes de dormir, pegados a la pantalla, o si saldrás a la calle y repartirás abrazos compulsivamente a vecinos y desconocidos, como en aquella peli del suicida que recapacita sobre esto de tirarse de un puente cuando el espíritu navideño le recuerda que la vida familiar vale la pena, o quizás quién sabe si hasta te animas a quitarte la vergüenza de encima para llamarle, decirle que te gusta mucho y que querrías celebrar la reganada libertad follando con ella hasta que la curiosidad del sexo imaginado os agote la piel. El bicho este de los cojones te ha regalado la ilusión de hacer tabula rasa y es bien lógico que fantasees con retornos que serán como primeras veces, la entrada triunfal a tu restaurante predilecto, el abrazo al amigo, y me callo ya que la prosa se me adulza de cursilería como si fuera procesista. 

A mí, faltaría más, también me gusta filosofar y, enfermo de la cosa pública, no puedo parar de imaginar las grandes proclamas morales cuando, a decir de los plastas, “se haya ganado la batalla contra el coronavirus.” Anticipo científicos, ministros, y sobretodo presidentes de todo el planeta apelando a la unidad (a la suya, puesto que todo dios querrá traficar con la ilusión de un pueblo diferente para sacarle rédito electoral), y puedo ver como estos mandatarios esprintarán a fotografiarse con médicos, enfermeras y personal de bata blanca en general. La apoteosis del amor por la sanidad pública será una cosa bárbara, ya lo veréis, y durante días se organizaran jornadas de puertas abiertas en hospitales públicos, los niños del Eixample se harán selfies con las enfermeras del Clínic i TV3 hará un Sense Ficció recordando como los doctores nos alargan la vida a pesar de hacer jornadas de mil horas y cobrar un sueldo de la Europa del sur, putos recortes.

Toda falsa guerra tiene a sus gigantes, porque generalizar el heroísmo (repartirlo equitativamente entre el anónimo conductor de ambulancia y el nuevo médico estrella de la crisis) es la mejor forma de descafeinarlo; y es así como, os lo juro, todo este sufridísimo personal sanitario tendrá calle propia, la respectiva escultura conmemorativa en un espacio polivalente de Riudellots, y toda cuanta mandanga judeocristiana que se pueda enmarcar en una placa. También podéis anticipar las proclamas políticas: “doctoras, enfermeros, y todo el personal de los hospitales de la patria nos han dado una lección a todos, y es así como declaro que, a partir de mañana mismo, el Govern tramitará (ecs) un paquete (ecs) de medidas para implementar (ecs) una mejora de las condiciones laborales de estos héroes.” Pensad en el líder o administración que queráis, que todo será un canto a la cosa pública, a doblar o triplicar presupuestos, a convertir la dignidad en pasta gansa. 

Todo llegará, tranquilo, a pesar de que esto del confinamiento te alimente la pretensión moral

Pero, también lo sabéis, todas estas medidas estrella serán poco más que humo, no sólo porque los estados (el que nos ocupa, en primer lugar) tengan una deuda oceánica, sino porque la política podrá seguir traficando con nuestro desconocimiento persistente de las cosas: porque a pesar de tu interés actual, y que al leerme te ofendas porque hace semanas que te impones cara de conmoverte por los que sufren, cuando acabe todo esto continuaremos sin tener puta idea de cuántos médicos necesita un hospital de Igualada para funcionar como dios manda en una emergencia y te dará mucha más pereza leer una entrevista en profundidad a un epidemiólogo que no relajándote mirando cuál es el tuit con el que Lluís Llach se ha choteado del patrimonio corrupto de Felipe Sesto. Cuando todo vuelva a ser normal, también revivirá la capacidad para engañarnos y estar tranquilos en el mundo de lo ambiguo; pero sobretodo volverá el olvido y su inexorable fuerza.

Ahora se te presenta algo extraño, y ya sé que tienes ganas de pensar en si el primer día de libertad te librarás de la rutina con sushi, un brunch o cascándote un polvete con la querida. Yo estoy aquí para irritarte, pesado y sabiondo como siempre, para recordarte que, de aquí a menos tiempo de lo que crees, cuando los médicos corten la Meridiana un viernes para reivindicar un sueldo digno, bajarás la ventanilla del coche indignado y maldecirás la madre que los parió, porque tú tienes ganas de llegar a Palafolls i retozar un rato y que, quién coño se han creído, tú también levantas el país, que te ganas el sueldo y que tienes todo el derecho a pirar el finde. Todo llegará, tranquilo, a pesar de que esto del confinamiento te alimente la pretensión moral. Anticipa tu olvido. No le tengas rencor. Quiérelo.