A Enric Vila, para que lo lea y descanse

Nos educamos a nosotros mismos para luchar en guerras que nos llegan de lejos, precedidas por un temblor de la tierra que hiela la sangre y presagia ejércitos de fantasmas incontrolables. Es así como diseñamos nuestra armadura, anticipamos cicatrices en el torso y ensayamos la mejor guardia que nos permiten los pies. Yo también me había preparado así; afilando la espada, esperando la embestida, y puedo decir con orgullo que no me daba pavor morir ahogado en una cascada de bárbaros, agonizando mientras cantaba bellos insultos intransferibles a mi lengua. Hace tiempo me dijiste que escribir un libro o un artículo siempre es una lucha contra uno mismo; a fe de Pla que tenías razón, porque en esto de las palabras existe una gracia, el favor de la técnica, pero nada de eso tiene fuerza alguna si no eres capaz de enfrentarte a lo mejor y a lo peor de ti mismo. Cuando eres suficientemente maduro para saberlo entiendes que solo luchas contra tu ser.

Es así como escribes siempre, contra tu espejo, y más en este momento que nos ha tocado vivir, donde todos los espíritus se han vendido por una nómina de migajas, todo el paisaje de la tribu solo huele a tierra quemada y estás solo. Nunca me hubiera pensado que me costaría tanto esta lucha, ni que traducir el miedo y mis paseos a la página me dolería tanto y la fatiga sería tan oceánica. Así he pasado este tiempo, sorprendiéndome a mí mismo con la propia debilidad, viéndome como nunca me había imaginado, de ser héroe contra el ejército invasor a contemplarme arrodillado e impotente ante la página en blanco, pasando las noches con un billete enrollado en la nariz para aguantar mejor la suma de ginebra. No es hora de llorar, que eso ya lo hace cada día la clase dirigente y a ti te pone de mala leche la autocompasión y este tipo de pornografía sentimental con la que el vikingo engrosa la billetera.

Ahora que todo aquello por lo que habíamos luchado se desmorona a la velocidad de los glaciares del ártico que se deshacen porque no reciclamos lo suficiente, o eso dicen los comunistas, ahora que la nación es la putita preferida del reino y en cada esquina sobrevive un virrey a sueldo del monarca, me queda poca energía para glosar la derrota y no puedo permitirme el lujo de aburrirme. Tú en esto tienes más energía y la fuerza de tu proa es suficientemente bestia como para romper todo el hielo imaginable, pero yo me he cansado demasiado con la propia frivolidad y ahora me gustaría hacer otras cosas. Yo solo quiero escribir desde este contra-tú, lo cual quiere decir que solo me adentraré en lo desconocido, sobretodo aquello que me convierte en risible, y situaré mi tedio y mis miedos en el centro de la plaza pública y los descuartizaré como al cuerpo de Mussolini. Ahora solo me queda fuerza para escribir contra mi: ésta es mi lucha.

Tú no sabes descansar, en eso nos parecemos. Espero que en estos tres minutos lo haya hecho posible. Y ahora, de nuevo, a la guerra. Contra uno mismo, siempre contra uno mismo.