La providencia ha hecho que tengamos que malgastar los mejores años de nuestra existencia perdiendo miserablemente el tiempo a detectar las trampas y los cebos con los que el soberanismo autonomista querría minar lo que nos queda de juventud. Habíamos sido llamados a cumplir las más altas expectativas, pero la vida es así y nos tendremos que acostumbrar: pues bien, la última trampa con la que el dependentismo de la barretina querrá posponer sine die la secesión es la de adiestrar las ilusiones de la tribu con la creación de un único partido independentista. Vista la segunda muerte de Convergència (mutada brevemente en el PDeCAT y después aniquilada en la lista de Junts per Catalunya) muchos argumentarán, como hacía ayer Francesc-Marc Álvaro en La Vanguardia, que es el momento para la creación de un marco-partido indepe a la escocesa que aglutine todo el soberanismo bajo el paraguas del centro-izquierda.

Mi oposición a un partido único (que como todo lo que es único, ya sea una calle de dirección única o una persona que dice creerse única, acostumbra a esconder cierta pobreza de espíritu o incluso una supina impostura) es, en primer término, doctrinal. Como pasa con cualquier tendencia política del espectro mundial o extra-planetario, la pluralidad de voces y de partidos que representan una opción, y la consecuente forma plural de llegar a un mismo punto a través de políticas distintas, es siempre más enriquecedora y fuerte que la unanimidad. En segundo término, y todavía más en el caso del marco secesionista, en un país donde las élites han tendido a pactar por sistema con el poder central madrileño para que este le reparta las migajas del pastel, que el independentismo no converja en una única estructura (más manipulable en términos hipotecarios, por así decirlo) es también una noticia bien bonita.

La voluntad de un partido único soberanista sólo pretende salvar el culo a las almas que hasta ahora han llevado el procés al callejón sin salida donde nos encontramos

Pero más allá de nociones básicas de pluralismo político y de ideales comunes, en este instante en que el independentismo vive totalmente falto de hoja de ruta y contribuyó al 21-D sólo con la exhibición de la prisión y el exilio como argumento, el partido único independentista podría acabar convirtiéndose en un receptáculo de ira y de indignación que, como ha pasado con Podemos, haría mucho ruido al inicio para acabar convirtiéndose en un artefacto sin ninguna utilidad. Cuando uno se siente reprimido es normal que busque el calor de cuanta más gente mejor: eso es humano y nada de lo que es humano nos es ajeno, pero basar una estrategia política de éxito en una emoción del todo comprensible a menudo puede llevar a la desgracia. Si el independentismo se agrupa entorno al victimismo y el miedo (por muy justificado que esté gritar cuando te cascan), ni aumentará la base ni contagiará nada más que no sea frustración.

De la misma forma en que la agrupación de electores previa al 21-D acabó convirtiéndose en una forma de blanquear Convergència para que Puigdemont se presentara a las elecciones bajo un paraguas de independientes (cuando menos, en apariencia), la voluntad de un partido único soberanista sólo pretende salvar el culo a las almas que hasta ahora han llevado el procés al callejón sin salida donde nos encontramos. La táctica, bastante de libro, pretende aprovechar el auge de Puigdemont (y la residualidad de la CUP) para acabar de esterilizar Esquerra y convertirla en un nuevo paje de las élites convergentes para que Junqueras acabe siendo un títere. El invento se presenta como un intento de acercar el soberanismo hacia posiciones progresistas con el fin de ampliarlo electoralmente, pero es la cosa más conservadora del mundo, porque sólo hace que manden los mismos de siempre bajo una pátina ideológica mucho más chupi-guai.

Realmente, si la inventiva que tienen algunos fuera igual a su valentía ya haría siglos que habríamos ganado. No obstante, cuando menos, es bueno para todo el mundo que se sepa que hoy por hoy la mayoría independentista del Parlament vive suspirando por referéndum pactado, lo cual demuestra que nunca creyeron en el éxito del 1-O y ni mucho menos en su aplicación. Al final, como pasa siempre, la realidad aflora por sí misma.