La aburrida y (por fortuna) breve campaña electoral que estamos sufriendo antes de predisponernos a la ingesta navideña ha manifestado que —a pesar de discursos encendidos que ya ni mencionan la desobediencia, con la loable excepción de la CUP— el soberanismo se dispone a entrar en la era del pre-autonomismo con cierta parsimonia. En una de estas tribunas barcelonesas donde va gente tan cretina como encorbatada, el conseller Rull se afanaba por volver a la "normalidad institucional" (a la España de toda la vida, para entendernos) mientras confesaba que en la agenda política del independentismo se encuentra la loable intención de profundizar en las posibilidades que todavía puede generar la Constitución española para acordar un referéndum de autodeterminación y negociar, a su vez, una financiación autónoma para Catalunya. ¡Y yo que pensaba, ya lo ve señora, que el 1-O habíamos votado!

Consciente de su falta de solidez, porque eso de pedir pactos mientras se anuncia que irás desplegando la república suena a timo, el mensaje de los partidos independentistas se limita a regurgitar el famoso "si tú no vas, ellos vuelven" deliciosamente esculpido por Pepe Zaragoza en aquella época tan simpática del catalán enfadado con España y Rodalies. De hace días, mis amigos convergentes me envían unos whatsapps fantásticos que me advierten de la peligrosidad de regalar la Generalitat a Inés Arrimadas, copiando punto por punto aquella cosa de la Ferrusola según la cual Montilla y los socialistas le habían invadido la casa. Este es el único punto que parece unir los indepes: hacer todo lo posible para que doña Inés no llegue a okupar nunca el Palau de la Generalitat y Ciutadans gobierne Catalunya con un autonomismo encantado de conocerse y de ir tirando dentro de España.

Dejad a Inés en paz y decidnos qué hará el candidato y el gobierno escogido con la hoja de ruta que habíais dejado a medias

Contra Arrimadas se vive mejor, ciertamente, porque hablar del artículo 155 te ahorra dar explicaciones al pueblo sobre cosas como la no aplicación del referéndum y la pérdida del discurso sobre la unilateralidad. Pero el relato que pone todos los huevos a avisar que el lobo se acerca no acostumbra a traer ningún beneficio. El independentismo siempre ha ganado cuando se ha demostrado propositivo y ha sido capaz de formular un proyecto ilusionante que signifique una mejora para la vida democrática, económica y social de la mayoría de conciudadanos del país. Aquí no se tiene que votar contra nadie, sino a favor de algunas cosas: al soberanismo le habría salido más a cuenta hacer una autocrítica seria sobre sus incumplimientos (con una cierta responsabilidad política y alguna dimisión) que emprender una campaña electoral con el único argumento de parar el tripartito del 155 y la hipotética presidencia de Arrimadas.

Poniendo a Arrimadas en el centro de la crítica, el soberanismo sólo cae en el pecado de publicitar y enaltecer la hasta ahora líder de la oposición, dándole más fuerza. Es una cosa un poco de libro, ciertamente, pero con los estrategas de la tribu siempre tienes que volver al abecedario. Dejad a Inés en paz y decidnos qué hará el candidato y el gobierno escogido con la hoja de ruta que habíais dejado a medias. Parad esta matraca del 155, que no es responsabilidad nuestra, y decidnos cómo pensáis combatir la violencia del Estado contra la ciudadanía. Decid cuál es el plan y no busquéis el canguelo, que eso hace muy hortera. Contra Arrimadas vivís mejor, es cierto, pero si no espabiláis, el pueblo se cansará muy pronto de tanto palique.