Sólo hay una consecuencia positiva de esta vaga taxista, un paro que nuestros sufridísimos auxilios roderos han creído perpetrar contra el capitalismo salvajino cuando, en el fondo, el problema de su gremio es justamente que vive atenazado por la forma más atávica de esclavismo monetario, la tiranía feudal de las licencias (a partir de ahora, chóferes, aparte del pago por cada viaje adjuntaremos al conductor una copia del Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, de nuestro liberal-progresista Smith, y así nos ahorraremos explicaciones de manual). Sólo hay una secuela fausta, decía, de este paro del gremio taxista: por primera vez en muchos años, los visitantes que llegan a Barcelona no podrán ir a la mayoría de destinos turísticos de la ciudad. Primero han protestado airados, pues ven prácticamente imposible llegar al Maremàgnum o al Parc Güell, pero sólo veinticuatro horas después agradecen aliviados a su respectivo altísimo la gracia que les ha regalado poder permanecer unos días en el Eixample.

Viviendo durante unos días en el centro real de Barcelona, los turistas de todo el planeta no sólo se ahorran la espantosa experiencia de visitar la Sagrada Familia, con sus horripilantes pareados arquitectónicos kitsch y su insufrible fachada convergente, colmada de carotas que heredamos del plomo de Subirachs, sino que les es permitido conocer la verdadera esencia de la catalanidad, que, a pesar del procés y su execrable manía de poner cruces amarillas en todas partes (¡incluso bajo el mar!), sigue siendo una combinación única de orden y parsimonia. Estos últimos días es bastante comprobable, especialmente cuando se contempla a los paseadores más liberados del mundo, ciudadanos de los Estados Unidos de América, caminando satisfechos por la Rambla de Catalunya. Ayer mismo, mientras fumaba bajo el pino de mi casa, una joven conciudadana neoyorquina me contaba admirada lo que la había sorprendido la correctísima disposición de la cuadrícula. ¿Y qué se pensaba, señora? ¡Fue Cerdà, y no el plasta de Robert Moses, quien se inventó Nueva York! ¿Cómo, que no lo sabía?

Cuando los taxistas vuelvan al trabajo, serán pocos los excursionistas que habrán tenido el privilegio de conocer realmente Barcelona

Me acusaréis de eixamplocéntrico y complaciente, ya lo sé, porque eso de ofenderse y de opinar, en general, es algo que complace a la gente aburrida. Pero esto que os cuento es estrictamente científico, y sólo así se explica que los turistas que han visitado Barcelona estos días no hagan cara de cura mal sesteado, a pesar de las atrocidades de caminatas a las que se ven sometidos. La mayoría de habitantes del hotel Majestic y del Claris así lo han comprobado, pues para conocer la esencia de la ciudad les es suficiente de transitar por la calle Bruc, visitar las maravillosas pescaderías del Mercat de la Concepció, espiar la beatitud de las tintorerías de la Dreta de l'Eixample y, si procede, haber probado el Dry Martini que hace Ginés Pérez en la terraza del Belvedere. Todo eso, que se puede conocer en un solo día, o incluso en un simple paseo matinal, simplifica la forma catalana de existir. El gobierno de la tribu haría santamente al cerrar todo cuanto chiringuito que tenemos por el mundo y centrarse en la promoción del orden arquitectónico de las calles que recuerdan al imperio.

Al fin y al cabo es una lástima, pues cuando los taxistas vuelvan al trabajo, esta ilusión se desvanecerá, y serán pocos los excursionistas que habrán tenido el privilegio de conocer realmente Barcelona, en la más estricta intimidad de la terraza del restaurante Rilke en la calle Mallorca o en la barra del Gresca, que es donde la cocina catalana se ha apropiado del nuevo diseño de la tapa, elevándolo al más sutilísimo arte. Dentro de pocos días, por desgracia, venga centenares de personas subiendo al MNAC a hacer el lelo, y venga toda la purria, de nuevo, embutiendo la Boqueria para ir a comprar absurdísimos zumos de fruta pastosa. Será una auténtica lástima, porque a pesar de recuperar cierta movilidad, los barceloneses volveremos a ver a los turistas altamente desilusionados, con el mismo rostro de pato torcido que pasearán por el resto de las sucísimas ciudades del mundo. Mientras dure la huelga, fijaos cómo caminan por el Eixample y van comprobando cómo Catalunya inventó la matemática mucho antes que en la mayoría de sus patrias: Còrsega, Rosselló, Provença, Mallorca, València, Aragó. ¿But what is exactly Consell de Cent? Venga, ninfa del Village, que yo se lo explico gratis.