Después del degoteo de artistas que habían renunciado a participar al concierto 'Barcelona ens en sortirem', y para evitar el peligro de que la velada acabara monopolizada por un eterno loop de la tía de Serrat, Ada Colau ha decidido abandonar una idea que, aunque no nata, habría que ser glosada y no debido a su presupuesto, sino porque sintetiza muy bien cuál ha sido durante muchos años la mirada con que el consistorio barcelonés ha filtrado la cultura y, más en concreto, la gestión de la música en la capital. Ventilémonos, ante todo y para evitar caer en la demagogia de la secta tuitera, eso de los 200.000 euracos, una cantidad que podría ser perfectamente asumible por una administración, sólo si considera que gastándoselos beneficia al tejido musical de la ciudad, innova en un formato bien concreto y, en definitiva, aporta algo que se escape en el mundo de los privados.

Siempre será mucho más inteligente, para entendernos, programar un acontecimiento musical de 200.000 euros que 200 conciertos de bajo presupuesto que no tengan ningún tipo de justificación artística o social. El problema del concierto colauer, por lo tanto, radicaba en este tufo de acontecimiento panem et circenses y la justificación de herencia netamente socialista a partir de la cual después de una desgracia o de un tiempo convulso hay que animar a la parroquia sirviéndole un poco de guateque con los grupitos de la tribu. La consuetud de equiparar un concierto a una fiesta mayor podría haber hecho tolerable el invento, pero lo que ya sobrepasa la indecencia ha sido ver como una administración con superávit presupuestario, asustada por la publicidad del coste de la mandanga, continuara con la aventura proponiendo que parte de los músicos tocaran rebajándose el sueldo o de gratis. Eso, directamente, sobrepasa el delirio.

Después de la generosidad mostrada por el sector durante la pandemia, con un tsunami de conciertos gratuitos en las redes, y con la previsión de un verano absolutamente seco de festivales y de conciertos, que la administración municipal bandera del país promueva un concierto gratis et amore es directamente insultante. Que, además, lo organice a través de dos productoras que no están directamente relacionadas con el sector y en un formato televisivo que acerca un acontecimiento musical a la estructura de los años ochenta, ya es de matrícula de honor. Pero la cosa es todavía más surrealista si se tiene en cuenta que la propia ciudad ya tiene una década de experiencia en la gestión de conciertos en espacios alternativos, como ahora los Terrats en Cultura de la organización Coincidències. La próxima vez que quieras montar una jarana en condiciones, Ada, haz menos caso a los geriátricos y llama a Lola Armadàs o a Rafel Plana. De nada.

Dicho esto, la programación y posterior cancelación de este concierto no tendría que ser una anécdota, y podría configurar la excusa perfecta para hacer catarsis y enderezar una política musical, la barcelonesa, que ya lleva lustros siendo caduca. De hecho, un concierto de 200.000 euros bien gastados habría podido ser una buena noticia y todo porque, hijitos míos, si alguna vez llegáis a saber la pasta que ha llegado a ventilarse el Ayuntamiento en laa Mercè, contratando  estrellas internacionales a menudo a un precio superior a su caché (¡incluso en tiempo de crisis!) y compitiendo absurdamente con los formatos festivaleros que impulsan productoras privadas, caeríais desmayados del sofá. Si Colau quiere ayudar a los músicos de la ciudad y suscitar el interés de la ciudadanía, que abandone la tarea de hacer de programadora amateur y que vuelva al activismo de revolucionar la base de la gestión, en este caso des las escuelas a las adjudicaciones a productoras.

Me huelo, no obstante, que esta será una polémica circunstancial más y que, desdichadamente, ni los gestores cambiarán de hábitos ni la ciudadanía se asegurará más de saber cuánto valen se conciertos que programa su administración. Es una pena, porque esta ciudad podría ser un lugar de referencia europea en el ámbito musical. Pero todo eso de los 200.000 se olvidará muy pronto, y la alcaldesa sabe perfectamente que en el próximo chiringuito festivo que organice, con la opacidad oportuna y el cartel respectivo, de eso de la música ya no se preocupará ni puto dios. Y así como siempre porque sí se puede y etcétera.