Hace un par de días, Jaume Barberà publicaba un simpático artículo en Nació Digital (“Roïnesa i crueltat”) felicitándose del giro autonomista de Esquerra y encantado con la renovación de Junqueras, Rovira y Tardà en la cumbre del politburó republicano. Comprando feliz la teoría de ensanchar la base y de matar el independentismo mágico, el antiguo presentado de TVE en tiempos del PP no podía evitar contraponer el nuevo rumbo soberanista del club 80% a una maligna “derecha alternativa de verbo agresivo y dialéctica competente”, con un fuerte carácter identitario y fundamentada en el arte “de organizar linchamientos de presos en las redes o a exigirles que pidan perdón”. Haciendo copy and paste de uno de los clásicos sempiternos del argumentario procesista, Barberà acababa preguntándose si “desde la comodidad de mi sofá puedo pedir a una persona que puede recibir una condena de 25 años que pida perdón”.

Empecemos, pues, el curso para curarse del procesismo con verbo agresivo, dialéctica competente y espíritu pedagógico. Primero, que los presos políticos vivan una situación objetivamente injusta (cosa que servidor nunca discutió) no excluye que su responsabilidad política con los electores a los que se deban pueda volatilizarse como por arte de magia. Para que lo entienda hasta el pobre Barberà; la impudicia de los aparatos ideológicos estatales y la supuesta decencia de los líderes procesistas no son vasos comunicantes. Más fácil todavía: un político puede sufrir una situación dolorosa, cierto es, pero ello no comporta que pueda rehuir los compromisos adquiridos con su votante. La barbarie y la represión no aumenta porque uno ose criticar la trayectoria de un político en el trullo, sino justamente por castrar esta enmienda a las falsas promesas de los líderes de un procés que mintieron a la gente a sabiendas. Léelo poco a poco, Jaume.

La táctica del martirologio tiene un resultado conocido: cualquier persona que tenga un sofá en casa no puede enmendar a los líderes del independentismo que le mintieron

Tras leer este párrafo, acorralado y enrojecido, el procesista como dios manda responde: “lo que quieras, pero ellos están en prisión y tú te dedicas a criticarles desde el sofá de tu casa.” ¡Ay, mi querido sofá, si supieras como te adora la tribu! Bien, continuemos. Este contraargumento es sólo una derivación del primero, fundamentada en la teoría del mártir: a saber, vendría a decir que –a pesar de haber mentido o, como diría mi querido Antón Losada, de haber cambiado de relato político– ellos merecen comprensión por el simple hecho de sufrir una injusticia que contrasta con tu comodidad vital. Éste es el núcleo del martirologio: el mártir es el único que puede hablar de la fe porque, como Jesucristo, él ha sido torturado y aniquilado por defenderla. Traducido a algo menos pedante, el argumento acaba afirmando que sólo el que ha sufrido la represión estatal puede estar en la situación moral de no tener que rendir cuentas, por falsario que sea.

La táctica del martirologio tiene un resultado conocido: cualquier persona que tenga un sofá en casa, es decir la mayor parte de la población, no puede enmendar a los líderes del independentismo que le mintieron. El argumento, como sabe hasta un bebé, se refugia en la represión del estado para evitar contar la verdad a la ciudadanía. En el caso que nos ocupa, ello quiere decir que sin presos ni exiliados, se habría masacrado a Junts pel Sou y Esquerra Republicana de la Luchas Compartidas pero que la represión española no lo permite. La consecuencia final, con un chantaje emocional de libro, es que uno ha de taparse las vergüenzas con la propia corona de espinas. Esta es la voluntad última de los políticos procesistas y, efectivamente, no puedo imaginarme una forma de timar a la gente que sea más ruin y cruel. Todas y cada una de las letras de este artículo, aclaro finalmente, han sido escritas desde la comodidad de mi sofá.