El domingo pasado, la mayoría de compatriotas de la tribu celebraban la primera estocada andaluza del más que previsible ocaso de Ciudadanos en toda España. La esfera tuitera catalana es especialmente proclive a escudar la derrota y las miserias del independentismo en las pequeñas muertes que experimentan los partidos españoles, y fue así como la mayoría de bípedos aprovechó el vertedero de Twitter para burlarse de Inés Arrimadas y los suyos. Que Ciudadanos acabará muriendo es bastante evidente, pero resulta igualmente patente que la suya ha sido una historia de éxito, en el sentido de que la formación naranja fue creada con unas intenciones muy determinadas que ha cumplido con creces. Los intelectuales que fundaron el antiguo partido de Rivera tenían dos determinaciones rectoras: conseguir una alternativa ganadora (y españolista) al PSC en Catalunya y hacer explotar el consenso sobre la inmersión.

Dicho y hecho. Arrimadas no sólo ganó unas elecciones al Parlament (después gestionó como el culo esta victoria, pero esto es otro tema), sino que ha conseguido que tanto el PSC como el PP se radicalicen hasta convertir políticos como Josep Piqué o Pere Navarro en auténticos maulets. A su vez, Ciudadanos ha dinamitado el pacto de la inmersión, y sus tesis de fondo no sólo se han acabado imponiendo en una nueva ley del catalán que acepta por primera vez porcentajes de español en la escuela, sino que Rivera y compañía han conseguido que el poder judicial de nuestros enemigos sea el que determine el espíritu del texto. Nos puede dar toda la rabia del mundo, y entiendo que cueste hacer el ejercicio que propongo en un país tan poco resultadista como es Catalunya, pero Ciudadanos y sus inspiradores pueden morir muy satisfechos. De liberales no tienen ni un pelo; pero efectivos, una melena.

Arrimadas se está limitando a hacer lo mismo que los sucesores de Adolfo Suárez: acabar de recoger los restos de un partido que ha cumplido con su tarea y que ya no tiene ninguna utilidad a ojos de las élites que lo impulsaron

Tanto Ciudadanos como Podemos fueron unas reacciones muy inteligentes a la emergencia del independentismo con los que los aparatos ideológicos españoles hicieron ver que le lavaban la cara al bipartito PSOE-PP. Albert Rivera vendió bastante bien la imposible moto de una formación liberal española (escribo imposible porque un partido liberal, es decir, independiente del estado, nunca podrá existir en un país de espíritu mucho más funcionarial que Francia), pero el crío fue tan bobo como para creerse que los españoles harían presidente a un catalán. Arrimadas se está limitando a hacer lo mismo que los sucesores de Adolfo Suárez; acabar de recoger los restos de un partido que ha cumplido con su tarea y que ya no tiene ninguna utilidad a ojos de las élites que lo impulsaron. La mayoría de líderes naranjas acabarán en el PP o trabajando en uno de los muchos despachos de abogados que los populares controlan en Madrit.

Yo entiendo que la contiutadanía quiera pasar la tarde riéndose de Inés Arrimadas y que los catalanes, aburridos de su presente político, se ejerciten en ver quién hace el chiste más agudo sobre Ciudadanos. Servidor, no obstante, rogaría a todo el mundo que guardara una parte de esta ironía (o incluso una pizca de crueldad) para todos los partidos catalanes que, en los últimos dos lustros, no han cumplido ni un solo compromiso. Sería magnífico, en definitiva, que fuéramos igual de exigentes con una clase procesista que no sólo se ha buerlado del 1-O de una forma mucho más cruda que nuestros enemigos, sino que, por no cumplir, ni blindaje de la lengua, ni ampliación del aeropuerto y, últimamente, ni unos puñeteros Juegos Olímpicos. Digo yo, vaya.