El humorista nacional dice que caca, pedo, culo, pis y que me la chupe la reina o, qué más da, su hija, y la tribu va y se nos alarma. Catalunya es este humor hecho por críos de cuarenta años que se visten como adolescentes, esta agrupación sardanista en forma de televisión que censura una bromita inofensiva (porque no hay nada más fácil, menos corrosivo y manido que ponerse las braguitas de la infanta en la boca). Pero también es este ejército de tuits feministas que se pasan la tarde pontificando sobre los machos alfa del humor y los aburridísimos y espantosos tertulianos que, como servidor, reflexionan sobre los límites del humor al día siguiente en el matinal radiofónico. Somos este estrés aparente de humor tabernario, esta broma de un chico que hace tuits contra la tele que lo mantiene desde hace una década, y este ir tirando de un país que ya no se hace gracia a sí mismo y sólo provoca tedio.

Fijaos en la nube que rodea cualquier discusión pública en Catalunya, sentid esta neblina mental que nos abate lentamente, este cúmulo de tuits y de verborrea que nos empaña la mente. Todo previsible, todo bajo control. El crío ofrece el falo a la infanta. No a Laura Borràs, ni a Elsa Artadi, ni tan sólo a Marta Ferrusola, pues si el chiste tocara a alguna de las benplantades nacionales, ojo peligro, todos los que ayer tuiteaban sobre la libertad de expresión, y je suis Peyu, y toda cuánta verga en vinagre, hoy ya estarían llenando la papeleta de la comisión parlamentaria de turno para que el humorista se quedara sin trabajo. Qué panda de cínicos, ellas, ellos y totis, que son la censura personificada, que han tenido el país dormido durante los últimos dos lustros con sus mentiras e incumplimientos, ahora todos haciendo postureo porque en la tele se ve que no podemos decir que me la chupe la reina.

Pero lo más gracioso de todo es que, como siempre, a los catalanes se nos escapa el diván y la terapia, especialmente cuando bromeamos. Peyu dice que si fuera rico, le gustaría ser succionado por la reina o su hija, y la perversión más bella del tema es que no consigue reírse de la monarquía, como tampoco se ríe del sexo oral ni de la sucesora al trono de España. Se ríe de él mismo y de las aspiraciones de un pueblo que asocia la riqueza y tener mucho dinero a ver arrodillada a Leonor y venga que sopla, reina. Aquí reside el chiste, contra la voluntad de los propios humoristas; el catalán, con la bolsa llena de dinero, no quiere comprar medio Nueva York para hacer un ático, ni un avión privado para ir a las absurdas playas del Caribe a hacer el memo. No. Lo que provoca la sonrisa es que la máxima aspiración libertaria de los gamberros de la tele sea ver como la santa España les hace una buena mamada.

Somos este spoiler constante, una bromita de colegio elevada a prohibición y toda una estela de sabios entretenidos en olvidar su ocupación para centrarse en un problema tan candente como es la pedofilia. No damos para más

Eso es lo que ni TV3 ni ningún catalanito es capaz de soportar. Durante muchos años, hemos pagado una millonada al pobre Toni Soler para que nos traduzca el despropósito y la necedad del procés a los guiñoles del Polònia. Entonces éramos un pueblo supertolerante, moralmente superior, ya que teníamos el espíritu libre como para escarnecer a nuestros políticos. ¿Lo ves, Meritxell, si somos tolerantes? ¡Incluso retratamos al president Torra como si fuera demente! Todo esto era soportable e incluso hacíamos bandera de ello. Pero la simple visión de dos pobres chavales herederos del Soler, unos humoristas que son el producto lógico de una sociedad convergente, especulando sobre el sueño húmedo de una fellatio monárquica, ¡ay, no, que esto ya es demasiado! Bromas sobre poner el culo todavía nos las podemos permitir, sin embargo, hija mía, que la chupen las púberes que son princesas de Girona es insoportable, cruza, dicen los cursis, cualquier línea roja.

Cuando todo es previsible la obediencia ya es total. Somos este spoiler constante, una bromita de colegio elevada a prohibición y toda una estela de sabios entretenidos en olvidar su ocupación para centrarse en un problema tan candente como es la pedofilia. No damos para más. Hemos pasado de ser una broma de cole a una sociedad que ve con parsimonia como la risa enlatada del tedio le hace el trabajo de respirar. Toni Soler haciendo caja diaria. Peyu diciendo que lo censuran. Y el amigo Vicent Sanchis, que es el más listo de todos, llamando a la tertulia matinal donde participo para decir que está hasta la pirra de ser director de TV3, sin renunciar a la paga consecuente y ahorrándose la palabra polla para no hacer todavía más follón. Catalunya es un pesebre tan decadente que incluso mi genio se queda sin palabras. Sin embargo, todavía la amo y no cambiaría de tribu ni por todo el oro del mundo ni por la más excelsa de las mamadas.

En casa siempre hemos sido monárquicos. Pero también más de hacer que de dejarnos soplar. Afortunadamente, estos fuegos artificiales duran muy poco y hoy, cuando leas el artículo, ya sólo pervivirá el eco de la polémica semanal. Las tronas, nuestras tronas, continuarán intactas y la paga, faltaría más, seguirá engordando la barriguita de los niños terribles de la tribu. Caca, pedo, culo, pis y que me la chupe la infanta. Venga, next. Y todo igual. Y va pasando el tiempo.