Este artículo va de un hombre inteligente, merecedor del éxito obtenido por la inmensa mayoría de sus productos audiovisuales, y que tiene la rara virtud de aspirar al máximo y de no disimular su ambición voraz en un país donde la moralidad te exige suspirar por el empate y alabar la cojera. Te caiga mejor o peor, Ricard Ustrell será uno de los protagonistas de la televisión catalana de los próximos treinta años y se habrá construido su pisito mediático con una precocidad atlética y digna de elogio. Lo ha podido hacer, todo hay que decirlo, porque le ha sido muy fácil brillar en un país de ciegos en que los máximos los marcaba Mònica Terribas, que es a la radio lo que Montilla o Torra son a la Generalitat, y donde ante los micrófonos ha habido gente curiosa como Sílvia Cóppulo. Pero un hombre no es responsable de su contexto, y en esta casa siempre nos ha importado poco si las victorias se merecen o no.

La mayoría de mis amigos periodistas no pueden disimular la envidia cuando critican los aires de suficiencia con que Ustrell se pasea por el plató de Planta baixa, enarbolando su tacita de café como si realmente la televisión fuera su casa, y algunos de ellos llegan incluso a ennegrecer de ira ante el tono displicente con el que el periodista se dirige y corrige al personal más veterano de TV3. Curiosamente, todo lo que más molesta a la tribu periodística de Ricard, a quien no tengo el placer de conocer ni puta falta que hace, es lo que a mí más me atrae del personaje. Entiendo que la soberbia sea injusta, porque su bofetada totalizadora a menudo hace daño a quien no lo merece, pero es igualmente cierto que en el país de los castrati, donde la tónica son las lágrimas de la consellera Vergés y la sintaxis de Miquel-com-a-Miquel, una dosis de lozanía tampoco le iría tan mal. Ya veis hasta dónde nos ha llevado la modestia.

Por mucho que revista sus programas de un aire dinámico y posmoderno, y que la vestimenta casual de sus colaboradores destaque por la aparente contemporaneidad de esos adolescentes que nunca acaban de crecer, el referente del ustrellismo periodístico es algo tan de siempre como la figura de Josep Cuní. Eso se manifiesta en esa pretensión carca y vetusta de un periodismo que "va a las cosas mismas", que se gusta en la pretensión de ver el mundo tal como es, y que se burla de la opinión como un asunto de tertulianos gintoniqueros. Pero, como también sabemos de sobra, no hay nada más ideológico que la pretensión de neutralidad y, como persona inteligente, Ustrell debe saber perfectamente que si le regalan la posibilidad de producir un contenido periodístico con látex es porque siempre tendrá la policía detrás y nunca pondrá en ningún tipo de situación incómoda al poder imperante.

El pisito del Ustrell será algo tan exitoso como perdurable, en esta Catalunya en la que los líderes viven felices mordisqueando las últimas migajas del queso autonómico

Decíamos antes que un hombre no es responsable de su contexto formativo, pero por la misma razón podemos afirmar, si cabe todavía con más rotundidad, que un hombre importante es, antes incluso de encontrarse en mezzo del cammin, alguien que tiene la capacidad de urdir nuevos contextos futuros que fructifiquen en una mayor dosis de libertad para los que lo rodean o lo admiran. Pero esta no es la liga de Ricard; él vive confortable en esta existencia sociovergente según la cual lo mejor que puede hacer un catalán en su vida es ir bien informado por el mundo mientras escucha su lista preferida de artistas de la tribu en Spotify y, si puede ser, sin molestar mucho al personal. El pisito del Ustrell, en definitiva, será algo tan exitoso como perdurable, en esta Catalunya en la que los líderes viven felices mordisqueando las últimas migajas del queso autonómico. Haga como yo, joven; no se meta en política.

Depare lo que nos depare el futuro, sean reediciones de tripartitos o una mayoría nacionalista que lo-vuelva-a-hacer-para-no-llegar-a-ningún-lado, Ustrell siempre podrá firmar productos que tengan la virtud incuestionable de no hacer enfadar a nadie. En una Catalunya de mínimos, insisto, a mí me parece muy razonable que Ricard se haga pagar mucha pasta por sus inventos, porque en casa también hemos sabido siempre que eso de la neutralidad política requiere una buena nómina. A diferencia del pobre Toni Soler, a quien retratábamos genialmente hace pocos días, Ricard tiene la habilidad de no hacer discursillos morales, alejarse de Twitter y de toda polémica absurda, y aparecer sólo fugazmente en el Insta mientras hace entrevistas y pierde el tiempo viajando a lugares francamente absurdos. Mientras vaya tirando, y copiando esos inicios de programas a lo Évole con cuatro planos de apariencia meditativa, la teta le será generosa.

A un nivel puramente existencial, Ustrell, talmente como Cuní, le bastará con vivir en un entorno de mínimos donde se asegure poder brillar siempre y no tener ningún rival que le haga sombra. Es en su sentido amoral, por lo tanto, que el personaje alcanza una cuota de moral y de miseria altísima. Su victoria, al límite, será haber triunfado a una edad en que la mayoría de gente empieza a asomarse en los medios, ni poder rentabilizar su popularidad en pasta, sino interrumpir a sus colaboradores para demostrarles quién es quien manda en plató. Fijaos que, al hacerlo, a Ricard siempre le resucita una sonrisa de conejo muy particular que, seguramente, debe tener su correlato en una placentera dilatación del ano. Pues toda la victoria de los hombrecillos del futuro, queridos lectores, será una cosa muy de pedito, con la belleza neutra y la ideología blanca. Sin molestar, siempre solvente. Y venga.

PS.- El próximo domingo, La Catalunya de Bernat Dedéu.