Este artículo va de un hombre inteligente, brillantísimo científico, que a buen seguro merecería un monumento para sustituir la estatua de Cristóbal Colón y todos los otros trozos de piedra racistas y sexistas que coronan los pueblos y villas de la tribu. De Oriol Mitjà podríamos decir no que "tiene una Catalunya", o que sea digno de ganar esa mandanga anual del "Catalán del año" hecha por el diario socialistucho, sino que él mismo es un producto mitológico ideal  de la catalanidad y su manía por ensalzar y destruir a una misma persona en pocas horas de diferencia. De hecho, el investigador de Arenys había superado a Albert Om y Pep Guardiola en la bolsa catalana de yernos perfectos y, de haber vencido este bicho maligno de la Covid-19, la lucha entre hereus y pubilles para casarse con él habría sido una cosa fratricida. Pero de científico estrella y de asesor presidencial sin oposiciones, después de recibir algunas primeras críticas, Mitjà ha caído misteriosamente en el pozo del silencio.

Cuando gana demasiado o toma una excesiva notoriedad planetaria, el buen catalán tiene que procurarse un ejercicio de modestia que debe ser vivido con una cierta crudeza. El hecho ocurrió ayer mismo, en la tertulia de RAC1 donde el amigo Basté tiene la temeridad de invitarme semanalmente, en la cual Mitjà no se nos apareció como aquel habitual superhéroe capaz de acabar él solito con la enfermedad del pian africano, sino como un apologeta de la modestia: "No soy un tío especialmente listo, no me considero un experto en la dinámica de transmisión de las enfermedades", dijo, mientras servidora sospechaba que si la entrevista duraba mucho más llegaría a confesarnos que no tenía el título de médico. Paralela y delirantemente, después de haberse pasado tres meses con más presencia en la tele nacional-procesista que Mari Pau Huguet en sus mejores momentos, Mitjà acabó suspirando por los tiempos en los que salía a pasear al perrito sin que ni la abuela más lacista del pueblo lo reconociera.

En mi casa no somos mucho del color amarillo, ya lo sabéis, lo cual implica no formar parte de lo que se denomina "la buena gente" y exhibir un talante tirando a la desconfianza. Por este mismo motivo, no acabamos de comprar el hecho de que alguien con una mente tan brillante como la de Oriol Mitjà pueda pasarse todo el confinamiento marcando paquete de científico estrella o pidiendo la dimisión de su colega (sic) Fernando Simón en Twitter y ahora se sorprenda por la atención mediática que se le dedica, como tampoco nos alarmaríamos en caso de que algún suspicaz le preguntara si no está pensando en dedicarse a la política. Sin embargo, hay que insistir, esta es una condición esencial del catalán; un ser único en el mundo capaz de salir en el TN cada día mientras intenta convencerte de que, en eso de la epidemia, él/ella es como si dijéramos que pasaba por allí y ha salido en la peli de casualidad. La Catalunya de Mitjà es así; levanta el brazo pero no quiere hacerse notar, declara una DUI pero no la aplica por si hay muertos, cura aun conservando la tara.

Con un par de entrevistas más como la de Basté, dos o tres viacrucis de la modestia por las calles de algún pueblecito catalán y alguna que otra presencia en una manifa de la ANC, querido Oriol, aquí se perdona eso de no tener vacuna y cualquier otra cosa

Todo eso son cosas de los mass media, que dirían los cursis, porque la voz de Oriol Mitjà en el campo de la investigación sobre el diagnóstico y tratamiento de enfermedades infecciosas es de una excelencia irreprochable, trabajo que este gacetillero, incapaz de aportar ningún bien a la humanidad, no puede hacer más que aplaudir. A su vez, también hay que celebrar la aparición de figuras que pongan entre paréntesis la tensión de una sociedad acostumbrada a soluciones de gran rapidez y poca complejidad con el tempo lento y trabajoso de los científicos. En este sentido, es de agradecer que en la era donde todo el mundo quiere resolver las cosas a golpe de tuit y con comentarios de cuñado, Catalunya tenga un nuevo ídolo religioso que se haya erigido como los seductores de barra, que van trabajando la caza mientras el resto de bípedos gastan las energías bailando poseídos, y que al fin y al cabo quede revestido, como recordaba la amiga Marta Roqueta, a través de una masculinidad nada testosterónica, blandita y abrazable como la de David Fernàndez.

En este sentido, Mitjà ha vencido magistralmente la condición de entidad plenipotenciaria y, después de unas semanas de omnipresencia, ha corrido a explicar a la tribu que eso de la ciencia es una cosa de ensayo-error, que los estudios sólo llegan a ser concluyentes después de haber trabajado mucho y que, señora mía, eso de la mascarilla de los cojones va para largo y tenga paciencia. De hecho, para el mundo del procesismo no tendría que ser una mala noticia que los estudios de Mitjà con la hidroxicloroquina no hayan acabado de tener los resultados que anticiparon. Porque, al fin y al cabo, si los catalanes han estado encantadísimos de llenar cajas de resistencia por la liberación nacional que nunca llega... ¿por qué no tendrían que estar igualmente contentos regalando unos cuantos millones de euricos a unos estudios que nunca acaban de matar el virus? ¿Si eso de la independencia pasa por inculcarnos que nunca es suficiente y que hay que ir empujando, quién mejor para hacerlo que Mitjà?

De hecho, reclamo solemnemente que el president Torra cese el ostracismo que ha sufrido nuestro eminente científico y que lo vuelva a situar en el Olimpo de los asesores del cual no tendría que haber salido nunca. Con un par de entrevistas más como la de Basté, dos o tres viacrucis de la modestia por las calles de algún pueblecito catalán y alguna que otra presencia en una manifa de la ANC, querido Oriol, aquí se perdona eso de no tener vacuna y cualquier otra cosa. ¡Al fin y al cabo, sólo demostrando que la hidroxicloroquina o que la superjandermorequina no cura el bicho ya nos ahorraríamos eso de crearse esperanzas, que cansa muchísimo! Bienvenido, pues, al mundo del perfil bajo, doctor Mitjà, bienvenido a su Catalunya. No se preocupe por si le aceptan o no el siguiente paper, ni por si la reciente caída en el mundo del silencio monacal y del afecto anónimo se le hace demasiado aburrida, que aquí la gente se lo acaba tragando a pesar de que la peña te lo acaba perdonando todo. Aunque le cueste la vida.