Salimos con la parienta a comprar cómodas y a la aventura de encontrar un armario ropero que se adapte al laberinto angular de El Call que ya hemos aprendido a llamar casa. Pasamos por Zara Home, después subimos al Muji, también a Casa Viva y no crees que esto no será más barato en los chinos, y si no es hoy ya lo encontraremos mañana que hace mucho calor. En todos los establecimientos que hay entre el Gótico y el Eixample, sin excepción, la frase “Dispensa... que tindries i etcètera?” provoca una cierta cara de incredulidad previa al omnipresente: "En castellano... ¿por favor?". Ya he hecho los deberes (y los artículos correspondientes) citando el Idescat y la madre que lo parió para recordar que el catalán está desapareciendo sin freno de Barcelona. Ahora ya no hacen falta ni más encuestas ni porcentajes ni mandangas, pues basta con aguzar el oído: lisa y llanamente, nuestra lengua vive una situación radicalmente agónica en la capital del país.

Desconozco lo cerca que tendrá que estar el incendio para que veamos que la casa está a punto de hacerse cenizas y reaccionemos antes de que nuestra lengua pierda su primera ciudad y motor. Me encantaría equivocarme, pero empiezo a pensar que ya es demasiado tarde y diría que un buen punto de partida sería ejercitar el costumbre de decirnos la verdad por mucho que duela. Aquí, y perdonadme el barcelonacentrismo, ya casi nadie habla catalán. "¡Que no, Bernat, que los críos todavía se educan en la inmersión, no seas fatalista, coño, que hace pocos días leí un repor en el Ara que decía que uno de cada tres libros que compramos es en catalán y que el confinamiento ha hecho que leamos más que nunca!". Tu tía. Hablo muy a menudo con compañeros editores de que alucinan cuando un libro en catalán llega al millar de ejemplares vendidos, veo que los críos no tienen contenidos audiovisuales en catalán y, vuelvo a decirlo, aguzo el oído.

Desengañémonos, nuestra lengua necesita una ciudad fuerte y el consecuente mercado y discurso de poder para sobrevivir

El lector más optimista responderá que si Rac1 y que si TV3. Cierto, nuestra lengua todavía resiste en el audiovisual y en los medios, pero fijaos en qué catalán se habla. Escuchad particularmente los anuncios destinados al público general, pronunciados con una pseudolengua que destroza la fonética castellanizándola criminalmente de una forma que sería inaudita en las televisiones públicas francesas o inglesas. Volvamos a Barcelona, que era el punto de partida del artículo, y tengamos la temeridad de utilizar la lengua en lugares donde el catalán era predominante hace lustros, como la salud o el pequeño comercio. Pues le pagaré una ronda a quien haga falta si el interlocutor os entiende cuando decís "gola" o "dessuadora". Si vais a vacunaros a los pabellones de la Fira, aparte de sufrir por la jeringa, poned el tímpano y, si cazáis una ese sonora, os invito a cenar donde queráis. Que no, pacientes lectores, que esto da mucho miedo.

Sé que en eso que los cursis denominan "el territori" el catalán todavía resiste con mucha fuerza. Pero desengañémonos, nuestra lengua necesita una ciudad fuerte y el consecuente mercado y discurso de poder para sobrevivir. Ya hemos escrito bastantes columnas diciendo que la alcaldesa ayuda poco descuidando la lengua en las redes en las que hace propaganda; ya hemos hecho todos los debates posibles sobre por qué nos faltan youtubers, tiktokers y toda la pesca; también sabemos que si la lengua nos la tienen que defender los que tenían que aplicar el 1-O, ya podemos pasarnos al inglés sin demorar mucho más tiempo. Como buena tribu sensata y fatalista que somos, a la hora de ensayar la quimioterapia no tenemos puto rival. Los informes ya están hechos. Ahora lo que toca es mover el culo porque, dejadme abusar de la metáfora mala, los cuarenta grados ya están aquí y si alguien deja caer una cerilla, esto será una barbacoa.

Barceloneses, la cuestión sobre el catalán en la capital ya no es un debate sobre si es necesario para vivir o trabajar aquí. Ya hace tiempo que sabemos que es perfectamente posible. Estamos en un punto en que dirigirse a alguien en catalán empieza a provocar incredulidad. Me niego a encomendar la lengua a Santa Eulàlia, ahora que somos vecinos bien avenidos. Escritores, creadores, comunicadores, empresarios y científicos. Si queréis seguir viviendo en catalán en la capital cuando Messi vuelva a casa con un par de orejudas más, ya nos podríamos ir poniendo. Lo vuelvo a escribir, por si no había quedado claro: en Barcelona casi nadie ya habla catalán. Y las perchas, es cierto, mejor comprarlas en el chino. Él es de los pocos que todavía nos dicen “bon dia”.