Nos ha pasado a todos alguna vez, especialmente cuando se acerca la inexorable canícula y ―asediados por el tedio de las vacaciones, con el consiguiente prurito de los occidentales por llenar el tiempo de absurdas actividades de ocio― nos dirigimos a la persona amada, diciéndole: cariño, qué te parece si aprovechamos el verano para hacer un curso de reiki juntos o, si quieres, pasamos de ir al Empordà, que lo hacemos cada año y, total, ahora está lleno de peña del Eixample; ¿nos podríamos ir a Islandia y así conocemos algo un poco diferente, no? Si el cónyuge está cerca y tenemos la suerte de convivir con una persona de espíritu estoico (que no haya confundido amarnos con admirarnos, para resumirlo rápido), esta nos responderá ahuecando la mejilla y entornando los ojos como si se los amenazaran con colonia, un rostro que, traducido al cristiano vendría a decir algo parecido a: amor, si necesitas un curso de reiki mejor que te busques a un amante, que te saldrá más barato y nos irá mucho mejor a los dos; y el Empordà en agosto es una puta mierda, ya lo sé, pero es más apropiado pisar y ayudar a destruir nuestros lugares espantosos que colonizar los del resto del mundo, porque los islandeses no tienen ninguna culpa de nuestro tedio burgués.

Desdichadamente, cuando algún cráneo privilegiado de la administración Torra pensó en la genialísima idea de enviar una carta a Felipe VI, firmada por el 131 y sus dos ilustres antecesores con el objetivo de pedirle audiencia, no tenía este tipo de cónyuge o de simple amigo cerca. Creemos demasiado a menudo que nuestras ideas son brillantísimas, y repito que eso de sufrir un golpe de calor es cosa muy humana, pero en un gobierno que se quiere serio tendría que haber almas que utilicen el desmadre con una mínima pericia. Ya no entro en temas de lógica muy básica, como que pedirle cita a un monarca mientras vas publicitando tu república (inexistente) por los rincones del mundo no sería precisamente una idea de genio. Pero la lógica vive malos momentos en el universo procesista y ahora la cuestión es más de tono, o más bien podríamos referirnos al tufo que destila esta letra, herida por una prosa altamente vasalla y prototípica de los revolucionarios que llaman a la secesión mientras le exigen a la Corona "una monarquía moderna, constitucional y europea" que aspire "a la fraternidad sin ninguna renuncia". De exigir la independencia, ya lo veis, hemos pasado a pedir cita al Rey y, por si fuera poco, a darle clases de moral.

Devorad esta carta y guardadla urgentemente en el archivo de los despropósitos y de la insufrible triple moral de nuestros líderes

Que los responsables de la Zarzuela enviaran la letra de los presidentes directamente a la pista donde Pedro Sánchez se filma cuando hace running, después de pasarse unos cuantos minutos meándose de risa, podría considerarse incluso un gesto de magnanimidad. Porque enviar una carta a Felipe VI implorando audiencia mientras todavía no sabes si quieres coincidir físicamente en la inauguración de esta mandanga deportiva que harán en Tarragona, sólo se puede digerir retorciéndose con alegría. Porque pedir al monarca español que sea valiente y haga de mediador cuando tú mismo has sido incapaz de hacer caso a los votantes de un referéndum que prometiste aplicar sin excusas es para coger hipo, de tanta risotada. Leed la carta, os lo ruego, e id parándoos en los cimbreos cabizbajos (Señor, le dicen constantemente los súbditos) y en las reverencias, que acaban, sólo faltaría, con la palabra respetuosamente. Devorad esta carta y guardadla urgentemente en el archivo de los despropósitos y de la insufrible triple moral de nuestros líderes. Con esta gente, hijitos míos, ¿cuál será el límite de la servidumbre voluntaria? ¿De qué gente te rodeas, apreciado Molt Honorable, que te hace firmar estas cutres capitulaciones?

Esta prosa súbdita, querido Quim, tú no la editarías ni de broma. Y harías muy bien, porque hacer el ridículo con la letra es el paso previo de hacerlo en la política. Tú lo sabes perfectamente. Reacciona, te lo ruego, que esto da mucha, mucha vergüenza.