Los cadáveres son el acta notarial de la guerra. Antes de la cruzada de Putin contra Ucrania, las potencias del mundo se acostumbraron a un tipo de conflicto bélico que rehuía del cuerpo a cuerpo. En eso, como siempre pasa, habían despuntado los americanos, que se han pasado lustros cazando yihadistas mediante pistolas teledirigidas que unos disciplinados soldados postadolescentes manejaban desde una base de Nebraska con una videoconsola. De hecho, las campañas de Bush Jr. contra Saddam Hussein y Osama bin Laden habían empezado con la caída de las Torres Gemelas en Manhattan en aquello que la administración yanqui tildó enseguida como un ataque de guerra; un atentado del cual, sintomáticamente, ni dios ha visto todavía la imagen de un solo cadáver de aquellos casi tres mil muertos (más allá de los doscientos jumpers que volaron de las ventanas con el fin de no palmarla quemados o bajo el polvo; de todos los asesinatos, todavía hay más de mil víctimas de las cuales no se tienen los restos).

Nos hemos acostumbrado a hacer la guerra sin hombres ni mujeres muertos. La analogía del videojuego no es casual. La filóloga y escritora Corey Mead ya explicó (War play, 2013) que, después de la Segunda Guerra Mundial, el ejército norteamericano no sólo había participado en la configuración de la industria del gaming (el considerado el primer videojuego de la historia, Spacewar!, fue creado por unos estudiantes del MIT con financiación del Pentágono), sino que utilizó juegos como America's Army o Virtual Afghanistan para entrenar cadetes que se enfrentaban a una batalla de insurgencias mutantes sin mucha carnaza ni sangre. Así pues, la aparición de los cuerpos muertos de Bucha no sólo representa un retorno forzado al imaginario del siglo XX (en fotografías que no habíamos visto desde las Guerras de Yugoslavia), sino un cambio más profundo en el que Occidente tiene que olvidar la pantalla para despertarse en el lodazal de lo real.

Cuando los ejecutados son visibles, los espectadores de la masacre piden responsables, compensaciones éticas, e incluso la abuela menos documentada empieza a enviar generales rusos al Tribunal de La Haya

El paso de conflictos de simulaciones (hablo de la percepción ciudadana; evidentemente que las campañas yihadistas comportaron ataúdes y ventresca) a la guerra de siempre también ha provocado que los ciudadanos imposten una vieja moral popular de batalla: cuando los ejecutados son visibles, los espectadores de la masacre piden responsables, compensaciones éticas, e incluso la abuela menos documentada empieza a enviar generales rusos al Tribunal de La Haya. Pero los cadáveres de Bucha no dejan de ser un espejismo, pues la historia nunca se acaba de repetir del todo y el error de Putin, más allá de su megalomanía, ha sido el de creer que podía devolver los estándares de la guerra y de la política al pasado. Eso no le será posible, y no sólo por el hecho de que el patriotismo ucraniano se refleje más en París o Bruselas que Moscú, sino por la mutación del sentido mismo de la guerra.

Como comprobó España después del 1-O, ejercer la violencia contra una población determinada por una idea de libertad y urdida en acciones democráticas de resistencia es absolutamente inservible (ahora falta que nuestros líderes indepes también lo entiendan). Lo importante de todos estos cadáveres que pueblan el suelo ucraniano, si abandonamos el discurso de la cursilería, es que a Putin sólo le servirán para parapetarse en una Rusia cada vez más aislada del mundo mientras Zelenski los utilizará como moneda al alza para ingresar en la Unión Europea o convertirse en una sucursal de los Estados Unidos en el Viejo Continente. Más que ganar la guerra a Putin o verlo juzgado, Zelenski querría entrar en el mundo del libre mercado europeo, y no me extrañaría de que algunas potencias de la UE estén particularmente interesadas en disponer de un nuevo paraíso económico y fiscal para ampliar su zona de veraneo.

De momento, Zelenski ha entendido algo muy importante. En un sistema liberal, aparte de ser iconos de heroísmo y resistencia, los cadáveres de guerra también tienen precio.