Artur Mas tenía que hacerlo tarde o temprano, debía caer en la trampa de todo buen exalgo digno de prestigio (en el planeta tierra acaece sobre todo con los expresidentes, pero en Catalunya la pandemia de retiradas que se truncan de repente se contagia a exfontaneros, examantes e incluso a exmiembros de Sopa de Cabra o Txarango) cuando, poniendo entre paréntesis las tradicionales meditaciones de jarrón chino retirado de la vida, el antiguo mandatario dice aquello tan relamido de negar su retorno a la primera línea política porque, dicen los que lo dicen, “no se encuentra entre sus actuales prioridades”, aunque, apostillan los que lo apostillan, “se lo pensaría si alguien se lo pidiera”. De toda la frase anterior siempre me ha producido curiosidad la nebulosa indeterminación de este último y misterioso “alguien”, que uno no sabe si se refiere a suficiente gente como para llenar un aplec casteller donde regalen bocadillos, o si la cantidad de peña que debe suplicarte el retorno al trono puede ceñirse al presidente de CaixaBank, David Madí o a nuestra “trista, pobra i dissortada” Marta Pascal.

Sea como fuere, Mas ha dicho la sentencia del millón y la máquina convergente ha tardado muy poco a fabricar un clima propicio para el retorno del 129, un bípedo a quien nadie puede negarle el puterío para sobrevivir y que, vital y políticamente, sólo tiene la decencia de alzarse del sofá cuando la ciudadanía le aclama, como recordaréis por la imagen de aquel cartelito electoral donde el líder alzaba las manos mirando al horizonte y guiando las almas de los catalanes (¡Moisés, qué pobre aficionado!), una fotografía diseñada por los mismos genios de la comunicación que hace pocos días decidieron que retratar al conceller Miquel Buch tapándose un ojo para reivindicar no sé qué mandanga resultaría una idea más que oportuna. La tuerca, decía, empezó a girar el sábado pasado en el FAQS, cuando los convergentes no le respetaron a Jordi Sànchez ni el brevísimo permiso de 48 horas fuera de la cárcel y lo trajeron a La Nostra básicamente para decir “Esquerra caca” y dejarse ver sonriente codo a codo con nuestro Astut.

Mas puede acabar incentivando una candidatura de presidents que incluya a Puigdemont, Torra y su propio ser-en-el-mundo para neutralizar el auge de Esquerra

Ahora que los partidos catalanes luchan por liderar el retorno a la neo-autonomía y que Junqueras ha pontificado que el horizonte de todo buen independentista es aspirar a hacer consultas populares sobre temas tan vinculantes como eso que llamábamos el “encaje con España”, tiene todo el sentido del mundo que Artur Mas sitúe de nuevo su espléndida mandíbula en el Olimpo del procesismo. De hecho, Artur no tiene rival en el arte de montar referéndums que acaban siendo “una forma de contarnos” y hojas de ruta que ―al fin y al cabo, escolti, no fotem sólo eran un dibujito preparatorio con el que traducir esta metáfora tan puñetera de Ítaca con un esquema que pueda caber en un Power Point. Admiradle una vez más, encantado de haberse conocido con la sonrisa gravada en el rostro y la piel morenita como si cada mañana practicase running en Cala Estreta; eso del 9-N, en resumidas cuentas, sólo le ha causado dos añitos de inhabilitación que han pasado tan rápido como un quiqui en un lavabo y una fianza diligentemente sufragada por las abuelitas del Eixample.

De hecho, y siempre presuponiendo que “se lo pida suficiente gente”, Mas puede acabar incentivando una candidatura de presidents que incluya a Puigdemont, Torra y su propio ser-en-el-mundo para neutralizar el auge de Esquerra. Hace años hablamos del “partit del president” y ahora hay quien sueña en una “coalición de presidentes” que daría el pego a nivel electoral y que Laura Borràs estaría encantada de liderar e inmortalizar con su refrescante ametralladora de selfies y retuits como candidata efectiva en la sombra. El programa electoral ya se lo pueden imaginar: que ahora sí que sí que aplicaremos el 1-O, que ahora sí que sí que nunca pactaremos con el PSOE como acaba de hacer el botiflerot de Tardà (esto de la Dipu de Barcelona, señora, solamente ha sido un polvito para vaciar los bajos, ¡que todos estamos hechos de carne!), y ahora sí que sí que volveré a pisar tierra catalana y ahora que sí que sí que haremos la independencia sin más políticos en prisión, ni policías quitaojos, y sin que tengáis que pagarnos la cuenta.

No oséis reír, temerarios lectores, que en esto del gato-por-liebre no tienen un puto rival en el mundo que les llegue a la suela de los mocasines. Welcome back, Artur, aunque yo ya sabía que, como ya hizo el abuelo, tú nunca nos habías dejado solos.