A principios del pasado enero, justo un día antes de la sentencia inculpatoria del caso Palau (repito: ¡¡¡sólo un día antes!!!) Artur Mas abandonaba la presidencia del PDeCAT en lo que, según su particular idiolecto, tenía que ser un segundo paso al lado. El president 129 se piraba del cargo, si hacemos caso a sus palabras, con el fin de no entorpecer el buen camino de Junts per Catalunya, la enésima transformación del espacio convergente que, con el influjo del Puigdemont triunfador del 21-D, parecía un nuevo conglomerado desde donde se podía ampliar la base (ecs) del independentismo. Hasta aquí el resumen, en idioma procesista, pues, como sabe incluso un enano, pirándose del PDeCAT pocas horas antes de la inculpación de Daniel Osàcar, Mas no sólo se ahorraba salpicarse por la ya patente corrupción de su antiguo tesorero, sino que enviaba un mensaje subliminal al president 130 según el cual a menudo hacía falta ser generoso y apartarse de la primera línea de fuego político.

Como la historia nos ha demostrado sobradamente, la sinceridad de Artur Mas acostumbra a ser tan benigna para el alma como una sarta de latigazos en la espalda. Porque es igualmente sabido que el 129 todavía domina los designios del PDeCAT, un partido donde Neus Munté y Marta Pascal actúan como simples lugartenientes y del cual Puigdemont se ha desentendido como haríamos, nostálgicos, con un amor de juventud. De tanto dar pasos al lado, Mas no se ha movido ni un pelo, y hace muy poco incluso tuvo la osadía de intentar enchufar a Ferran Mascarell a la presidencia de la Generalitat, para así seguir removiendo la sopa del poder. Sea como sea, en lo que Mas no mintió (¡y las excepciones son siempre loables!) fue en la intención de tramar un lavado de imagen en la Convergència pujolista-osacarista para acabar fagocitando la nueva mayoría surgida del fenómeno Junts per Catalunya. Fuera quien fuera el nuevo president, pensaba Mas, él acabaría controlando la sala de máquinas del país.

Mas sabe perfectamente que el exilio de un Puigdemont-sin-investidura provocará que el president 130 vaya perdiendo fuerza ejecutiva a cada año que pase. Su tarea, de ahora en adelante, consistirá en que la máquina convergente se apodere poco a poco de la presidencia 131 y que la sombra de Puigdemont se pierda en el universo de los símbolos. Este es el panorama que heredará Elsa Artadi, si nuestro Parlament de independentistas autonomistas la acaba invistiendo. En el fondo, la Molt Honorable 131 tendrá que enfrentarse a la misma dinámica que Puigdemont ha entendido demasiado tarde en el exilio: o bien sobrevive en una zona de confort, alimentando el universo masista del ir tirando, o decide tomarse seriamente el resultado del 1-O y la autodeterminación de los catalanes. En un entorno político donde los diputados de Esquerra hablan como los antiguos convergentes y en el que nadie quiere mover un dedo para no molestar al juez Llarena, ya os podéis imaginar por dónde creo que tirará la cosa.

Será suficiente con unos meses de autonomía para ver que la República (o lo que quede de ella) no se puede desplegar desde una administración como la Generalitat

Si la investidura de Artadi sale adelante, y los diputados del Parlament se hacen los sordos ante el resultado del 21-D, tanto Rajoy como Soraya podrán decir en pocos días que Puigdemont no ha sido president porque así lo han querido los diputados catalanes. Con un Parlament absolutamente desautorizado y con unos políticos sin ninguna fuerza moral (¿qué dirán los independientes de Junts per Catalunya, que se presentaron a las elecciones con la única intención de investir a Puigdemont, a sus electores?), Artadi no sólo heredará una administración fatigada por el 155, sino que comandará una clase política que empieza la carrera sin combustible. Aparte de eso, se verá muy pronto que la Generalitat autonómica, contrariamente a lo que ha repetido Junqueras desde Estremera, no tiene ningún tipo de fuerza ni para acercar a los presos a casa ni para mitigar ni una sola chispa de las sentencias de Llarena. Se verá, en definitiva, que la Generalitat es una rama más de la administración estatal en Catalunya.

Pero no todo es de color negro en la villa del pingüino. Elisenda Paluzie ha tenido mucha vista e inteligencia al impulsar una consulta a los socios de la ANC sobre la idoneidad de presentar a un candidato alternativo a Puigdemont. Que la iniciativa haya hecho venir urticaria a los propagandistas convergentes es una prueba innegable de que Elisenda ha acertado. Afortunadamente, la sociedad civil se está deshaciendo de la influencia de los partidos políticos y los ciudadanos ya no se tragan las mandanguas y los eufemismos con tanta facilidad. Así como costó mucho que los políticos acabaran abrazando la causa del 1-O, será suficiente con unos meses de autonomía para ver que la República (o lo que quede de ella) no se puede desplegar desde una administración como la Generalitat y que el independentismo habría ganado mucho más bloqueando las administraciones españolas que suscitando la parsimonia.

Todo eso caerá por su propio peso, dentro de muy poco. La presidenta Artadi será investida entre todo este magma, con convergentes que añoran tocar poder, republicanos salivosos por las migajas del autonomismo, y una sociedad civil a la que ni todo el amarillismo de los lacitos ni todo el chantaje emocional del mundo podrá apartar de su objetivo final (eso espero, cuando menos). Nos lo pasaremos muy bien, queridos lectores, con este retorno de lo mismo que cada día huele más a final de época.