A Arnau Puig, al filósofo al mando de Dau al Set, a mi maestro de estética y de vida en general Arnau Puig le habría encantado saber que, mientras él agonizaba a solas en el hospital, media ciudadanía de las españas (escrito así, justamente en minúscula) pasaba la noche preguntándose si su actividad laboral, es decir, parte de su existencia, es decir, una gran parte de su vida, podía ser calificada de esencial o de no esencial. De no haber estado muriéndote, querido Arnau, y aunque los dos estuviéramos confinados en nuestras celdas particulares (para los filósofos esto de la clausura es una condición que ya viene de oficio), me habrías llamado y, sin casi dejarme decir una sola palabra, me habrías metido un rollo de una hora, como si lo oyera: ¡Cojones! ¡Ahora va y el sistema hace ver que se detiene y todavía tiene la cara de preguntarme si lo que hago es esencial! ¡Si tengo existencia y esta existencia me pide hacerme preguntas, digo que dirías, sólo eso ya me convierte en una esencia descomunal!

Así te hablaba y te gritaba, con voz ronca Arnau Puig, cogiéndote con la mano que todavía le quedaba sana y mirándote muy serio, como un actor aficionado de tragedia griega, antes de explotar en una risa casi loca de sus propias preguntas, porque Arnau sabía que esto del pensamiento, que solemos llamar filosofía, se esculpe en una mezcla de mala leche y ganas de reír. Esto que te escribo, Arnau querido, como tú comprenderás perfectamente, no es un obituario, porque eso de los escritos mortuorios, laudatorios, apostólicos y romanos nunca nos ha pegado, implica mucha cursilería y siempre acabas hablando mucho más de ti que del muerto... vaya, que da mucha pereza, hoy hace mal tiempo y (tampoco) no se puede salir de casa. De hecho, ahora que lo pienso, hoy es mejor no salir, porque da mucha pereza tener que circular por un país en el que todavía se tiene que explicar qué significó para la crítica de arte, para las vanguardias y para el pensamiento de la tribu en general tener un hombre como Arnau.

Hoy a mí me gustaría no reivindicarte precisamente, Arnau, que a ti no te hace puta falta que yo ni nadie te reivindique, sino decirte que ya te empiezo a echar de menos, y que también debe haber una parte del país, una parte esencial, digamos, aunque cada día más escasa, que también echará de menos que no estés

Catalunya devora y obliga a exiliarse a sus mejores hombres, que decía el pesado ese de Gaziel, aunque yo diría que es todavía más fuerte: el país los obliga a vivir haciéndose el sueco, a ir tirando como una caricatura de su versión más seria. Arnau Puig es uno de los pocos que lo evitaron, y se reía de todo el mundo antes de que se pudieran burlar de él. Lo conocí en el Ateneu y tuvo la paciencia de explicarme, todavía un crío, la revolución ética del teatro de Jaume Brossa. Después me enseñó que las vanguardias no tenían nada de radicales, porque el arte más arriesgado siempre es una idea antigua que habíamos aprendido a olvidar. También me contó que el pensamiento era una cosa internacional, que entendía poco de fronteras, pero que si nos querían exterminar como catalanes, nos veríamos obligados a defendernos en catalán; le habría encantado hacer muchos de sus excelentes libros de arte y filosofía en nuestra lengua, pero los editores de la tribu nunca lo consideraron una prioridad.

Desde Joan Fuster, que quizás ni él mismo se consideraría un pensador, las autoridades culturales de nuestro país (también las del Òmnium republicano de las sonrisas) no han tenido la delicadeza de otorgar el Premi d’Honor a un filósofo. Primero se fue Lluís Duch, ahora también se ha perdido una oportunidad de oro con Arnau, y esperemos que la providencia todavía nos preserve unos cuantos años a sabios como Pere Lluís Font o Xavier Rubert de Ventós, que es un escándalo que no lo tenga. Aquí, ya se sabe, no se nos considera una cosa esencial. Pero hoy a mí me gustaría no reivindicarte precisamente, Arnau, que a ti no te hace puta falta que yo ni nadie te reivindique, sino decirte que ya te empiezo a echar de menos, y que también debe haber una parte del país, una parte esencial, digamos, aunque cada día más escasa, que también echará de menos que no estés. Mi tristeza es contingente, pero mi añoranza necesaria. Como tú, amigo generoso, pensador de fuego, siempre rebosante de energía.

Empieza un tiempo en que los textos filosóficos sólo podrán ser escritos de protesta. Hoy te he querido dedicar uno, amigo Arnau, torpemente, con esta lluvia de los cojones que no deja de obnubilarme la cabeza y este confinamiento que se han inventado los chinos porque todavía les compremos más productos tarados. Cojones, qué salmodia que me has metido. ¡Venga!, digo que pienso que dirías ahora mismo, amigo Puig, maestro Arnau, timonel del Dau al Set, pensador de la tribu, trabajador esencial, de esencia, de existencia. Ahora te harán muchos homenajes, ahora que ya es demasiado tarde. Como siempre.