Vivimos ese instante delicioso de la política en que, no sabes exactamente cómo, el eufemismo y la retórica se apoderan de la mayoría de líderes del país, haciendo llegar la venta de motos a proporciones oceánicas. Así ha sucedido con la investidura de Carles Puigdemont que, de desafiar el Estado y la calma funcionarial de la virreina Soraya, ha pasado a conformar un maratón de la lítote y la atenuación verbal con el único objetivo de no llamar a las cosas por su nombre. Hace cuatro días, los diputados electos se llenaban la boca con la palabra restitución y se dirigían a las urnas impuestas por Rajoy el 21-D con el ánimo de recuperar a la Generalitat legítima: pues bien, todo aquel heroísmo ha acabado transformándose en ideas de bombero como la elección del president en el exilio a través de una asamblea de electos. De poder restituir el 130 en el Parlament, ya lo veis, hemos pasado nuevamente a la celebración de butifarradas simbólicas.

Con la investidura de Puigdemont pasará lo mismo que con el 9-N, cuando Mas prefirió tramar una fiesta noucentista (copyright, Enric Vila) para contentar a Duran i Lleida y a Joan Herrera que no hacer un referéndum vinculante. Estamos exactamente en la misma rasante: nuestros líderes podrían desafiar el poder español invistiendo a Puigdemont, pero parecen decantarse por organizar una calçotada popular en Bruselas, haciendo ver que se honra el exilio del president con un cargo simbólico y así provocar que su pisito belga se acabe convirtiendo en un lugar de peregrinación indepe donde poner flores, a la espera de hacerlo eurodiputado. Llamémoslo por su nombre: no investir al president que han escogido los catalanes es, aparte de incumplir nuevamente una promesa electoral, reafirmar todavía más la vigencia del artículo 155, por mucho que la mona se disfrace de metáforas y de cualquier tipo de frase hecha.

La investidura simbólica sólo pretende aparcar a Puigdemont y devolver el independentismo a la ética de Santi Vila

Espero que los diputados realmente independientes de Junts per Catalunya sepan que renunciar a Puigdemont no sólo los hundirá todavía más en el autonomismo, sino que ocurrirá rápidamente el paso previo para que la Convergència de toda la vida los acabe absorbiendo sin piedad (la prueba del algodón es que ni los consellers del PDeCAT ni Jordi Sánchez quieren oír hablar de unas nuevas elecciones). Si Puigdemont no es investido o el independentismo renuncia al candidato escogido por el pueblo y su fuerza política se pierde gradualmente en la distancia belga (como siempre pasa cuando se abandona la sede física del poder), la coalición juntista se verá relegada muy pronto a convertirse en una máquina más de repartir cargos en el marco de un Parlament que legisle sobre las migajas. Por mucho que se guarde un lugarteniente en la presidencia, mandarán los de siempre.

Artur Mas lo advirtió a los juntistas con idioma velado y convergente, cuando perpetró su segundo paso-al-lado: si Puigdemont era generoso (traductora: si se largaba sin molestar mucho), Junts per Catalunya sería el nuevo barco insignia con el cual el centro derecha pretendería ampliar la base indepe. La investidura simbólica sólo pretende aparcar a Puigdemont y devolver el independentismo a la ética de Santi Vila. Espero que en Junts per Catalunya lo tengan bien claro y no les tomen el pelo, porque hay que reconocerles que de eso son unos auténticos especialistas.