Sería algo de grandísima justicia poética ver como la cascada creciente de empresas que han cancelado su presencia en el Mobile a causa de lo del coronavirus acabara con la anulación del congreso más faraónico dels que es fan i es desfan en Barcelona. Que me perdonen sus majestades del Gremio de Hoteleros y todos los bípedos que de una o otra forma dependen de la pasta que los forasteros se dejan en la capital durante el Mobile (incluidas las que antes llamábamos putas y a las que ahora, por lo del heteropatriarcado, se ve que debemos describir como trabajadoras del sexo). Pido disculpas, en definitiva, a todo quisque que dependa económicamente de los guiris y de su angélica presencia, visto que en Barcelona ya hemos asumido con alegría que con la billetera de los simples indígenas no llegamos a fin de mes ni de coña: pero a mí me encantaría ver algo tan atávico como un simple virus, por mortal que pueda ser, y una idea de hecho todavía más rancia e inmemorial como es el miedo percibir la enfermedad ajena ser capaz de contagiar a los espíritus más tecnocráticos y a los emprendedores más moderniquis de todo el planeta.

El hecho ya es cosa muy explicativa de la naturaleza humana, pues sorprende ver a directivos de empresas donde uno contrata a los genios más experimentados en el arte de la virtualidad, de las 5Gs y de toda cuanta mandanga tecnológica, petrificados de canguelo ante la presencia inexistente de un virus maligno que no cuenta ni un solo ejemplar en Barcelona, impresiona presenciar como los apologetas de un mundo determinado por un nivel de ciencia y de tecnocracia que a los pobres humanos se nos escapa en tanto que ininteligible, se acongojan como abuelitas que huyen corriendo de una ventolera asustadas ante la hipótesis de que el polvo que se les cuela en la rajilla les mate de cáncer. Mucha presencia de gafas de realidad virtual, venga cámaras de móviles capaces de reproducir todos los átomos de las insufribles paellas que compartimos en Instagram, y mucha tita en vinagre, pero la humanidad continúa huyendo de los microbios como en los tiempos en los que compartíamos la selva con los dinosauros. Organice menos congresos de tecnología, querida alcaldesa, y dedíquese a construir un condón gigante donde todos los techies del mundo puedan follar sin miedo al contagio.

Por fortuna, la estulticia que ha provocado la tecnología y su consiguiente e insufrible esnobismo retorna como un bumerang para cortar las cabezas de sus propios apologetas

Sólo el escarnio nos permite ver el mundo de hoy con mínima lucidez. Poco importa, a estas alturas, que el coronavirus haya matado en la China una cuota de ciudadanos mucho menor a los que mueren por un simple resfriando, por un quiebro de glande acaecido en un tórrido acto sexual y que tenga en su haber una lista de cadáveres menor a la que, en un país en el que todas las estadísticas tendrían que pensarse en términos continentales, reúne los muertos por ahogarse en el propio bidet. Porque el pavor viaja mucho más rápido que la realidad virtual, el comercio de cachivaches portátiles y los Gigabytes o como coño se digan. Por fortuna, la estulticia que ha provocado la tecnología y su consiguiente e insufrible esnobismo retorna como un bumerang para cortar las cabezas de sus propios apologetas. A menudo la historia nos regala curiosas ironías, como la de contemplar a los genios de la técnica global más extremada cagaditos del susto ante la simple presencia de una toxina. Hasta el amo del mundo, impostando seguridad, ha pedido que paremos nuestro normal transcurrir de la vida hasta abril, porque se ve que el animalito la palma con el caloret. Los virus, ya ven ustedes, qué forma más oportuna para disfrazar el racismo de toda la vida.

Que se anule el Mobile, pido sin tapujos y a grito pelado, porque de esta forma, acabando con todos los congresos posibles, conseguiremos que la humanidad acabe aislada en casa con el único virus que es patrimonio de hombres y mujeres sin excepción: una persistente, contagiosa y tozuda estupidez.