La adopción momentánea de un personaje de los bajos fondos del alcantarillado español es una de las costumbres más entrañables de la tribu. Así ha pasado últimamente con José Manuel Villarejo, que hace poco irrumpió en la sabatina procesista de La Nostra demostrando su inaudita capacidad como freelancer y secretario personal de hasta diez ministros de Interior y cinco directores del CNI. Villarejo estaba tan encantado de estar en la tele catalana ("en esta parte de España respetan la libertad de expresión") que si le llegan a dar diez minutitos más de entrevista, y la cosa pasó de dos horas, todavía nos habría recitado un poema de Espriu y todo. Con respecto a lo nuestro, el antiguo policía tampoco dijo nada que pueda sorprender: básicamente, que la Operación Catalunya contaba con el apoyo de la cúpula de Interior y que el tándem Jorge Fernández y Francisco Martínez informaba puntualmente a Mariano Rajoy.

Resulta enternecedor comprobar cómo las peripecias de un agente secreto como Villarejo (a quien hemos retratado, y él mismo se ha dejado caricaturizar, como un Torrente de la desechería española cuando realmente ha sido uno de los arquitectos del Gobierno durante lustros) todavía causen aquella mezcla de indignación y pedorreos de placer masoquista a tantos compatriotas. También es curioso que mucha peña todavía flipe cuando el policía admite orgullosamente que volvería a perpetrar punto por punto las filtraciones que consiguieron desacreditar el independentismo con el único argumento del todo por la patria. Lo que sorprende más, no obstante, es ver cómo Villarejo se está convirtiendo en uno de los botes salvavidas de los políticos catalanes, que —de la misma forma que hacían cola para ver si salen a la lista de espiados del CNI— ahora venderían lo poco que les queda de alma para salir en los informes de Villarejo.

El policía admite orgullosamente que volvería a perpetrar punto por punto las filtraciones que consiguieron desacreditar el independentismo con el único argumento del todo por la patria. Lo que sorprende más, no obstante, es ver cómo Villarejo se está convirtiendo en uno de los botes salvavidas de los políticos catalanes, que ahora venderían lo poco que les queda de alma para salir a los informes de Villarejo

Haciendo honor a su perfil de estudiante de primera fila de clase, Artur Mas ha aprovechado rápidamente el resurgimiento de Villarejo para pasear de nuevo su espléndido bronceado en radios y teles, pidiendo que la justicia española intervenga en el asunto (poned vosotros mismos las carcajadas). Como narcisista enfermizo, a Mas lo único que lo importa es que una instancia judicial española, o si hace falta la misma Virgen Maria, le reafirme que los doce diputados que perdió en las elecciones del 2012 serían culpa de un genio maligno español. Con esta súplica, el 129 certifica que es una persona tan bien formada como poco inteligente, pues se tiene que ser bastante zoquete para no entender que su retroceso no tuvo nada que ver con España, sino con su tibiez netamente convergente al abrazar un discurso independentista que, en aquellos momentos, Oriol Junqueras supo abanderar muy bien sin tantos complejos.

Pero la mejor curva del caso la ha protagonizado un binomio de convergentes de toda la vida, Sandro Rosell y su abogado Pau Molins, quienes han declarado solemnemente la intención de querellarse contra Villarejo por haber confesado que la jueza Lamela envió a la chirona al antiguo presidente del Barça con una causa meramente personal que tenía la sola intención de atemorizar a los independentistas. Como sabréis, Rosell hace semanas que va montando cenas con sus amigos pijos de Barcelona diciéndoles que pretende iniciar una aventura como alcaldable de la ciudad con aquella cosa tan simpática (también muy de la ANC, es decir, convergente) de presentar una lista de personalidades cívicas. Al no poder exhibir ningún tipo de conocimiento sobre la ciudad ni un proyecto político que pase de los postres con gin-tonics, a Sandro se le ha ocurrido sumarse a la caravana de los damnificados.

Así pues, Villarejo tiene trabajo, y no porque alguna de estas acciones le represente ni centésima de molestia, sino porque muy pronto se convertirá en el secreto objeto de deseo de la mayoría de la clase procesista catalana. Si yo fuera un trabajador de la televisión pública, me apresuraría a prepararle un camerino especial, porque la entrevista del FAQS será a buen seguro el preludio de una presencia más frecuentada en nuestra casa que, mientras dure la llama, puede acabar llevándolo a la final de Eufòria. De la misma manera que, aunque nos pese, disfrutamos con las películas de Berlanga como un español más, ahora que somos expresamente autonomistas podremos disfrutar con Villarejo sin que el hecho nos contradiga el alma. Adoptar a Villarejo será la próxima estación de este delirio infinito. Los españoles respirarán tranquilos: al final, por desgracia, les acabamos reciclando cualquier desperdicio.