El hombre más rico del mundo acaba de adquirir el principal vertedero de la conversación global. Elon Musk ya tiene Twitter en el saco y, dada su pericia en transformar la innovación en negocios prósperos como Tesla o SpaceX, cualquier desconfianza de sus usuarios puede parecer una rabieta. No obstante, me interesa estudiar los niveles de esta aprensión contra Musk, pues, más allá de la singularidad o triple moral del personaje, la desconfianza ayuda a explicarnos mejor. De hecho, los recelos contra el magnate no son patrimonio exclusivo del común de los mortales: los antiguos propietarios de Twitter fueron los primeros en desconfiar de su futuro propietario y lo más importante del caso son las razones. Nadie dudaba de su pericia en hacer dinero, quién osaría, sino de su personalidad cambiante, torpe y caprichosa, una forma de actuar que la misma plataforma había ayudado a sobredimensionar.

Aquí está el primer gran síntoma de esta historia: Twitter temía a Elon Musk justamente porque era un usuario que había utilizado sus mecanismos exprimiendo los límites y haciendo un uso demasiado expansivo la libertad de expresión; por poner ejemplos muy diferentes, había anunciado la privatización de su empresa en la red (ante la enmienda de la US Securities and Exchange Commission, principal salvaguardia yanqui que vigila la transparencia en el mercado inversor) y acusó de pedofilia a un submarinista que se encontraba salvando a unos niños atrapados en una cueva en Tailandia (simplemente porque el pobre señor en cuestión le había dicho que el submarino con el que el magnate los quería pescar era un trasto inservible). Twitter desconfiaba de Musk como la sociedad liberal-ilustrada reprobaba a Don Juan, considerando su libertad demasiado excesiva incluso para una sociedad libre.

Musk hará algo más inteligente que recortar la libertad de quien pretende insultar: querrá, de lo contrario, modelar el caos de la opinión tuitera desde dentro mismo de la máquina

Sobre el papel, las propuestas de Musk para la aplicación son interesantes de discutir. El empresario ha reprobado Twitter por ser muy opaco con el algoritmo que nos vuelve adictos al tuit (proponiendo que la compañía explique el esqueleto "en abierto") y ha tenido la ocurrencia de la creación de un "Edit button" que permita enmendar los tuits para garantizar que se matice su ira a la hora de cagarse en la alteridad. Como ha escrito Kyle Chayka en el New Yorker de esta semana, parecería ser que el empresario quiere que Twitter vuelva a la era en que tuitear no te suponía tantos problemas, favoreciendo pequeñas formas de moderar el paso de nuestro monólogo interior al debate público. La compra de la aplicación tendría, en efecto, algún tufo de revancha personal: visto que él mismo ha sufrido los problemas de la ira en las redes, el empresario acabaría comprando el terreno del exceso para matizar el fuego cruzado.

Temiendo una disminución de la libertad de expresión en la red (en una idea naturalmente errónea; cualquier medio de comunicación, por libre que sea, implica alguna forma u otra de censura), los usuarios han respondido tuiteando fotografías de Musk y tildándolo de "pedo guy", las mismas palabras con que él se refirió al socorrista arriba mencionado. Diría que los disparos yerran de energía, porque Musk hará algo más inteligente que recortar la libertad de quien pretende insultar: querrá, de lo contrario, modelar el caos de la opinión tuitera desde dentro mismo de la máquina. Eso explica la posibilidad de editar los propios comentarios, una especie de segunda oportunidad para el matiz que, de hecho, cambiará la esencia de Twitter del tal y como sale a la puntilla verbal. De hecho, lo único que quiere demostrar el magnate es que, en el mundo del futuro, la libertad será patrimonio de quien tenga poder para defenderla.

Ya tiene gracia que el mundo cante el adiós a Twitter justamente ahora, como si los anteriores propietarios de la empresa fueran misioneros. En este sentido, me ha sorprendido agradablemente la reacción pragmática y capitalista de la tribu ante el caso: muchos conciudadanos del país han aprovechado la adquisición para dirigirse directamente a Musk y pedirle trabajo en la nueva empresa. ¡Es admirable! En el terreno de la economía (desdichadamente, no pasa lo mismo en la política) los catalanes hemos entendido que, para hacer lo que nos venga en gana y decir lo que nos parezca, siempre hay que estar cerca de la gente que tiene mucho dinero. Lejos de cantar la salmodia del adiós a Twitter, parece que por una vez nos hemos puesto del lado ganador. Ahora sólo tendríamos que hacer lo mismo con asuntos tan esenciales de la política como el espionaje o los ejércitos. Quizás así, poco a poco, acabaremos controlando el botón de editar mensajes.