El martes pasado, la antigua diputada de la CUP Mireia Boya compareció ante el tribunal que juzga la Mesa del Parlament asegurando que su partido no le reconoce ninguna legitimidad al Tribunal Constitucional con respecto al proceso independentista, recordando la violencia ejercida por los enemigos contra los votantes del 1-O. El juez Barrientos, que ya tiene bastante experiencia escuchando chapas de líderes independentistas que están a favor de la unilateralidad pero que nunca han osado ejercerla, interrumpió el argumentario de la expolítica e impidió que su abogado le hiciera preguntas de este tipo. Si exceptuamos el hecho de declarar en aranés, la comparecencia se ciñó al guion de los cautivos que hemos visto hasta ahora, incluida la habitual publicidad de los abogados de Vox, a quienes Boya quizás habría dado por el saco mucho más contestando a sus preguntas que no insinuando su fascismo.

Tengo que reconocer que siento debilidad por la política aranesa, y no sólo porque en casa seamos espantosamente judeocristianos y tengamos esa inclinación a regalar afecto al golpeado, sino porque siempre me ha complacido mucho la gente que defiende un ideario radical con voz tranquila, cosa que yo siempre he sido incapaz de hacer. A mí me parece fantástico que Mireia diga lo que piensa a la cara de Barrientos, y delante de quien sea, pero antes de ir a hacer performances por el mundo, primero tienes que asegurarte de que tienes la ropa limpia en casa. Y Boya todavía forma parte de un partido, la CUP, que se manifestó absolutamente vetusto y lamentable en el caso del acoso que le propinó un compañero (sic) de partido y por el cual, como la misma diputada ha explicado en su libro Trencar el silenci, no sólo tuvo que dejar el secretariado de los cupaires, sino que necesitó tratamiento psiquiátrico por las heridas causadas.

Mireia rompió el silencio, cosa dificilísima y que precisa de unos ovarios rebosantes de valentía, pero su partido todavía debe estar estudiando qué hace con el perla que la hirió

Cuando hablamos de un caso así, tenemos que bromear poco, dejar que el protagonista hable y cuidarlo al máximo. Cito palabras de Boya en el libro: "Me doy cuenta de que pasa algo raro en una reunión con antiguos miembros del secretariado nacional, donde él estaba, y a mí se me durmió la lengua. Me fui porque era incapaz de hablar y la reacción física fue vomitar. Es una reacción que indica que no puedes más". Y yo te pregunto (y no es la primera vez), querida Mireia. ¿Quién es tu acosador? ¿Todavía campa por la CUP? ¿Dónde está aquel famoso proceso de investigación, que ha resultado ser más largo que el Watergate y por el cual la CUP, como prometió Mireia Vehí, acabaría ajustando las cuentas con el culpable? Dices que el Estado perpetra acciones violentas contra la ciudadanía de Catalunya y servidora no podría estar más de acuerdo. ¿Y de la violencia con la que te han golpeado a ti, qué pasa?

La respuesta, desgraciadamente, es el silencio, pues después de regalarnos mil lecciones sobre el micromachismo, el acoso, el heteropatriarcado, la violencia constitutiva del sistema capitalista y toda mandanga posible, la CUP ha continuado con una actitud que, reina mía, no habíamos contemplado ni en los mejores tiempos del reinado de Duran i Lleida en Unió Democràtica de Catalunya. Mireia rompió el silencio, cosa dificilísima y que precisa de unos ovarios rebosantes de valentía, pero su partido todavía debe estar estudiando qué hace con el perla que la hirió. Como en los mejores tiempos del aparatchik, camaradas. Yo ya entiendo que ir a denunciarlo a la justicia española debe dar un poco como de cosa, pero créeme, Mireia, pinta que si las cosas no cambian mucho, es el único lugar donde tendrás amparo legal. Porque en tu casa son los reyes de los discursos, pero a la hora de la verdad... sólo silencio.