Primero, y antes que nada, una simple constatación. Durante las últimas semanas, el independentismo autonomista ha intentado rebajar sus pretensiones para conseguir que la fiscalía española afinase a la baja las condenas de los presos políticos. El resultado, lo sabéis de sobras: a pesar de que las peticiones de prisión son las mínimas exigidas por el tipo penal de rebelión (a excepción de Junqueras, señalado como el máximo autor de la trama indepe, por el simple hecho de que Puigdemont está en el exilio), la rama judicial de los aparatos ideológicos del Estado continúa con la idea rectora para acabar con el proceso que ya predicaba en tiempos de Rajoy: poco importa si en Catalunya hubo violencia, porque lo esencial es reprimir, escarmentar e incluso humillar a los políticos procesistas. Eso también lo sabemos: no es un juicio, sino una advertencia de España del precio que implica volver a la unilateralidad.

En todo este período ha sido ciertamente instructivo ver como los políticos catalanes jugaban a endulzarle la vida a Pedro Sánchez, devaluando incluso el valor de la inmersión lingüística con un proyecto que atenuaba su escasísimo impacto y con gente tan lista como Anna Simó afirmando que se debería fomentar el uso del español en zonas en donde el catalán ya es de uso corriente. Si la decisión de la fiscalía hubiese llegado un pelín más tarde, nuestros honrados líderes se habrían planteado incluso venderse La Moreneta, El Cant de la Senyera y hasta el copyright de la fórmula del pan con tomate. Por fortuna, hasta de las claudicaciones uno saca motas verdaderas, porque los juicios demostraran que PP y PSOE son exactamente lo mismo cuando se trata de defender los intereses de las élites funcionariales españolas y que tanto Esquerra como el PDeCAT hubieran estado igual de encantados de venderse el alma.

¡Abrid las cárceles! Éste debería ser el grito unánime del independentismo

A su vez, ahora también podemos constatar que los presos políticos se entregaron a la judicatura española con la esperanza de poder dar más vida a las mentiras que nos intentaron colar tras el 1-O y poner en el centro del debate político su libertad para alejar cualquier hipótesis de aplicación inmediata de la independencia. De hecho, ahora también sabemos que sólo habrá dos formas de liberar a los políticos catalanes de las cárceles que comanda la propia Generalitat: buscar el indulto a través de un pacto político que anestesie la independencia por décadas o bien aplicar la unilateralidad sin tapujos, sacarlos de las cárceles y controlar el territorio como así debería haberse hecho tras lo acontecido hace un año. La primera opción, la favorita en las élites del independentismo autonomista, no tiene ninguna garantía y sólo dependerá de la gracia magnánima del inquilino de la Moncloa. La segunda, ya ve usted, requerirá políticos valientes y concienzudos.

Afortunadamente, ahora también sabemos al cien por cien que España se mantendrá intacta como pseudo-democracia en el seno de la Unión Europea y de la comunidad internacional aunque mantenga a los políticos catalanes en prisión y que todos aquellos que predicaron una implosión del estado tras las condenas sólo querían salvar su pequeña parcela de poder. Falta muy poco para saber si los partidos políticos catalanes tendrán como prioridad salvar a Sánchez para evitar que la derecha alfa española niegue incluso el indulto a los presos o se decide a tomar el control de todo aquello a lo que renunció tras el 1-O. ¡Abrid las cárceles! Éste debería ser el grito unánime del independentismo y la única forma de marcar la agenda de unos líderes (y me refiero también a los que están en la cárcel) que parecen preferir el martirologio entre rejas que no su libertad individual y, a su vez, la de su pueblo. Dos opciones. Hoy por hoy, queda poco más.