La absoluta desaparición de los diminutivos en el uso del catalán (en especial en las conversaciones telefónicas y en las secciones meteorológicas de los medios de comunicación de la tribu), que el Parlament promueva una ley por la cual se prohíba la existencia de hilo musical en cualquier establecimiento o tienda del país, que los actores catalanes abandonen el espantoso hábito de salir del escenario dando saltitos cuando el público les aplaude, que Enric Casasses o Lluís Solà ganen el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes y que retiren el más alto galardón a plastas como Isabel-Clara Simó o Josep Massot, que en la Diada del 11-S los manifestantes catalanes se dirijan cabreados a las sedes de los partidos políticos independentistas y les recriminen haber mentido sistemáticamente desde el año 2010, que Jordi Graupera sea alcalde de Barcelona, que me convierta en el crítico más furibundo y visceral del alcalde Jordi Graupera, que mi querida Pilar Rahola también salga en TV3 los domingos (si puede ser en horario de misa) y que Empar Moliner pueda explicar sus chistes desde una coctelería, que Quim Torra no ponga cara de estar a punto de echarse a llorar como un bebé cada vez que dice “señor Sánchez”, poder cenar una noche con John Maxwell Coetzee aunque no intercambiemos ni una sola palabra, que Xavier Albertí sea director vitalicio del Teatre Nacional o —en su defecto, por impedimentos burocráticos— que sea el nuevo director artístico del Liceu, que se admita la obligación de tener el Cicle d’Almandaia de Antoni Vidal Ferrando en cada mesita de noche de los Països Catalans, que se deje de interpretar durante doce meses El Mesías de Händel i el Requiem de Wolfgang Mozart, para poder echarlos de menos, que destapar las mentiras del procesismo nos haga todavía más independentistas y que los catalanes recuperen el gusto por reírse de su propia metafísica, que haber sido injustamente reprimido por el enemigo español no sea una condición suficiente para olvidar la traición a los ciudadanos, que Bea Talegón se ponga capucha y suba al Pedraforca para ver el país desde las alturas, que Jaume C. Pons Alorda acabes su traducción de The Idea of Orde rat Key West de Wallace Stevens, que se obligue a los jóvenes del país a leer el Leviatán de Hobbes y El príncipe de Maquiavelo y así (en el futuro) uno pueda ahorrarse el creer en gilipolladas como la revolució dels somriures, la existencia de un ejército catalán (si hace falta formado por mercenarios israelíes a los que uno pueda exigir el conocimiento de la lengua propia), que el aeropuerto de El Prat pase a llamarse Jordi Pujol i Soley, que Serrat cante en el idioma que le salga de las pelotas y que Albert Boadella pueda estrenar en el Lliure una obra sobre Oriol Junqueras, que el mayor pecado mortal a cometer sea la nostalgia y que podamos hacer todo lo posible para que el 1-O no sea un acto histórico-nostálgico y, evidentemente cosas frívolas y absurdas como perder un poco de peso, mamar menos y poder darle otra oportunidad a la alegría.