Josep Maria Estruch Canals. Feliciano Cañellas Roig. Minguet Buch Nogales. Alfredo Rodríguez Rosales. Josep Vidal Bernat. Manel Vidal Bernat. Son sólo seis nombres leídos al azar. Seis de los 79 nombres que desde ayer se pueden ver en el Memorial de Les Camposines, en la población de La Fatarella, gracias a las investigaciones del Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya y a la inscripción en el censo de personas desaparecidas. La historia se va recomponiendo poco a poco, aunque, posiblemente, llegamos tarde. Son 79 personas más que se sabe que perdieron la vida durante la Batalla del Ebro, personas que sus familiares han inscrito en el mencionado censo. Con ellos ―y digo ellos porque todo son hombres― en este Memorial de la Terra Alta ya hay 41 placas con un total de 1.623 nombres, víctimas sin distinción de ideologías, bandos u origen. No se puede decir lo mismo del monolito franquista, el más grande de Catalunya, que todavía aguanta en medio del río en Tortosa, erigido sólo para los ganadores de la guerra e inaugurado por el mismo dictador en persona, aquel que, recientemente, ha recibido un segundo funeral de Estado. Sus huesos sí que se sabía dónde estaban.

Les Camposines era un lugar de paso entre la orilla del río Ebro y la primera línea del frente republicano, un punto estratégico para hacer llegar suministros y evacuar a heridos. En aquel mismo lugar, el año 2005, se construyó un espacio de memoria, en forma de bunker. Se trata de un monumento osario, donde hay un museo y un espacio ―restringido al público― donde se depositan los restos de los combatientes que todavía hoy se encuentran en diferentes puntos del territorio. Cerca de allí, en Móra d'Ebre, murió uno de los combatientes que, desde ayer, también tiene su nombre inscrito en la placa: Amedeo Nerozzi.

Soñaban en planes de futuro, como cualquiera de nosotros hoy. Tenían familia, amigos y una vida. Habían nacido libres y murieron por unos ideales, sin poder decir adiós. Bella, ciao

A principios de 1920, Nerozzi fue alcalde de la población de Marzabotto, cerca de Bolonia, hasta que Mussolini tomó el poder en Italia y tuvo que huir de su país porque sufrió diferentes amenazas y ataques. Llegó a España en 1936 y formó parte de la XII Brigada Internacional, la que se conoció como Brigada Garibaldi. El 9 de septiembre de 1938, un proyectil impactó cerca de la tienda hospital donde trabajaba como camillero. Tenía 47 años y lo que el fascismo no pudo hacer en su Italia natal lo consiguió en el estado español. Ayer, su bisnieta, autoridades de su pueblo y hasta 200 familiares y amigos de los combatientes caídos, engullían lágrimas garganta abajo mientras cantaban el Bella, ciao para cerrar el acto. Ahora, al menos, tienen un lugar físico donde rendir homenaje a sus desaparecidos, un lugar donde poder pasar la punta de los dedos por encima del nombre de la persona querida, inscrito en una placa llena de dignidad.

Poner nombre y apellido a los restos humanos, buscar la información genética, rescatar la memoria con pico y pala, escarbar a puñados la tierra que cubre la verdad es todavía más necesario que nunca hoy que la ultraderecha crece y el fascismo, tan lamentablemente vivo y blanqueado en nuestras calles y en la política, intenta soterrar la verdad porque, así, podría repetir la historia sin riesgo de antecedentes ni precedentes. Las 1.641 personas de las placas de Les Camposines ―y todos aquellos que todavía no hemos podido encontrar― merecen, como mínimo, la dignidad de recuperar sus nombres. Eran jóvenes. Soñaban en planes de futuro, como cualquiera de nosotros hoy. Tenían familia, amigos y una vida. Habían nacido libres y murieron por unos ideales, sin poder decir adiós. Bella, ciao. Hace décadas que están enterrados en las cunetas, en las cordilleras y en los campos de cultivo del Ebre, esperando que el ADN de sus descendientes coincida con el de algunos de sus huesos todavía por descubrir o amontonados en una fosa común ya localizada. Huesos que gritan justicia, cargados de honor, enterrados del suelo bajo la sombra de una bella flor, como la del partisano de la canción, muerto por la libertad.