Barcelona se ha vuelto una ciudad aburrida que tiene adicción a polémicas de tres al cuarto. Así ocurre anualmente, durante lo que los cursis (hermanos gemelos de los iletrados) denominan "las fiestas" de Navidad, a raíz del belén que el Ajuntament apuntala en la plaza de Sant Jaume. La administración Colau convirtió este display de la cristiandad en un objeto de cambio ideológico, porque la izquierda de hoy tiene la curiosa manía de pensar más bien poco en el progreso y demasiado en la doctrina de la liberación (uno algo contradictorio en esencia). Pues bien, el alcalde Jaume Collboni podría haber cortado de cuajo la tontería en cuestión, haciendo algo tan sano como abstenerse, pues a menudo el quietismo también tiene algo de revolucionario. Podría haber dejado en paz la plaza, por la que cada día es más difícil andar; pero no, Jaume ha decidido ser más religioso que la antigua papisa.

He aquí una nueva versión actualizada del belén de los cojones (y que las feministas me disculpen el vocabulario fálico), una mandanga más tradicional que la de años anteriores, pero en la que las escenas bíblicas sobreviven simbólicamente entre postalitas de Gaudí, huertos urbanos y, para evitar cualquier discriminación posible de género (en este caso, de tipología anal), una "caganera". A pesar de ser una instalación de carácter sociovergente, el belén de Collboni (diseñado por el escenógrafo Ignasi Cristià, y diría que en este caso el nombre no hace la cosa) sigue con la pauta de las invenciones de anteriores lustros: es una horterada de mil demonios. Aparte de eso, el tema del gasto público también se mantiene inalterable; la mona de pascua nos costará unos cien mil euricos. Malgastar es un arte antiguo de la política, es cierto: ahora solo faltaría perpetrarlo con buen gusto.

Por esencial que sea la imaginería y el pensamiento cristiano en la cultura de Occidente, que lo es y de forma troncal, habría que recordar que Barcelona es una ciudad aconfesional. Más allá del gusto estético, servidora no tengo ningún problema con que cada cual edifique su belén particular en casa y, si quiere convertir el parto de la santa María en un encuentro de transexuales heroinómanos, pues barra libre a la imaginación. Tampoco me causa ninguna desazón que las parroquias, el plomo de obispo que sufrimos y el gerente de El Corte Inglés decidan instalar un belén dentro de su propiedad. Pero deberíamos intentar asumir algo tan sencillo como la neutralidad religiosa de la calle y, a su vez, las administraciones deberían ser cuidadosas con respecto al fomento del buen gusto entre la ciudadanía; si no tienen ninguna propuesta estética decente, oso insistir, mejor dejar de embadurnar la calle con experimentos.

Si no tienen ninguna propuesta estética decente, oso insistir, mejor dejar de embadurnar la calle con experimentos

Los habitantes de Ciutat Vella ya tenemos bastantes quebraderos de cabeza estéticos en forma de intromisión, lo cual va desde los nuevos comercios ideados para el disfrute de los visitantes más horteras de todo el planeta, tan cools como reproducibles en cualquier otro lugar (son los principales asesinos de las tiendas ancestrales de los barrios), hasta la espantosa manía de permitir absurdísimos grupos de bailarines en la calle que entorpecen esa manía que todavía tenemos algunos ciudadanos de querer pasear por nuestro barrio. A las masas insufribles de turistas que depredan el Call o los rincones más bellos de El Born, ahora habrá que sumar mandadas de centenares de cretinos que bajarán al barrio para admirar el cojones de belén y colapsar aún más una zona de la ciudad que pide a gritos que la dejen respirar de tanta gilipollez. Cien mil euros, cien mil, todo para sufragar algo tan atrevido como cambiar de género a la figura de la barretina.

Mientras el belén de plaza de Sant Jaume relucirá como las joyas de Isabel II, la mayoría de calles de Ciutat Vella todavía tienen un alumbrado deficiente y resulta completamente normal que muchos convecinos tengan miedo a la hora de salir a dar una vuelta por el barrio de noche. Mientras nos gastamos dinero público en bobadas que debería pagar la Iglesia, el centro de nuestra ciudad sigue sufriendo una degradación imparable en términos de seguridad, limpieza y salud pública. Pero eso no es lo importante, porque ahora toca celebrar este belén de los putos cojones que nos cegará de flashes la plaza de Sant Jaume mientras, a pocas calles de ahí, hay narcopisos operando con una alegría inmensa y comercios locales que tienen que cerrar porque no pueden sufragar unos alquileres dignos de Nueva York. Será una lástima que no podamos hacer justicia al nuevo belén depositando en él una boñiga: porque en Sant Jaume, aquí sí, siempre hay pasma.

Esta ciudad sabía ser alegre, digna y ordenada. Ahora ya hace demasiado tiempo que es un ejemplo de aburrimiento y estética hortera. Lo más preocupante del caso es que a todo el mundo ya le resulta normal. Y hasta el próximo año y que si patatín, que si patatán.