A partir del lunes se retomarán algunas actividades consideradas “no esenciales”. Una decisión que no encaja con las recomendaciones internacionales que, desde organismos como la OMS, pero también expertos científicos europeos se están dando. Si bien es cierto que las cifras que se reportan diariamente sobre las muertes y las infecciones tienen una tendencia al descenso continuado, no estamos todavía en una situación que nos permita cantar victoria.


Primero porque, aunque las cifras “oficiales” estén descendiendo, seguimos hablando de miles de infectados nuevos cada día y de unas quinientas muertes. Y porque, como decía Sánchez, este virus no entiende de fronteras, por lo que deberíamos tener muy en cuenta lo que está pasando en otros lugares que no nos pillan lejos, relativamente. Miremos a Francia, y veamos en qué momento se encuentran: subida en la curva y sin datos que alivien por el momento.

Los expertos están subrayando estos días que levantar las medidas de contención establecidas, de manera brusca, podría acarrear un rebrote mucho más fuerte y generar complicaciones severas a los sistemas sanitarios (más de las que hemos vivido y estamos viviendo). Insisten en ello, y supongo que lo hacen al ver que se están dando mensajes desde algunos gobiernos en la línea de ir poco a poco desmantelando el confinamiento.

Y esto me recuerda a cuando la OMS gritaba en el desierto, nada más iniciarse el brote en Wuhan, que los países estuvieran atentos, que tomasen medidas y nadie les hacía ni caso. Después, cuando aparecieron los brotes en Italia o en España, el director general de la OMS hizo hincapié en el “os lo avisé y no me hicisteis ni caso”. Y en estos momentos, tengo una sensación parecida: nos lo están avisando y de nuevo, otra vez, algunos parecen no entender —o no querer entender—.

Enviar a la gente de vuelta al trabajo, a los transportes públicos (por mucha mascarilla que les pongas), puede suponer un riesgo muy elevado. Sencillamente porque ya se ha denunciado por varias vías (incluso la judicial) que las cifras que estamos valorando podrían ser muy inferiores a las reales: las infecciones reportadas son aquellas que han dado positivo a un test, pero no reflejan la cantidad real de personas que existen contagiadas. En muchos casos, las que se quedan en su casa y aguantan como pueden el virus, y en otros —los más peligrosos— porque hay personas infectadas pero que no lo saben, pues son asintomáticas, y por lo tanto, están expandiendo el virus sin saberlo. Por mucho confinamiento que haya, todos podemos salir a hacer la compra, a sacar al perro, y a partir del lunes, a trabajar en muchos casos.

Según un informe publicado por expertos del Departamento de Salut de la Generalitat hace un par de semanas, se podría esperar un nuevo brote para finales de abril. Estas infecciones responderían a casos de contagio que se estarían produciendo en este momento y durante los próximos días: suelen tardar en aflorar convertidos en datos un par de semanas. Y es precisamente hasta el 26 que está aprobado el estado de alarma, aunque Sánchez ya anunció recientemente que está convencido de que tendrá que pedir otra prórroga más, o sea, que estaríamos hablando de extender el estado de alarma hasta mediados de mayo.

Mientras tanto en Francia o en Italia ya lo han hecho. Y cuando les preguntan “hasta cuándo” van a mantener estas medidas de contención, responden igual: “no lo sabemos”. Es lógico porque este virus va mostrando cada día algo nuevo: nuevos síntomas, nuevos efectos, nuevas pistas que nos enseñan que nos encontramos ante un “bicho” más complicado de lo que en un principio se quiso pensar. Su letalidad es diez veces superior a la de la gripe. Afecta también a jóvenes sanos. Aunque en menor proporción, también a niños. Genera colapsos imprevistos en personas que estaban “sanas” antes de contraer el virus. Y están apareciendo casos en los que, en personas que ya habían superado el virus, vuelven a dar positivo. Por todo ello, lo único cierto que podemos asegurar es que no sabemos realmente a qué nos enfrentamos, ni cuánto tiempo vamos a tardar en poder plantear medidas que realmente sean eficaces tanto para combatir el virus como para poder sostener nuestros sistemas públicos sanitarios. Y en este contexto, tomar decisiones implica riesgos elevados.

Y ante la duda, ante un panorama tan incierto, ¿no sería lo más sensato curarse en salud, como se suele decir? Algunos expertos economistas explicaban estos días que es crucial no dejarse llevar por el pánico ni por la urgencia de los mercados en esta situación: concretamente, una opinión que me pareció interesante, señalaba que era mucho más eficaz tomar una medida radical de confinamiento que pusiera la economía en “modo hibernación” durante un tiempo determinado, de forma contundente, a mantener durante más tiempo medidas más suaves. Venía a decir este economista que frenar en seco podría garantizar un corte de de la propagación del virus que, a medio y largo plazo, reportaría beneficios; porque si, de lo contrario, se intenta mantener viva, aunque a medio gas la economía, supondría pérdidas menores en un momento inmediato, pero que a largo plazo estaría debilitando el sistema de una manera mucho más profunda.

Es evidente que hay confrontación en esta cuestión: vimos a la ministra Nadia Calviño a principios de semana decir que a partir del 26 de abril volveríamos a la normalidad. Sin embargo, casi sin llegar a terminar la frase, el ministro de Sanidad, Salvador Illa la desdijo señalando que en absoluto nos encontrábamos en un momento para hablar de normalidad ni de desescalada. Sino más bien, que nos encontrábamos en un momento duro y que el camino por recorrer todavía era largo. Al día siguiente fue cuando Sánchez anunció que tendría que pedir otra prórroga cuando acabase la del 26 de abril, o sea que Calviño “metió la pata” hasta el fondo. Y es evidente que ella estaba dando un mensaje al mercado, a los empresarios, que son los que parecen tener más prisa por volver a “su normalidad”. La nuestra, la de la gente, les resulta algo indiferente. Ya se ha visto, también, la reacción de la CEOE respecto al ingreso mínimo vital: a esta gente le parece fatal que se dé liquidez a familias que en estos momentos se han quedado secas, que no perciben ingresos y que precisamente se encuentran en esta situación por un hecho ajeno a ellos, incluso a sus empresarios y sectores de empleo. Una inyección económica que les permita pagar lo básico, vivir. Algo fundamental en momentos “de guerra”, como le gusta decir a los que aparecen para dar ruedas de prensa vestidos de uniforme castrense. Pues eso a la CEOE no le gusta, porque para ellos, quizás, deberíamos salir todos a la calle a contagiarnos masivamente pero seguir trabajando y generándoles beneficios. ¿Es de eso de lo que estamos hablando? Parece que sí.

Un interesante debate, que enfrenta a quienes consideramos que por encima de la sanidad no debería haber intereses económicos, y quienes consideran que la economía mueve al mundo y que las manos invisibles ya se encargarán de ajustar cuentas siempre y cuando no pare la máquina.

Y de eso va, precisamente, la decisión de volver a trabajar la próxima semana para tantas personas que deberían seguir confinadas, en mi opinión, en sus casas. Tal y como dice el “malvado Torra”, que está pidiendo que se prolongue el confinamiento, al menos, dos semanas más.

Y es que, “el malvado Torra” fue terrible al inicio de esta crisis cuando se salió de la línea general para pedir medidas contundentes, confinamientos de los focos de contagio, para que, dos semanas después los hechos le dieran la razón. El terrible Torra ha realizado cambios en la gestión del Govern para que las residencias de mayores pasen a ser gestionadas desde una consejería diferente, con la finalidad de poder evitar más muertes de nuestros mayores. El malvado president parecería estar haciendo más caso a los organismos internacionales y a las autoridades europeas y mundiales, en lugar de seguir los pasos que se recomiendan desde el ministerio español. Se está pidiendo sacar a los presos de los centros penitenciarios, y el Supremo español se revuelve y bloquea, cuando en realidad no es este un capricho indepe, sino que es una recomendación de Naciones Unidas.


Se repartirán mascarillas a todo el mundo, en Cataluña, mientras en España todavía hay que escuchar debates sobre su utilidad. Pero como siempre, los malos temerarios, los que quieren ir por libre son los egoístas supremacistas independentistas. Esa es la manera triste de entender que, en realidad, a lo mejor, lo que se está intentando es tomar las medidas más eficaces lo antes posible. Poniendo por delante los intereses de la ciudadanía y no de los mercados.