A finales de los noventa, cuando yo estaba en el instituto, nos proponían como lectura para la asignatura de Ética el libro de Fernando Sabater Ética para Amador. A todos nos marcan los libros que devoramos, sobre todo durante la adolescencia, cuando nuestro trabajo consiste en leer. ¡Qué bendición!

De aquella lectura recuerdo un pasaje que aparece en mi mente con cierta frecuencia. Sobre todo cada vez que observo el panorama tan repleto de trampas. Aristóteles ponía un ejemplo para analizar situaciones de conflicto. 

Hablaba, en ese diálogo entre el filósofo y su hijo Amador, del ejemplo del filósofo clásico en el que un barco, que llevaba una importante carga de un puerto a otro, se encuentra a mitad de trayecto con una tremenda tempestad. La única manera de salvar el barco es arrojar por la borda el cargamento, que es muy valioso, pero también muy pesado. En estas circunstancias el capitán del navío se pregunta: “¿Debo tirar la mercancía o arriesgarme a capear el temporal con ella en la bodega, esperando que el tiempo mejore o que la nave resista?”.

La decisión para el capitán no es sencilla: quiere salvar las vidas de la tripulación al mismo tiempo que quiere salvar también la mercancía. Arrojar por la borda la mercancía tampoco le garantiza salvar las vidas, porque pueden naufragar si la tempestad aumenta su dureza. De la misma manera, mantener la mercancía esperando que amaine, puede salvarlo todo. Le toca decidir, le toca elegir en unas circunstancias que no le ofrecen margen para asegurar una victoria completa. 

El diálogo con Amador salta de este ejemplo al del aprendiz de aviador. El profesor de vuelo pregunta a su alumno: “Va usted en un avión, se declara una tormenta y le inutiliza a usted un motor. ¿Qué debe hacer?”. El estudiante le contesta: “Seguiré con otro motor”. 

El profesor responde: “Bueno, pero llega otra tormenta y le deja sin ese motor. ¿Cómo se las arregla entonces?”. Y el alumno responde tranquilo: “Pues seguiré con el otro motor”. A lo que el profesor señala: “También se lo destruye una tormenta. ¿Y entonces?”. 

El alumno contesta otra vez: “Pues continúo con otro motor”. 

En estas circunstancias, ya en bucle, el profesor algo molesto (o así me lo imaginaba yo), le responde airado al alumno: “Vamos a ver, ¿se puede saber de dónde saca usted tantos motores?”.

Y la respuesta del alumno fue lo que me quedó grabado para siempre: “Del mismo sitio del que saca usted tantas tormentas”. 

Ahora es uno de esos momentos en los que me acuerdo de las tormentas y los motores. Con lo que estamos viendo, con la persecución del Tribunal de Cuentas y con la jugarreta de la Abogacía del Estado tengo esta sensación: la del absurdo bucle que parecen no querer poner fin. 

Desde el independentismo, esas tormentas sirven para desarrollar mejores herramientas y, sobre todo, para dejar en evidencia a quienes deberían estar trabajando para reforzar y mejorar un estado de derecho en lugar de cubrirlo de nubes tan negras

Es evidente que la maquinaria de algunas estructuras funciona en base a unos intereses, a unos criterios, que no son los que deberían ser, esto es la defensa de los principios fundamentales para una convivencia pacífica, en un clima de diálogo y de búsqueda de “concordia”. Todo lo contrario: la actitud tramposa, embustera, interesada y parcial es lo que parece estar imperando en algunos lugares que deberían ser absolutamente impermeables a la conducida intencionalidad de parte. 

Supongo que todo esto puede seguir funcionando así en un bucle casi infinito. Lleva cuarenta años disfrazándose todo y la mayoría de la sociedad parece vivir absolutamente ajena a la gravedad de los hechos. Tormentas, motores. Todo esto sucede, pero mientras parezca que únicamente afecta al piloto, a los demás les trae sin cuidado. Y ese es el problema: que no debería ser así, pues cuando tanto se llenan la boca de Constitución, de ley, de orden, de convivencia y cordialidad, se olvidan de que todo eso son palabras vacías si no se llenan de un contenido real. 

La clave de la situación en la que vivimos es averiguar de dónde salen los motores y las tormentas. Porque de la misma manera que en la conversación entre el profesor de aviación y su alumno la situación imaginaria facilitaba crear bucles interminables, la realidad en la que vivimos parece responder al mismo funcionamiento. La estructura del estado español introduce tormentas (rebelión, sedición, Fiscalía, sala segunda, Tribunal de Cuentas, Abogacía del Estado por la vía penal) mientras su “objetivo a batir” (o sea los independentistas) tratan de sacar motores para seguir adelante. 

Mientras la maquinaria del Estado dispone de fondos económicos inagotables para activar tormentas, dispone de la fuerza (“soy tormenta”), dispone de prisiones, dispone de los medios de comunicación (tormenta tras tormenta), el independentismo dispone de sus motores: movilización ciudadana, recabar fondos para hacer frente al espolio bestial, sacrifica la libertad de sus líderes, y altas dosis de paciencia y energía. 

Lo sorprendente es que desde la maquinaria represora no se den cuenta de que a medida que activan tormentas, los motores cada vez son más fuertes. El destrozo que provocan es enorme, pero esa energía necesaria para mantenerse en vuelo es la que justifica la necesidad de mantener precisamente el rumbo fijo. O sea, lejos del generador de tormentas. 

Con la tormenta actual del Tribunal de Cuentas, con la última aparición en escena de la Abogacía del Estado estamos viendo una tormenta más, qué duda cabe. Sin embargo, mientras unos están poniendo toda la carne —de lo público, de lo de todos— en el asador, otros están aprendiendo a elaborar motores de gran calidad, que resistan todos los truenos, relámpagos y lluvias torrenciales. 

Se lo recordaba Zapatero a Casado hace unos días, cuando le decía sin decirle que echase la vista atrás y valorase los efectos que trajo consigo el destrozo del Estatut promoviendo aquella persecución, aquella recogida de firmas, aquel juego sucio del Tribunal Constitucional. Invitaba Zapatero a Casado a que echase cuentas y se atreviera a comprender de una vez que cuantas más tormentas creasen desde el españolismo, más motores encenderían desde el independentismo. 

Y de lo que no parecen haberse percatado algunos es que no hay tormenta eterna, y por lo que se ve, cada vez quedan menos “recursos” para inventar nuevas. Y mientras tanto, desde el independentismo, esas tormentas sirven, precisamente, para desarrollar mejores herramientas, y sobre todo, para dejar en evidencia a quienes deberían estar trabajando para reforzar y mejorar un estado de derecho en lugar de cubrirlo de nubes tan negras.

Toca hacer otro motor, no queda otra. Ahora habrá que arrimar el hombro y no permitir que las tormentas arruinen a quienes han dado la cara ante el temporal. Es tiempo de arropar, aportar y solidarizarse para seguir plantando cara a este cruel temporal. Porque seguro, no me cabe la menor duda, que pronto desaparecerán los nubarrones y las tormentas quedarán ya lejos.