Hay palabras que por mucho que te las traduzcan tienen un significado, una esencia propia, que no puede explicarse del todo bien.

Estos últimos años he aprendido algunas, y tarannà es mi favorita. Mientras conoces la cultura de un lugar, vas sintiéndote identificada con algunas cosas y descubres otras que te sorprenden. Es normal, siempre sucede cuando conoces realidades diferentes a la tuya. Es apasionante, es una manera de aprender a relativizar y, sobre todo, entiendes que en todas partes hay algo que aprender.

En Catalunya siempre me han explicado que el seny y la rauxa van juntos. Sería como decir que todo genio tiene su punto de locura, que nada termina de funcionar si no le pones una pizca de razón a la pasión, y viceversa.

He aprendido que la manera de entender muchos aspectos de la vida entre los catalanes independentistas tiene mucho que ver con ello. No son gente impulsiva, pero sí pasional: le ponen sentimiento a aquello que analizan. Y son, sobre todo, persistentes.

Alguno me dirá que definir con brocha gorda a una población es absurdo. Pero de mi experiencia he comprobado que hay rasgos culturales que definen a los pueblos. Ya sea porque unos suelen ser más activos, más sociales, más cooperativos, ya sea por todo lo contrario. Es el clima, la riqueza, la geografía, el contexto y mil factores lo que determinan el carácter de una sociedad.

Y, sin duda, la sociedad catalana nunca ha sido violenta. Ha sido luchadora, trabajadora, persistente, muy persistente, pero violenta no.

La juventud catalana no es violenta. La independentista tampoco. Otra cosa es que sea rebelde, que esté indignada ante las barbaridades que está viviendo

Dicen que los jóvenes están hastiados. Y no me extraña. Lo que me cuadra menos es que sean violentos. Es más: lo niego categóricamente. La juventud catalana no es violenta. La independentista tampoco. Otra cosa es que sea rebelde, que esté indignada ante las barbaridades que está viviendo. Que su respuesta a todo esto sea salir a plantar cara a una represión que además les ponen como un señuelo vestida de antidisturbios. Y que algunos decidan quemar contenedores, hacer barricadas y pensar que así están llamando la atención a un mundo que les ha dejado tirados.

Les hemos contado lo de la democracia, lo de la justicia independiente, lo de ser honestos y dar la cara, lo de luchar contra las injusticias. Encima viven en un lugar donde el activismo está a tope. Donde sus abuelos no han dejado de contarles quiénes fueron. ¿Qué queremos que hagan?

No, quemar contenedores no es lo mío. Pero tampoco se les puede criminalizar. Están hartos. Y prefiero ver las calles atestadas de jóvenes (los diurnos son millares, pacíficos y ejemplares), que verlas vacías mientras sus abuelos protestan solos.

He leído a Vicent Partal. Y le agradezco su artículo. Me cuesta entender ciertas imágenes y me jode profundamente que algunos se aprovechen, infiltrándose y calentando más de lo que estos chavales pretenden. Porque luego es muy difícil separar una cosa de la otra y todos van al mismo saco. Hay que hilar muy fino para no volverse loco estos días.

Porque hay infiltrados, hay fascistas, hay brutalidad policial, hay intereses políticos, hay juego sucio, hay manipulación mediática y también y, sobre todo, hay gente pacífica que está intentando que la escuchen y no encuentra la manera.

Asumamos todos la responsabilidad de lo que está pasando. Pongámosle seny i rauxa. Que falta nos hacen los dos.