A medida que el ambiente político y social se calienta exponencialmente, surgen de nuevo los que pretenden mantenerse "a salvo", "en medio", "ni allí ni aquí": aparecen otra vez los equidistantes. 

Son aquellos que pretenden ser "bienquedas", que piensan que dando un cachete a un lado y al otro parecen más listos que los que se posicionan. Estando "en el medio" suponen que tendrán la comprensión de las dos partes. Siempre los hay, incluso algunos parecen ya profesionales. Pretenden no mojarse, y al final salen siempre escaldados. 

Desde el típico "yo no soy de izquierdas ni de derechas", al "yo soy apolítico", pasando por aquello de "lo de Catalunya me pilla lejos", "todos son la misma mierda", hasta la última moda del "ni fascistas ni antifascistas". 

Se les puede identificar porque suelen soltar tópicos que no aguantan un par de argumentos —sin necesidad de ser demasiado elaborados—. Son aquellos que no quieren discutir "por política" con nadie. Y en realidad, cuando intentas profundizar un poco, te das cuenta de que no es que no quieran hacerlo (que también), sino que, en realidad, no pueden. 

No pueden porque posiblemente no hayan dedicado más de cinco minutos a darle una pensada al asunto en cuestión. Tampoco habrán perdido tiempo en leer, aunque sea un par de artículos, sobre la materia que opinan. Carecen de conciencia crítica, y prefieren opinar utilizando argumentos manidos de otros, siempre recogidos de la superficie. 

Tener criterio propio no es fácil, claro está. Hay que informarse, buscando datos, argumentos y contraargumentos. Porque también es fundamental conocer bien la postura con la que no se está de acuerdo. Todo esto conlleva tiempo, intentar no predisponerte para poder llegar a una conclusión que sea auténticamente propia. Pero todo lo que conlleva esfuerzo está en desuso. Sobre todo cuando se trata sencillamente del conocimiento, de esforzarte por saber. Sin más. 

bandera republicana franquista

Y ante la que está cayendo, ahora que vemos a los fachas campar a sus anchas, decir barbaridades, amenazar sin remilgos, y poner en peligro a una democracia en pañales, hay quien, sentado en su atalaya, se dedica a decir que la bronca no le gusta. Que le parece igual de mal el exabrupto del ultraderechista que la contestación de la "extrema izquierda". Y se quedan tan anchos. 

Porque ahora resulta que defender la sanidad pública, la renta mínima vital, las garantías y derechos de la mayoría social es ser de "extrema izquierda". Claro, partiendo de la base de que el marco de referencia de la izquierda es el PSOE, todo lo que quede a "su izquierda", es extremo. Y partir de aquí ya resulta complicado, sobre todo cuando defender cuestiones sociales, de justicia, de igualdad de oportunidades, ha pasado a considerarse algo "terrible" y "peligroso". Como si en la década de los ochenta, cuando el PSOE pretendía jugar a ser de izquierda, no se hubieran llevado a cabo medidas de este estilo y no hubieran dado frutos positivos. 

Defender lo público, defender garantías democráticas, ser antifascista no debería ser etiquetado como "extrema izquierda". Tampoco creo que ser de extrema izquierda sea nada malo, pero atendiendo a la consideración que se ha querido dar en este país, tildando a lo extremo de violento —otro asunto pendiente de aclaración— ser de izquierda ya comienza a considerarse también algo "señalable". 

No es lo mismo ser ecuánime, procurando encontrar la justa medida de razón en cada parte, que intentar trazar una línea para hacer equilibrio entre dos posturas

Mientras tanto, la derecha saca pecho, ensalzando como siempre hace a dictaduras pretéritas. Apelando a la violencia de manera expresa. Amenazando, incluso llegando a agredir físicamente en la calle a quienes no entran en sus esquemas. Y es que a esta derecha españolísima no le gustan los rojos, no le gustan los homosexuales, no le gustan los independentistas, no le gustan los republicanos, no le gustan las mujeres liberadas, no le gustan los ecologistas, ni los animalistas. Así se construye la derecha: en lo que no soportan. 

Defender cualquiera de las cosas que los fachas odian (que son muchas), te coloca inmediatamente en sus antípodas. Evidentemente. Y así es como se genera el espacio en el que el equidistante se coloca en medio. Algo absurdo si uno se para a pensar que ante el fascismo hay dos opciones: o eres afín o eres contrario. No cabe más. Hacer equilibrios como los que estoy viendo estos días puede considerarse, con acierto en mi opinión, una falta de respeto hacia quienes plantan cara ante aquellos que se mueven por el odio y por el egoísmo. 

¿Uno está siempre en el mismo sitio? No. Y por eso es importante hacer una reflexión: cuando se ataca a otras personas, por la razón que sea (raza, sexo, clase, ideología), ¿dónde nos hemos ubicado? Seguramente nos sorprenderá darnos cuenta de que, dependiendo del asunto, quienes piensan que son abiertos, tolerantes, a veces se comportan como fachas totalitarios e intolerantes. Sí, es curioso, pero es así. 

Y por eso, muchos de los que ahora defienden la democracia, la justicia social, que se llevan las manos a la cabeza cuando descubren las manipulaciones en informes de la Guardia Civil, que critican estos días los procesos judiciales tramposos, hace unos meses no eran capaces de ver que en Catalunya sucedía lo mismo. Y, entonces, eran "equidistantes". 

También sucede entre los defensores de la soberanía, el derecho a decidir, incluso la independencia: plantearles criterios de derecho a decidir en otros ámbitos, como el médico, puede posicionarles en comportamientos intolerantes, insultantes y totalitarios. Véanse los ataques hacia las medicinas complementarias, algo bastante desconocido, pero comúnmente atacado e insultado. Curiosamente también por aquellos que han sido oprimidos y han denunciado que no se ha respetado su punto de vista sobre su derecho a decidir en el ámbito político. 

La equidistancia, en definitiva, está en todas partes. Y siempre es injusta. Porque no es lo mismo ser ecuánime, procurando encontrar la justa medida de razón en cada parte, que intentar trazar una línea para hacer equilibrio entre dos posturas. 

Es un buen momento para repensar cuántas veces hemos sido equilibristas y hasta qué punto hemos sido injustos. Para ello, sin duda, cabrá esforzarse y recapacitar. Nunca es tarde.