Esta semana ha comenzado el juicio por los atentados del 17-A. Un juicio que parece no importarle mucho a la prensa española. Dan las noticias muy por encima, sin dedicarle tiempo ni espacio suficiente. Está claro que estos atentados no interesan, no sé por qué. 

Como casi nadie conoce, fuera de Catalunya, muchos detalles que dejan con la boca abierta. Y si te asomas a ver lo que está sucediendo en la sala, no entiendes cómo se puede estar consintiendo todo esto. La actitud del juez está siendo tan sorprendente, que no solamente evidencia la falta de respeto hacia las víctimas de un atentado brutal. No. Es que pone en evidencia lo que hay dentro de la administración de justicia. 

Cuando una observa otro tipo de administraciones de justicia en otros países, se da cuenta de que los jueces, los fiscales, son personas bastante "normales". Y con "normal" quiero decir que son funcionarios públicos, que controlan de leyes, de aplicación del derecho y que no van caminando por la vida unos metros por encima del suelo. Son personas que hacen su trabajo, que estarán mejor o peor pagados, que tendrán sus picos de estrés, sus guerras internas, pero aparentan ser mucho más normales que algunos casos que tenemos por aquí. Lo de aquí parece como de otro tiempo, casi medieval. Un lenguaje, unos términos, unas formas que, sinceramente, poco o nada tienen que ver con nuestros días actuales. 

La distancia que ha decidido tener la administración de justicia respecto de la ciudadanía es un problema: porque hace sentir que la justicia nada tiene que ver con la mayoría de los mortales

Entiendo lo del protocolo, las formas, pero lo importante en una sala no debería ser "su excelentísima señoría" como manera de dirigirte a alguien. Me parece a veces que es lo único que le importa a algunos. Lo que debería poderse ver es agilidad, frescura, dinamismo, humanismo, legislación y datos técnicos. Deberíamos poder ver un sistema eficaz, que nos inspirase confianza y normalidad. Algo que encajase dentro de nuestra realidad cotidiana, donde se emplease un lenguaje más o menos cercano, ya que se están resolviendo problemas graves que afectan a toda una sociedad. 

La distancia que ha decidido tener la administración de justicia respecto de la ciudadanía es un problema: porque hace sentir que la justicia nada tiene que ver con la mayoría de los mortales. Como si fuera algo sagrado, como si fueran los iluminados —sólo ellos— quienes pueden interpretar la palabra de un dios lejano. Y no, las normas no vienen de dios, las normas vienen de acuerdos sociales que nos damos entre todos. Y las normas se adaptan a la realidad, se cambian, son funcionales, son actuales —o deberían serlo—. Y los jueces deberían ser personas también ancladas en la realidad, en los usos, costumbres, ponderando en todo momento los dislates que pudiera haber entre el sentido de la redacción de una norma y su aplicación en una realidad a veces muy cambiante. 

Sin embargo, algunos jueces bien parecen anclados en tiempos que una ya no sabe si existieron en la realidad o en sus idílicos cielos. Estos jueces no representan lo que debería ser imagen de nuestro sistema. Y no dan la sensación de defendernos a todos como víctimas ante un atentado de semejante calibre. Hablo de la opinión que genera ver el juicio, hablo de la sensación que da ese autoritarismo, esos gritos y esa dureza. 

Nos merecemos algo más actual, más humano y más comprometido con representarnos.