Dicen los expertos en comunicación que la etapa que estamos viviendo es característica (y lo será) por la cantidad de “información” interesada y tóxica que se difunde. 

¿Recuerdan cuando hace poco tiempo se acuñó el término de la “posverdad”? El neologismo que venía a decir de manera guay que la mentira estaba pringándolo todo de un fango difícil de limpiar. 

Se pasó de hablar de “posverdad” a las “fake news”. No son lo mismo, pero van de la mano. A través de las fake news y de los discursos populistas se genera la posverdad, que viene a ser la distorsión de la realidad de manera deliberada donde lo que se persigue es generar un estado de ánimo fundamentado en las sensaciones. 

No se busca ahora analizar con profundidad, aportando datos, generando posturas divergentes con el interés de promover un debate constructivo del que puedan obtenerse puntos de encuentro que permitan avanzar y eliminar cuestiones prescindibles. No. Lo que se busca es sencillamente enfangar, generar confusión y que la gente tome sus decisiones, conforme una opinión, a través de sus vísceras. Sin necesidad de separar la paja del trigo. A bulto. Y para eso es importante y fundamental lo que viene llamándose “postureo”. Dar la imagen de una cosa. 

Abusar de todo tiene consecuencias. Abusar de las mentiras hace que al final se genere una especie de muro que repele la búsqueda de la verdad. Solamente unos pocos tienen interés y ganas de saber lo que esconde el rumor, el bulo, el montaje, la campaña de manipulación. Y si deciden dar el paso para intentar aportar luz y datos, pasarán a formar parte del objetivo del fango. Nadie se salva. 

Utilizar a menores para dar mensajes superficiales forma parte de esta nueva manera de “remover conciencias”. Porque ya no sirve que alguien documentado, responsable y legitimado denuncie realidades. Han conseguido que ya no nos creamos los comunicados de organismos e instituciones. Tanta fake news, tanto rumor, tanta corrupción y tanto postureo han terminado por alejarnos de las versiones oficiales. Quizás por eso necesiten ahora tirar de “manos inocentes” para tratar de colarnos sus mensajes. Blanquear las causas a través de caras inocentes. 

No me posiciono del lado de quienes han insultado a la niña Greta de manera inhumana y cruel. En absoluto. Sin embargo sí critico la manipulación a la que se nos quiere someter, por parte de quien ha pensado que utilizar a una niña de portavoz pueda servir para que el mensaje consiga llegar a algún lugar de nuestra conciencia. No consigo entender cómo unos padres entran en el juego, haciendo de su hija la imagen mundial de lo que sea. Por muy de acuerdo que esté con la niña Greta. 

Exponer de esta manera a una menor, que en mi opinión tendrá tiempo en su vida para defender las causas que considere defendibles de la manera en que ella, libremente, lo decida, me genera rechazo. Los niños son sagrados y hasta que alcancen la mayoría de edad, han de ser protegidos, respetados y no expuestos de manera que pueda suponerles sufrimiento de cualquier tipo. 

Y estar expuesto a la vida pública no es algo que una niña deba sufrir por mucho cariño, respeto y aplausos que reciba en un momento dado, pues después también hay que gestionar cómo se sienten los juguetes rotos. 

Creo que algo está fallando cuando algún adulto piensa que usar a niños para dar mensajes que conciencien es buena idea

No me parece que deban ser los niños quienes pongan voz a los discursos de los mayores. Por respeto a la infancia, en primer lugar; y también por respeto a nuestra inteligencia. Que una niña de ocho años aparezca en el Parlamento de Extremadura para defender los derechos de las personas transexuales me parece igual de preocupante. Ocho años. 

Cuando escuchaba el discurso que alguien le había escrito a la niña Elsa se me removía algo por dentro. Y no era emoción de ver a un alma cándida reivindicando su derecho a ser lo que ella siente, lo que ella es. Que, dicho sea, defiendo sin fisuras. Lo que me removió por dentro fue el ver a esa pequeña dando un discurso que pretendidamente había sido escrito para que pareciera suyo, cuando no lo era. Que alguien pudiera pensar que exponer a una niña de ocho años para contar una experiencia personal ante un Parlamento, pero también ante todo el mundo a través de las cámaras sería buena idea. ¿En qué están pensando? Los derechos de esa niña (por supuesto el de ser niña, pero también el de su intimidad, el de su tranquilidad, su protección) pasan a un segundo plano. Y creo que algo está fallando cuando algún adulto piensa que usar a niños para dar mensajes que conciencien es buena idea. No lo es. Para eso están los políticos, los activistas, las organizaciones, las asociaciones, los partidos. 

Que lleguemos al punto de ver a la niña Greta o a la niña Elsa podría ser el resultado de habernos traído a un punto en el que ya no nos creemos a nada ni a nadie. Haber tensado tanto la cuerda de las mentiras, de los bulos, de los rumores oficiales, conlleva que ya no queden herramientas para ser creíbles. Y en este callejón sin salida alguien ha debido pensar que la voz de un niño podría resultar más creíble que otras. 

Haber pisoteado principios como cumplir la palabra dada, decir la verdad, dar la cara por aquello que es justo independientemente de si estamos o no de acuerdo con ello ha generado un vacío difícil de gestionar. Por eso se usan estos “parches” que me parecen carentes de ética y muy peligrosos. 

La cantidad de mierda que hay es tan ingente que tendremos que trabajar mucho para conseguir volver a creer en lo que alguien nos cuente. Pero tenemos que hacerlo. Y por eso es importante participar y colaborar en aquellos proyectos que quieran aportar luz en este oscuro momento; denunciar las mentiras; señalar los postureos. Y sobre todo, pararse a reflexionar sin una postura preconcebida. Porque nos encontramos en tiempos en los que nada es lo que parece.