Traidora es aquella persona que no cumple su palabra o que no guarda la fidelidad debida. 

Traidora se considera la acción realizada por un poder público cuando actúa “contra la patria o contra la disciplina siendo militar”. El Derecho también contempla el término “traición” para referirse a los crímenes que recogen actos extremos contra un país. De ahí, los delitos de “alta traición”, que en la ley inglesa como en la mayoría de cuerpos legislativos de nuestro entorno, fueron eliminados de los códigos. En España, los delitos de “traición” se regulan en el Código Penal desde el artículo 581 hasta el 588. 

De traidores esta llena la historia. Desde Judas Iscariote ya nos han venido advirtiendo que no nos fiemos siempre de los que nos alaban, de los que nos besan, pues pueden tener intenciones oscuras y contrarias a las que muestran. Treinta piezas de plata fue el precio que puso Judas a su lealtad a Jesús. Y un beso fue la consigna para marcar el objeto de su entrega. “Traditor”, en definitiva, era “el que entrega” y ha de entenderse, que lo hace “al contrario”, al considerado “enemigo”. 

Si hay una palabra que puede definir la historia de la política española es, precisamente, la traición. A los principios, a las normas, a los compañeros, a la ideología, a las promesas hechas. Para la ciudadanía, en general, la clase política es traidora por norma. Entre los políticos, los de los demás partidos, lo son. Para el disidente dentro de un partido, el aparato lo es. Para el aparato, los contestatarios, sin duda lo son. 

Para (muchos de) los falangistas, Franco también fue un traidor. Para (algunos de) los franquistas, Juan Carlos de Borbón, traidor al jurar la Constitución. Para (no pocos de) los demócratas, también el Borbón es un traidor al haberse marchado mientras aparecen escándalos que dejarían en duda su honorabilidad como jefe de Estado. Para (muchos de) los socialistas, Felipe, un traidor que puso en manos del capitalismo las esencias irrenunciables y guardó silencio ante el presunto terrorismo de Estado. Para (muchos de) los “populares”, Rajoy, un traidor que por su desidia cayó ante la corrupción. 

Para la juventud, los políticos son unos traidores por haber vendido su futuro. Para los mayores, los políticos son unos traidores por haber destrozado sus pensiones. Para la ciudadanía, los gestores de lo público son traidores al haber desmantelado la sanidad, la educación y las estructuras fundamentales del Estado de Bienestar. 

Cumplir con la palabra dada para algunos se está convirtiendo en una casi heroicidad. Porque la diferencia entre la traición y el cambio de criterio está en la transparencia

El actual gobierno, traidor al haber prometido derogar leyes como la de seguridad ciudadana (mordaza), y en lugar de hacerlo, haber extendido su aplicación al ámbito digital. Traición del PSOE a Podemos. Como de Podemos al PSOE. Las bofetadas en el seno del Gobierno están a la orden del día. 

Como en Catalunya, donde también huele a traición. En las calles, jóvenes que dicen sentirse indignados y engañados por el sistema que no los escucha ni cuenta con ellos. Gente que se manifiesta por la libertad de expresión y se siente traicionada al ser represaliada con brutales cargas policiales. Como hay gente que se siente traicionada al ver actuar con violencia a quienes pretenden desenfocarlo todo para que no se hable de las razones de las protestas. Mossos que se sienten traicionados por los dirigentes políticos. Y políticos que se traicionan continuamente. 

Mire donde mire yo sólo veo traición. A la palabra dada, a las promesas hechas, a los objetivos marcados. 

La configuración del Govern tiene sobre sí la sombra de la traición. Y la traición puede ser por distintas razones: la independencia, la soberanía, los derechos sociales. 

Mantener la coherencia es ahora, más que nunca, un valor en sí mismo. Cumplir con la palabra dada para algunos se está convirtiendo en una casi heroicidad. Porque la diferencia entre la traición y el cambio de criterio está en la transparencia. Cambiar de opinión o de criterio, en algunos casos, es posible -e incluso sano-, siempre y cuando no implique engaño. 

Y precisamente, si nos sentimos traicionados por todas partes es porque no han dejado de engañarnos. Ciertamente, cuando a uno le toman el pelo una vez, la culpa no es suya; eso cambia cuando el engaño se repite. 

¿Cuál será la próxima traición?