Estos días han sido puestos en libertad casi todos los detenidos del 23 de septiembre. Eran miembros de los CDR y acusados, inicialmente, de terrorismo. 

Cuando fueron detenidos, entraron en su casa de madrugada, rompiendo puertas, destrozando lo que había por el medio (con esto me refiero a las puertas, los muebles, lo que fuera); apuntando con armas a personas inocentes, incluidos niños. Asustando a las familias de aquellos que estaban ocupando los titulares de la mayoría de la prensa como “terroristas”. 

Se publicó de todo. Absolutamente de todo. Se dio por hecho que tenían goma-2, que tenían explosivos preparados para atentar. Que habían ido a canteras para probarlos. Que estaban en contacto con el president de la Generalitat para no sé qué acciones terroristas. Que tenían planos de un cuartel de la Guardia Civil… Mientras unos medios publicaban semejante “información”, solamente otros, pocos, explicaban que no, que no era así. Que ni explosivos, ni planos, ni atentados. Nada. Pero daba igual. La maquinaria del fango ya se había activado. 

Nadie entendía nada. Los familiares estaban en shock. Los abogados que pasaron a defender a los detenidos denunciaban irregularidades de todo tipo. Pasaron cosas muy extrañas, como aislamientos, denuncias posteriores de torturas, documentos sesgados que llegaban tarde o nunca a los abogados defensores. Un auténtico caos en el que resultaba prácticamente imposible separar la información de la campaña de acoso y derribo. Salpicaron a todo lo que pudieron. Y desde el primer momento hubo voces, como la de Ernesto Ekaizer, que ya avisaban de que mucho de lo que se estaba diciendo (publicando como cierto), era falso, era intencionado y no tenía ningún tipo de prueba que lo sostuviera. 

Sé de lo que hablo porque algunos quisieron salpicarnos. Lo han hecho impunemente. Y es más, en mi caso, tuve que pararle los pies a alguno que pretendió enfangar mi imagen sin sentido. Pidiéndome explicaciones por nada. Ante semejante intento de desprestigio no tuve más remedio que ser yo quien dejase de colaborar en un programa que, lejos de pretender tratar las cosas con respeto y seriedad, pretendían aumentar una bola sin más justificación que participar en una campaña de acoso y derribo a base de mentiras y exageraciones prefabricadas. Y he sido prudente, lo sigo siendo, porque como ya dije en su momento, no confío ni en la veracidad ni en la intencionalidad de lo que se había publicado. 

En su momento se apuntó a un grupo de periodistas, que de entrada tenían que ir a declarar ante el juzgado, por haber difundido lo que debía mantenerse como secreto de sumario. La Fiscalía general acudió rauda y veloz para que no tuvieran que dar explicaciones de por qué alguien estaba incumpliendo el deber de custodiar información. Y los periodistas no tuvieron que contar de dónde les venían los chivatazos, ni con qué intención. Por el momento aún se desconoce a qué jugaban y juegan quienes decidieron hacer así las cosas. 

Los que afirmaron cosas que hoy se demuestran ser falsas, no saldrán a decir que mintieron. O al menos, que se equivocaron. Nada. Es más, presentan programas y nadie les moverá de su lugar, porque según parece, hicieron lo que debían hacer

Porque recuerdo que el día 23 de septiembre Pedro Sánchez estaba fuera de España. Desconocía la operación Judas y no sabía lo que estaba sucediendo. También apareció publicado que Marlaska tuvo que llamar la atención a algunos mandos policiales por cómo habían hecho las cosas, pues se dio a entender que el propio ministro de Interior desconocía los términos brutales de aquel operativo. 

Fueron días de confusión, de miedo y de indignación. Hoy al menos ya se sabe que no había explosivos, que hasta los jueces no lo tienen del todo claro a la hora de hablar de “terrorismo” en este caso. Y sin duda, lo que podemos asegurar es que quizás no hubiera sido necesario montar semejante despliegue para algo que podría haberse investigado de otra manera. Sin necesidad de cámaras de televisión, de puertas derribadas a las seis de la madrugada, de armas apuntando a inocentes ni de menores aterrados. Todo eso sobraba. Como sobraron las piezas periodísticas que se dedicaron, únicamente, a generar un relato que cada día que pasa, queda en evidencia, y por el que parece que nadie va a dar explicaciones ni a responder. Eso sí, difama que algo queda, que el ruido que han hecho las mentiras no lo taparán ni se disculparán los que se han aprovechado de ello. 

Decía Elisa Beni esta semana que le preocupaba mucho la manera de funcionar que está teniendo la Audiencia Nacional. Ponía como ejemplo el caso de los chavales de Alsasua, donde tuvo que ser el Tribunal Supremo quien determinó finalmente que no se trataba de terrorismo lo que fue una pelea de bar. Eso sí, las lesiones producidas, un tobillo roto y un pequeño corte en un labio, se han juzgado con penas de prisión que pasan de los diez años en algunos casos. Se insistió de manera rotunda en que debía ser la Audiencia Nacional la que conociera del asunto y quien dictara sentencia, a pesar de que distintas instituciones y distintas sedes judiciales dijeran que no era el caso. Dio igual. Todo se puso en marcha y se llevaron por delante la libertad de un grupo de jóvenes que, en algunos casos, según han defendido siempre, ni siquiera estuvieron en la pelea. Donde están ahora es en prisión, con su juventud destrozada y unas familias angustiadas. 

Así se comprende que atendiendo a los casos que se conocen, podría tener más peso el código postal de los juzgados que el código penal aplicable.  

¿Quién paga ahora los platos rotos, las puertas rotas, las noches de angustia sin dormir, el susto de los que fueron tratados como si fueran bestias, sus familias, sus conocidos, los trabajos perdidos, la mancha de duda que acompañará a algunos probablemente durante mucho tiempo? Nadie. Los que firmaron aquellos artículos no saldrán a rectificar. Los que afirmaron cosas que hoy se demuestran ser falsas, no saldrán a decir que mintieron. O al menos, que se equivocaron. Nada. Es más, presentan programas y nadie les moverá de su lugar, porque según parece, hicieron lo que debían hacer. 

Y mientras nos resignemos a pensar que esto no hay quien lo cambie, seguirá pasando. Y seguiremos añadiendo a la lista de Pandora, Dixan, Goku, Tamara Carrasco, Alsasua, los nombres de la vergüenza y el sufrimiento de quienes lo sufren.