Dice la tercera acepción del diccionario de la RAE que la polarización es “orientar en dos direcciones contrapuestas”. 

Quizá sea la palabra más dicha para definir la situación política de Cataluña. También la de España. Y no sólo en lo que a posicionamientos, mensajes, planteamientos se refiere, sino a la manera de trasladarlo mediante los medios de comunicación, que llevan años apostando por la confrontación de ideas, de perfiles, de personas. 

El blanco y el negro, y además de la pugna entre los opuestos, la que hay entre todos los demás para ser blanco o negro. Más bien para que el otro parezca ser blanco o negro. 

Comunistas y fachas, independentistas y fachas, demócratas y fachas, defensores de los derechos humanos y fachas. Todos y fachas. 

En las redes sociales todo se polariza. Da igual, lo que sea. Tú dices “buenos días” y alguien te contestará “pues serán para ti, mujer blanca, heterosexual, consumista del primer mundo”. Da igual. Digas lo que digas, te expones a recibir insultos, humillaciones, e incluso amenazas. 

Esta semana he vivido una desagradable experiencia en el trabajo: pretendía enterarme de qué es lo que ocurre con las cifras de niños y Covid. No voy ahora a perderme en detalles, pero digamos que me equivoqué a la hora de hacer mi trabajo, y me vi en medio de una hoguera (en redes sociales) por parte de un grupúsculo de gente que, por lo que se ve, se pasan el día pintando de negro o de blanco todo aquello que no pasa por sus cánones. Llegando al punto de machacar a quien, como en mi caso, se ha podido equivocar y no tiene problema en reconocerlo. Y lo traigo a colación por la actitud de alguna gente que sin pensarlo dos veces salta al cuello con el cuchillo del insulto, de la calumnia o la amenaza. Después todo queda en nada, todo ese ruido desaparece, y van a por otra periodista que ha dado un titular inapropiado. 

Hoy se vota. Dentro del ruido, cada uno elegirá, de entre lo que hay, lo que prefiera. ¿Para qué? Para legitimar de alguna manera parte de la polarización. Para minimizar otras

Polarización cuando el Rey da un discurso alabando la libertad de expresión, mostrándola como estandarte de la democracia, como su pilar fundamental. Y mientras tanto, mientras los voceros le aplauden, se acaban los días para que Pablo Hasél ingrese en prisión por expresar su opinión. Una opinión que, dicho sea, tiene que ver con el Rey que daba ese discurso tan estupendo. 

Polarización mientras debemos permanecer en casa y no relacionarnos para protegernos del virus, al tiempo que debemos mantener nuestros puestos de trabajo y acudir a votar. Soplar y sorber al mismo tiempo. 

Vivimos rodeados de personas que, en un chat de vecinos, de los padres del colegio o de la asociación de lo que sea, se pasa horas peleando por no compartir un punto de vista. Cabreos monumentales que incendian guerrillas por cuestiones absurdas. 

Encendemos la tele y todo es bronca. Bronca por la bronca sobre la bronca. Polarizar una vez más, dirigir las opiniones sobre un equipo y el “contrario”. La opción correcta y la incorrecta. 

Los debates electorales, que vienen a ser la polarización continua y a modo extremo. Sacarle punta a la punta que nos tiene ya hasta el gorro. 

Los juicios, polarizados. 

La brutal polarización de la sociedad que se pasa la vida saltando de un bando al otro dependiendo del tema. ¡Qué hartura, qué cansancio esto de la polarización!

Hoy se vota. Dentro del ruido, cada uno elegirá, de entre lo que hay, lo que prefiera. ¿Para qué? Para legitimar de alguna manera parte de la polarización. Para minimizar otras. Porque entre tanto aparente caos, puestos a polarizar, que a veces ayuda, hay quien no entiende que cuando una democracia avanza, lo hace para nutrirse de voces, de colores, de planteamientos y soluciones. Y pintar todo esto de colores viene siendo muy necesario, precisamente porque el blanco y el negro deberían ya formar parte del pasado. 

Como la polarización.