Puede que fuera 2009 cuando vino a visitarme mi tía a Bruselas. No recuerdo con exactitud el año, pero sí recuerdo que era invierno y hacía frío —cuando hablas de frío en Bruselas es de ese que se mete en los huesos, del que te hace ir maldiciendo por la calle cuando el viento te va tumbando al caminar. 

Durante un fin de semana largo, haría de anfitriona y podría enseñarle a mi primo y a mi tía la capital de Europa. Los gofres, las patatas fritas, el chocolate y los mejillones eran lo primero. Y el paseo por las calles del centro, la visita al Museo del Cómic, al Atomium, y por la zona de las instituciones europeas. Recorrer Bruselas es una de mis pasiones y he disfrutado muchísimo enseñándola cuando venían las visitas. 

Durante nuestros paseos mi tía y yo hablábamos de la vida allí, de lo que te cambia la mente al descubrir la política internacional. Cómo y cuánto estaba aprendiendo. 

Aquel fin de semana el señor Mahfoudh, mi vecino, había organizado una cena. El viernes. Y me había invitado para que conociera a unos amigos suyos vascos. 

Conocí al señor Mahfoudh en el ascensor, al entrar y salir del portal. Tras coincidir varias veces, un día me animé a saludarle. Me recordaba mucho a mi abuelo Benito. 

El hombre iba cada mañana a desayunar al Filigranas un té de menta y un croissant de almendras. Cruzábamos juntos la calle y solíamos ir charlando hasta la puerta de la librería donde desayunaba. La puerta de mi trabajo estaba al lado. Nos hicimos amigos. 

Mientras él fumaba su pipa, con su sombrero y abrigo largo iba dejando un olor tan especial... ese olor que me decía si el señor Mahfoudh había usado el ascensor antes que yo. 

Meses después de charlar en nuestro minipaseo, nos hicimos amigos. Me invitó a tomar un té en su casa. Y allí conocí  a Nathalie, su mujer. Enseguida me di cuenta de que Mahfoudh y yo teníamos mucho más en común de lo que pensaba. Era miembro del Partido Socialista, lo supe al ver unos papeles que había sobre la mesa y le pregunté. No sólo era militante, sino que había sido diputado, senador, concejal, y vicepresidente del Parlamento de la Región de Bruselas-Capital, que era el barrio donde vivíamos.  Mahfoud fue el primer político de origen magrebí en las listas del partido socialista belga. 

Disfruté de algunos tés con Mahfoudh, del cuscús que hacía. Y me pasaban las horas escuchándole hablar de su vida, de sus años en Túnez, donde nació y donde le condenaron a cinco años de prisión por organizar una manifestación de protesta universitaria. Me hablaba de su llegada a Bruselas, de cómo se integró, de cómo estudió ingeniería, de Nathalie. De toda una vida activa. Siempre recordaré el brillo en sus ojos, la complicidad que teníamos. Él sabía que me recordaba mucho a mi abuelo, y eso le hacía ilusión. Teníamos una amistad entrañable. 

Y aquel día le pregunté a mi tía si no le importaba que fuéramos a la cena que Mahfoudh había organizado. Le pareció buena idea. 

Allí, en la cena, conocí a Teo Uriarte y a Javier Elorrieta. El señor Mahfoudh me presentó como compañera del Partido Socialista. Y durante la cena estuvimos horas hablando del Partido Socialista, de Zapatero, de la situación en España, de mi visión como miembro de las Juventudes Socialistas... Estuvimos hablando mucho y en alguna que otra ocasión, Teo y Javier hicieron referencia a la cárcel, dejándome con la mosca detrás de la oreja. Así que, al final, cuando ya llegábamos al postre, les pregunté por qué habían estado en la cárcel. Teo me preguntó si sabía yo algo del proceso de Burgos, y le dije que en realidad no, que prácticamente nada. Y volví a preguntar por qué habían estado en prisión. La respuesta en la segunda ocasión fue contundente mientras el silencio se impuso: "por ser miembro de ETA".

En aquel momento se me paró el corazón. Me dio un vuelco. Recuerdo que se me heló la sangre y me cambió la cara. Me molestó mucho no haberlo sabido durante toda la cena. Y me mostré incómoda por estar allí sentada con ellos. Me iba a estallar la cabeza: no entendía nada, pues Teo me había dicho que había sido diputado del Partido Socialista de Euskadi. Y yo, tratando de asimilar aquello, reaccioné mal. Intentaron hacerme entender las cosas, pero reconozco que me torcí y que salí de aquella cena muy confundida. Mahfoudh me observaba y me invitó al té la semana siguiente. Tuvimos una conversación que nunca olvidaré y me dijo que era momento de abrir mi mente y ver España desde fuera. Sobre todo si quería ayudar a cambiarla para bien, como él hizo con Túnez. 

Teo me hizo llegar un libro de su biografía. Javier me envió poemas. Y me empapé, y aprendí. Y me di cuenta de que no tenía ni la más remota idea de lo que había pasado en el País Vasco. Todavía tengo la misma sensación pero ahora los interrogantes los tengo más o menos identificados. En aquel momento no sabía ni siquiera que tenía dudas: porque no sabía que, en realidad, no sabía nada. Ni de ETA, ni de todo lo que ha pasado allí durante tanto tiempo. 

Desde entonces he seguido leyendo a Teo, y a pesar de que algunas de las cosas que dice nos han generado intensos debates, siempre admiraré su compromiso valiente y sus decisiones apostando por la política, la palabra y la democracia. 

Hace un año llamé a Mahfoudh por teléfono, para saludarle y comentarle algunas cuestiones políticas. Nathalie me dijo que Mahfoudh no podía ponerse al teléfono, que estaba en ese momento ingresado en el hospital. Y quedamos en hablar más adelante. 

No llegamos nunca a hablar de nuevo. El 19 de junio de 2019, teniendo problemas de orientación y memoria, el señor Mahfoudh desapareció y se perdió. Apareció en Ceret, y ese mismo día murió. 

Mi recuerdo y agradecimiento sincero a mi amigo Mahfoudh, por abrirme tanto los ojos y sobre todo, el corazón. Por descubrirme puertas que había que abrir, por tender puentes y lazos entre los pueblos. Por su enorme coherencia y dignidad. Ojalá hubieran tenido la oportunidad muchos de nuestros políticos actuales de tomarse un té a la menta con Mahfoudh Romdhani.